Este año debido a las opos y a otras variables ya tenía decidido que no tocaba veranear en Alpes, sino quedarse en casita, mejor en Pirineos que no hará tanto calor. Tanto Abel como Rubén estaban interesados también, y sólo nos quedaba ponernos de acuerdo en el cuándo y en el dónde. El cuándo fue fácil: la primera semana de agosto. El dónde necesitó bastantes más tiras y aflojas, cada uno teníamos nuestras ideas. El tema estaba muy abierto e intentamos cerrarlo quedando a tomar una cerveza en el bar El Tibet el jueves 31 de julio por la tarde. Yo llevo tiempo dando la matraca a la cuadrilla a ver si alguno se anima a acompañarme al Diedro del Spijoles o al Maupas. Tengo muchas ganas de llegar a la cima de un 3000 escalando. Pero nada que hacer, se queda para otro verano. Ni Rubén ni Abel tenían intenciones de acercarse hasta ahí: demasiada aproximación para poca vía, dijeron. Rubén tenía su propia fijación: la sudeste de las Maladetas. Pero ni Abel ni yo lo veíamos claro: ninguna vía de esa pared es fácil (mínimo V+ desequipado) y además nos habían contado que había mucha nieve y que la rimaya estaba muy abierta. Y Abel, el Pedraforca. Pero Rubén quería escalar en granito, fisuras y diedros, y el Pedraforca es caliza. Abel y Rubén se fueron a sus respectivas citas para cenar sin que hubiéramos decidido nada más. Rubén pasaría a buscarnos la mañana siguiente a las 11 de la mañana con su furgoneta California.
Rubén llegó puntual, cargamos y fuimos en busca de Abel. En el camino le hicimos una llamada y no contestó, mal asunto. Llamamos al portal y contestó un compi de su piso: estaba dormido, lo que nos temíamos. Subí a despertarlo y a recordarle qué hora. Ni siquiera tenía hecha la mochila. En fin, a Rubén le dio tiempo a tomar un café y sacar dinero y a mí a aburrirme como un hongo. Salimos con varias horas de retraso, bien avanzada la mañana y con mucho calor: la furgona de Rubén no tiene aire acondicionado. En seguida me tocó conducir porque Abel y Rubén aprovecharon para dormir en el camino lo que no habían podido dormir por la noche. Nos dirigimos a Andorra, el plan era hacer alguna compra, aliens mayoritariamente, y luego pasar a Francia para escalar el Dent d’Orlu. En Alpersport nos dijeron que no tenían aliens y que no los encontraríamos en ninguna tienda de Andorra. En fin, un pequeño contratiempo que no nos afectó demasiado: en una tienda así se pueden superar este tipo de frustraciones fácilmente. Mi terapia consistió en un nuevo casco con visera, un saco fino y un portamaterial-mochila de Grivel. Hicimos también compras de comida y nos dirigimos hacia Francia por Pas de la Casa. En el lado francés nos esperaba una niebla muy cerrada. El GPS nos guió sin problemas, 1º a Ax les Thermes, luego a Orlu y de ahí no tardamos nada en llegar al Parking de Beys. Llegamos de noche, tras hacer una parada por problemas estomacales de Abel. Aparcamos delante de la recepción, con un par, y ahí se quedó durante 3 días. Cenamos a resguardo del sirimiri que caía y que no presagiaba nada bueno. Abel apenas cenó.
La vía que queríamos escalar era Los infants de la dalle, 950 m, ni más ni menos, con una dificultad máxima de 6a+.
Madrugamos, ni rastro de lluvia, bien. Abel aún renqueante.
Mientras desayunamos oímos algo al recepcionista de que había habido desprendimientos en no sé qué vía y que habían colgado un cartel donde se recomendaba no escalar. No le hicimos mucho caso y salimos en busca del camino de aproximación. El croquis decía que partía del 1er parking, no lo encontramos, y volvimos al camino que partía desde donde estaba colgado el cartel de advertencia. Se suponía que la aproximación era de 45 minutos, pasado ese tiempo llegamos a un claro en el bosque desde donde se divisaba claramente en la lejanía el Dent d’Orlu.
Este no podía ser el camino, parecía que era el de bajada. Pero Abel y Rubén se habían distanciado mucho en la subida (soy el agüelo tortuga) y no me oían. El camino cada vez se alejaba más de la pared, volvía sobre mis pasos a ver si me había saltado algún desvío, nada. Abel y Rubén no aparecían y yo convencido de que íbamos mal. Por fin vuelven, descendemos pasadas las 10 de la mañana de nuevo al 1er parking, buscamos con más detenimiento el camino y lo encontramos a unos 50 m. Subimos ya sin muchas esperanzas de terminar la vía, más bien para conocer la aproximación y encontrar el pie de vía para el día siguiente. Fue más fácil de lo que pensamos porque los nombres de las vías están pintados en la roca. Decidimos escalar algún largo, para justificar el día y para probar cómo es la roca, el estilo de escalada… Para evitar tentaciones de seguir subiendo (¡que ya nos conocemos!) dejamos la ropa, frontales, agua y comida a pie de vía. Escalamos un largo cada uno.
Y menos mal que fuimos a probar: el primer largo nos costó mucho hasta que le cogimos el punto a la roca: placa con ligeras regletillas y verrugitas. Había que moverse mucho para buscar el paso. El segundo largo fuimos mejor y el tercero, el más fácil, aún mejor.
Aquí nos bajamos, ya eran las 3 de la tarde. Yo dejé la cuerda escondida debajo de una pesada piedra a pie de vía para no volver a cargar con sus 4 kg al día siguiente.
Una cervecita, algo de comer y Abel y Rubén se echaron una siesta. Yo me di un bañito fresco, fresco en el río.
Al día siguiente fuimos a tiro hecho. Delante de nosotros iban unos mallorquines que escalaron más rápido que nosotros y no nos estorbaron en toda la vía. De hecho, apenas les vimos. Empezamos a escalar a las 8:30.
El plan era que cada uno escalara primero 4 largos seguidos y luego 3. Al recoger mi cuerda vi un desconchón muy feo: ayer dejé caer piedra de una manera bastante brusca y debí dañarla. Afortunadamente estaba en uno de sus extremos, hice el nudo más adelante y pudimos escalar con ella. Al día siguiente corté ese extremo para evitar problemas. Como los primeros largos ya nos los conocíamos fuimos rapidillos. La primera dificultad estaba en paso de 6a, una placa lisa que estaba bien protegido con dos parabolts seguidos que permitían acerarlos.
La vía discurre por la cara SE del monte así que estuvimos expuestos al sol todo el día, lo que hizo que consumiéramos gran cantidad de agua. Llevábamos 4 L para los 3, lo que resultó claramente insuficiente. Hubiera sido necesario llevar al menos 2 L por persona porque el agua se nos acabó mucho antes de llegar a cima.
Poco antes de llegar a la arista se encontraba el largo más difícil: 6 a+. Y lo peor, no se llegaba acerando de chapa a chapa: yo tuve que recurrir a la cuerda auxiliar, es decir, a agarrarme a la cuerda de Rubén y trepar por ella mientras Abel me recogía la mía. Un estilo muy fino, vamos.
El último largo antes de la arista fue el más bonito: una fisura para escalar en bavaresa, si aún te quedan fuerzas, que no era mi caso.
No habíamos comido más que una barrita en todo el día y eran las 4 de la tarde. Apenas nos quedaba un sorbo de agua y todavía nos quedaba toda la arista cimera que pensábamos que la íbamos a resolver en 3 largos.
La arista se hizo mucho más larga, los largos se sucedían sin que llegáramos a ver cima. Íbamos todos muy cansados. En principio me tocaba a mí abrir estos largos, pero no me atreví, ni Rubén tampoco, así que le tocó el papelón a Abel. Afortunadamente no eran muy difíciles pero nos quedaban pocas fuerzas. A todos nos dio algún desvanecimiento a lo largo de la vía debido a la poca comida que habíamos ingerido, pero a mí me dio bastante fuerte muy cerca ya de la cima. Me tuve que forzar a comer una barra energética que se me hizo una bola pastosa en la boca, pero que finalmente terminé tragando. Eso me permitió seguir adelante.
El cansancio no nos permitió disfrutar de la arista, muy bonita y entretenida, con pasos muy aéreos.
Terminamos de escalar a las 7 y pico de la tarde, cuando llegamos a cima después de 11 h. Descansamos unos minutos, comimos otra barrita, pedimos un sorbo de agua a una pareja francesa y empezamos a descender a las 7:40.
El lunes fue día de relax, de ducha, de descanso, de viaje. El siguiente destino: Cavallers, para escalar en Travesany. Volvimos a Andorra, buscamos en Viladomat alguna mochila más como la mía, nada, compramos más comida (no encontramos más barriles de 5L, snif) y seguimos hacia España. Paramos a comer en un merendero y seguimos hacia Sort, Pont de Suert, hicimos turismo en Sant Clement de Taüll
y continuamos hacia el embalse Cavallers.
Yo no las tenía conmigo de que con un día de pseudo descanso iba a recuperarme lo suficiente, así que les convencí para no subir ni comida ni tienda e ir al refugio de Ventosa i Calvell. Pero estaba bastante motivado porque desde que empezamos a escalar en tapia habíamos oído hablar mucho de las Agujas de Travessani: agujas de granito, con grandes fisuras y totalmente desequipadas (incluso las reuniones). Nos levantamos pronto, pero estuvimos 20 minutos buscando las llaves de la furgo, jeje.
Tardé un poco más de 2h en llegar al refu, pero me encontraba bien: subía lento, pero a ritmo, sin sofocarme.
Nada más llegar Rubén se pidió un café y yo un bocadillo de jamón, no iba a permitir que me sucediera de nuevo quedarme sin energía. Aprovechamos ese tiempo para mirar reseñas y decidir objetivos.
Para no cansarnos demasiado elegimos una vía a la primera aguja, Rupicapra, V, corta, de apenas 100 m y dos largos. El sendero no es muy evidente, pero las agujas están siempre visibles en el punto de mira.
Apenas tardamos 50 minutos en llegar a pie de vía.
El siguiente largo me animé yo, otro diedro que de nuevo terminaba en techo, que lo esquivé por la izquierda (aunque es posible que la vía no fuera por ahí), en un paso un poco atlético, hasta llegar a un clavo y de ahí fácil a cima.
La cima era un caos de rocas y una que estaba de pie era el punto más alto.
La bajada consistía en un destrepe fácil, primero hasta el collado y luego hasta el suelo, y de ahí en un pocos minutos llegamos a las mochilas. Pensábamos hacer otra vía ya que ésta había sido tan corta y Abel no había podido ir de primero aún, pero empezó a llover, recogimos el material y de vuelta al refu. La lluvia sólo duró unos 10 minutos, pero ya no nos dimos la vuelta. En el refu nos esperaba una larga tarde de espera, con cervezas calientes (¡será posible!) y ducha fría (el mundo al revés). Nos entretuvimos leyendo revistas de escalada y charlando con la gente. Estaba el refugio a tope, la mayoría de la gente venía para hacer la ruta de los Carros de Foc. La entrada estaba totalmente taponada con mochilas.
En principio pensamos que íbamos a cenar a las 8, pero nos dejaron para el 2º turno, a las 9. En fin, a seguir esperando. La cena, eso sí, mereció la espera. Para dormir nos colocaron en el comedor, debajo de unas mesas, encima de unos bancos: fue un poco claustrofóbico. Ni siquiera nos hicieron una rebaja en el precio por semejante incomodidad. Como los desayunos empezaban a las 6:30 de la mañana, un cuarto de hora antes nos despertaron para que fuéramos despejando el comedor. Al menos, esta vez, nos dejaron comer en el primer turno. Necesitamos bastante tiempo para dar cuenta de todo lo que nos cogimos para desayunar.
El objetivo de esta jornada era la vía CADE en la 4ª aguja. Una vía más atractiva, más larga y más mantenida. Abel se encargó de los primeros 2 largos, Rubén de los 2 siguientes y yo de los dos últimos, aunque al final se quedaron en uno y un poco. El primer largo tenía la roca un poco rota, pero el resto de la vía fue excelente. Como la vía daba a la cara oeste no nos dio el sol prácticamente en toda la subida y, a pesar de escalar con el forro puesto, pasamos fresquito (¡qué diferencia con el Dent d’Orlu!).
El mejor largo, sin duda, el 2º, V: con una corta fisura “off-width” (una fisura más ancha que los pies o las manos, pero no tanto como para subir en oposición como si fuera una chimenea; ¿la solución que queda?: arrastrarse como un gusano).
El 3er largo también fue bonito, por un diedro un poco herboso. Aunque aún no estoy seguro de que eligiéramos el diedro correcto. En estas vías de montaña, sin equipar, es fácil perderse.
El grado fue asequible (nada comparado con Ordesa, por ejemplo). La cima era también en esta ocasión un montón de bloques enormes apoyados unos contra otros.
Para bajar hay que llegar al collado con la 5ª aguja y ahí montar un rapel hasta el suelo. La cuerda se nos enganchó y le tocó a Rubén subir a soltarla. Luego vino lo peor, destrepar hasta el suelo a pelo, con la consiguiente tensión.
Paramos un rato en el refu a meter todo en las mochis, que habíamos dejado allí, a comer algo y enseguida hacia abajo de nuevo.
Nada más llegar, unas cervecitas (nos cepillamos 4 litronas en una sentada, no encontramos más barriletes de 5L) y luego una ducha. Recogimos todo y nos dirigimos a Benasque tranquilamente. Salimos de cerves, pero yo me retiré enseguida a dormir y les dejé a estos dos a su aire.
Al día siguiente, jueves 7, nos levantamos sin prisas. Entramos, ¿cómo no?, en "Barrabás" y almorzamos en el bar Hot Chilli donde estuvimos viendo las fotos de estos días anteriores. A la tarde quedamos con Juan “Korkuerika” para tomar una cerve. Nos contamos nuestras aventuras roqueras y nos dio información sobre la aproximación y la posibilidad de vivac para la cara SE de la Maladeta. Se marchó pronto y nosotros seguimos con otra cerveza discutiendo sobre si ir o no a la Maladeta. Al final, se impuso la cordura: Rubén quería marcharse el sábado a Zaragoza para poder estar el domingo en las fiestas de su pueblo y en ese tiempo no era viable subir, escalar y bajar. Decidimos ir el viernes a la Torre de marfil, un sector equipado con parabolts muy cerquita de Cerler. Esta vez subimos a dormir a Senarta, una zona de acampada con duchas calientes y baños.
Tampoco esta vez madrugamos demasiado. De hecho, Eva nos pilló desayunando en el bar Argüelles.
Me encantaron las dos vías que hicimos en la Torre de marfil: dos fisuras evidentes desde abajo, a pie de coche. Rubén y yo escalamos primero la fisura de la izquierda.
La idea era intentar no chapar los parabolts y autoprotegernos solo con fisuros y friends. A mí me tocó el segundo largo, una fisura preciosa que se iba poniendo cada vez más lisa, tanto que al final opté por chapar el último parabolt porque no encontraba ningún sitio para colocar nada y estaba con bastante tensión.
El último largo lo tiró Rubén por una variante: siguiendo la misma fisura del largo anterior. Ésta se va ensanchando hasta convertirse en “off-width” en los últimos metros y sin posibilidad de protección alguna. Rubén resopló bastante para poder superarla.
Rapelamos, comimos algo y atacamos la fisura de la derecha, mucho más asequible.
Fuimos a ducharnos a Senarta, ¡qué alivio!, y bajamos a cenar de nuevo al Hot Chilli. Ahí quedamos con Carlos y después vinieron también David, Beto… Estos últimos se suponía que estaban en el macizo del Cotiella, pero se dejaron en casa la segunda cuerda y no pudieron escalar. Nos llamaron para ver dónde estábamos y si les podíamos dejar una cuerda. Yo me iba con Rubén el sábado, así que no tuve inconveniente en prestársela. No se quedaron a cenar, son gente sabia. Ellos sí que querían escalar al día siguiente, en el Pico de la Renclusa, una vía facilita, así que se retiraron prudentemente. Nosotros después de cenar subimos a Cerler porque estaban en fiestas y tocaba una orquesta que Rubén conocía: la Bogus Band. Nos lo pasamos muy bien: el repertorio fue una sucesión de versiones rockeras de grandes éxitos del pop español de los 80 (Los Secretos, Alaska, Mecano…). En fin, que me sabía todas, jeje. Después fuimos al único bar que vimos abierto y a las 4 Eva y yo cogimos las llaves de la furgo y nos bajamos a Benasque a dormir. Abel y Rubén se bajarían con la furgo de Carlos. El problema vino cuando nos tocó reorganizar los asientos para convertirlos en cama: se lo había visto hacer a Rubén muchas veces estos días, pero nunca lo había hecho yo. Nos costó más de media hora conseguirlo. Dejé una puerta sin bajar el pestillo para cuando volvieran estos dos. Sin embargo, cuando me desperté, bien entrada la mañana, aún no habían aparecido. Encendí el móvil ligeramente preocupado y les llamé: estaban desayunando. Bajaron muy tarde y no quisieron despertarnos.
La vía que queríamos escalar era Los infants de la dalle, 950 m, ni más ni menos, con una dificultad máxima de 6a+.
Madrugamos, ni rastro de lluvia, bien. Abel aún renqueante.
Mientras desayunamos oímos algo al recepcionista de que había habido desprendimientos en no sé qué vía y que habían colgado un cartel donde se recomendaba no escalar. No le hicimos mucho caso y salimos en busca del camino de aproximación. El croquis decía que partía del 1er parking, no lo encontramos, y volvimos al camino que partía desde donde estaba colgado el cartel de advertencia. Se suponía que la aproximación era de 45 minutos, pasado ese tiempo llegamos a un claro en el bosque desde donde se divisaba claramente en la lejanía el Dent d’Orlu.
Este no podía ser el camino, parecía que era el de bajada. Pero Abel y Rubén se habían distanciado mucho en la subida (soy el agüelo tortuga) y no me oían. El camino cada vez se alejaba más de la pared, volvía sobre mis pasos a ver si me había saltado algún desvío, nada. Abel y Rubén no aparecían y yo convencido de que íbamos mal. Por fin vuelven, descendemos pasadas las 10 de la mañana de nuevo al 1er parking, buscamos con más detenimiento el camino y lo encontramos a unos 50 m. Subimos ya sin muchas esperanzas de terminar la vía, más bien para conocer la aproximación y encontrar el pie de vía para el día siguiente. Fue más fácil de lo que pensamos porque los nombres de las vías están pintados en la roca. Decidimos escalar algún largo, para justificar el día y para probar cómo es la roca, el estilo de escalada… Para evitar tentaciones de seguir subiendo (¡que ya nos conocemos!) dejamos la ropa, frontales, agua y comida a pie de vía. Escalamos un largo cada uno.
Y menos mal que fuimos a probar: el primer largo nos costó mucho hasta que le cogimos el punto a la roca: placa con ligeras regletillas y verrugitas. Había que moverse mucho para buscar el paso. El segundo largo fuimos mejor y el tercero, el más fácil, aún mejor.
Aquí nos bajamos, ya eran las 3 de la tarde. Yo dejé la cuerda escondida debajo de una pesada piedra a pie de vía para no volver a cargar con sus 4 kg al día siguiente.
Una cervecita, algo de comer y Abel y Rubén se echaron una siesta. Yo me di un bañito fresco, fresco en el río.
Al día siguiente fuimos a tiro hecho. Delante de nosotros iban unos mallorquines que escalaron más rápido que nosotros y no nos estorbaron en toda la vía. De hecho, apenas les vimos. Empezamos a escalar a las 8:30.
El plan era que cada uno escalara primero 4 largos seguidos y luego 3. Al recoger mi cuerda vi un desconchón muy feo: ayer dejé caer piedra de una manera bastante brusca y debí dañarla. Afortunadamente estaba en uno de sus extremos, hice el nudo más adelante y pudimos escalar con ella. Al día siguiente corté ese extremo para evitar problemas. Como los primeros largos ya nos los conocíamos fuimos rapidillos. La primera dificultad estaba en paso de 6a, una placa lisa que estaba bien protegido con dos parabolts seguidos que permitían acerarlos.
La vía discurre por la cara SE del monte así que estuvimos expuestos al sol todo el día, lo que hizo que consumiéramos gran cantidad de agua. Llevábamos 4 L para los 3, lo que resultó claramente insuficiente. Hubiera sido necesario llevar al menos 2 L por persona porque el agua se nos acabó mucho antes de llegar a cima.
Poco antes de llegar a la arista se encontraba el largo más difícil: 6 a+. Y lo peor, no se llegaba acerando de chapa a chapa: yo tuve que recurrir a la cuerda auxiliar, es decir, a agarrarme a la cuerda de Rubén y trepar por ella mientras Abel me recogía la mía. Un estilo muy fino, vamos.
El último largo antes de la arista fue el más bonito: una fisura para escalar en bavaresa, si aún te quedan fuerzas, que no era mi caso.
No habíamos comido más que una barrita en todo el día y eran las 4 de la tarde. Apenas nos quedaba un sorbo de agua y todavía nos quedaba toda la arista cimera que pensábamos que la íbamos a resolver en 3 largos.
La arista se hizo mucho más larga, los largos se sucedían sin que llegáramos a ver cima. Íbamos todos muy cansados. En principio me tocaba a mí abrir estos largos, pero no me atreví, ni Rubén tampoco, así que le tocó el papelón a Abel. Afortunadamente no eran muy difíciles pero nos quedaban pocas fuerzas. A todos nos dio algún desvanecimiento a lo largo de la vía debido a la poca comida que habíamos ingerido, pero a mí me dio bastante fuerte muy cerca ya de la cima. Me tuve que forzar a comer una barra energética que se me hizo una bola pastosa en la boca, pero que finalmente terminé tragando. Eso me permitió seguir adelante.
El cansancio no nos permitió disfrutar de la arista, muy bonita y entretenida, con pasos muy aéreos.
Terminamos de escalar a las 7 y pico de la tarde, cuando llegamos a cima después de 11 h. Descansamos unos minutos, comimos otra barrita, pedimos un sorbo de agua a una pareja francesa y empezamos a descender a las 7:40.
Los 3 en la cima, al fondo a la izquierda parte del larguísimo
camino de bajada, por la ladera herbosa, y Abel de celebración
La bajada era larga, la reseña indicaba unas 2 h, pero yo ya sospechaba que en el estado en el que estaba iba a tardar bastante más. El camino normal de bajada de la pirámide cimera era bastante empinado. Una vez en el collado nos desviamos a la derecha para llegar a un segundo collado, desde donde se coge una arista a mano izquierda que tenía varias subidas y bajadas que terminaron de romperme (o eso me parecía en ese momento: que ya no podía cansarme más). Íbamos buscando como desesperados algún manantial donde poder beber, pero no encontramos nada. Pasada esa arista, el camino giraba de nuevo a la derecha siguiendo a media ladera por una pendiente herbosa.camino de bajada, por la ladera herbosa, y Abel de celebración
Preciosa vista al anochecer de las dos cimas del Dent d'Orlu:
a la izquierda La Main (2081 m) y la derecha la principal (2222 m)
El croquis indicaba que había que llegar hasta una cabaña desde donde se cogía el camino de bajada a través del bosque que nos llevaría ya hasta el parking. Un poco antes de la cabaña encontramos un riachuelo sobre el que nos avalanzamos como desesperados. Llegamos a la cabaña anocheciendo. Nos recibió una pareja que nos invitó a beber (granadina diluida con agua) y a comer algo. Además el hombre se ofreció para acompañarnos hasta el comienzo del sendero. Me prometí después de tanta cortesía que dejaría pasar bastante tiempo antes de meterme con los gabachos, perdón, con los franceses. El camino de bajada no eran tan de bajada, en los primeros tramos fue un subibaja que me dejó sin aliento. El resto del camino lo hice jadeando todo el tiempo, al límite. Cada 10-15 minutos tenía que parar para recuperar levemente el aliento. Me zumbaban los oídos, con esa sensación de taponamiento como cuando subes a un avión o un puerto de montaña con el coche. Abel pacientemente bajaba a mi lado, dándome ánimos. Me entraron calambres en las piernas. Yo sólo pensaba en dar un paso más, y otro. Así, arrastrando los pies, trastabillando alguna que otra vez, cuando ya pensaba que no lo conseguiría, apareció delante de nosotros la carretera (no grité de alegría porque no tenía fuerzas) y a las 11:15 de la noche llegamos al parking. Había estado casi 16 h en actividad, mal alimentado y con poco agua, y no podía más. Vaciamos el resto del barril de cerveza de 5L y me fui a lavarme un poco al río. No podía tragar nada sólido, pero Rubén se acordó del gazpacho que habíamos comprado y di cuenta de él casi yo solito.a la izquierda La Main (2081 m) y la derecha la principal (2222 m)
El lunes fue día de relax, de ducha, de descanso, de viaje. El siguiente destino: Cavallers, para escalar en Travesany. Volvimos a Andorra, buscamos en Viladomat alguna mochila más como la mía, nada, compramos más comida (no encontramos más barriles de 5L, snif) y seguimos hacia España. Paramos a comer en un merendero y seguimos hacia Sort, Pont de Suert, hicimos turismo en Sant Clement de Taüll
y continuamos hacia el embalse Cavallers.
Yo no las tenía conmigo de que con un día de pseudo descanso iba a recuperarme lo suficiente, así que les convencí para no subir ni comida ni tienda e ir al refugio de Ventosa i Calvell. Pero estaba bastante motivado porque desde que empezamos a escalar en tapia habíamos oído hablar mucho de las Agujas de Travessani: agujas de granito, con grandes fisuras y totalmente desequipadas (incluso las reuniones). Nos levantamos pronto, pero estuvimos 20 minutos buscando las llaves de la furgo, jeje.
Tardé un poco más de 2h en llegar al refu, pero me encontraba bien: subía lento, pero a ritmo, sin sofocarme.
Nada más llegar Rubén se pidió un café y yo un bocadillo de jamón, no iba a permitir que me sucediera de nuevo quedarme sin energía. Aprovechamos ese tiempo para mirar reseñas y decidir objetivos.
Para no cansarnos demasiado elegimos una vía a la primera aguja, Rupicapra, V, corta, de apenas 100 m y dos largos. El sendero no es muy evidente, pero las agujas están siempre visibles en el punto de mira.
Apenas tardamos 50 minutos en llegar a pie de vía.
1ª aguja de Travessani, croquis de la vía Rupicapra con los dos largos que hicimos:
L1 en rojo, Rubén, L2 en azul, el agüelo
Rubén atacó el primer largo, un diedro que terminaba en un techito donde se encontraba la dificultad de la vía: un paso de V un poco incómodo.L1 en rojo, Rubén, L2 en azul, el agüelo
El siguiente largo me animé yo, otro diedro que de nuevo terminaba en techo, que lo esquivé por la izquierda (aunque es posible que la vía no fuera por ahí), en un paso un poco atlético, hasta llegar a un clavo y de ahí fácil a cima.
La cima era un caos de rocas y una que estaba de pie era el punto más alto.
La bajada consistía en un destrepe fácil, primero hasta el collado y luego hasta el suelo, y de ahí en un pocos minutos llegamos a las mochilas. Pensábamos hacer otra vía ya que ésta había sido tan corta y Abel no había podido ir de primero aún, pero empezó a llover, recogimos el material y de vuelta al refu. La lluvia sólo duró unos 10 minutos, pero ya no nos dimos la vuelta. En el refu nos esperaba una larga tarde de espera, con cervezas calientes (¡será posible!) y ducha fría (el mundo al revés). Nos entretuvimos leyendo revistas de escalada y charlando con la gente. Estaba el refugio a tope, la mayoría de la gente venía para hacer la ruta de los Carros de Foc. La entrada estaba totalmente taponada con mochilas.
En principio pensamos que íbamos a cenar a las 8, pero nos dejaron para el 2º turno, a las 9. En fin, a seguir esperando. La cena, eso sí, mereció la espera. Para dormir nos colocaron en el comedor, debajo de unas mesas, encima de unos bancos: fue un poco claustrofóbico. Ni siquiera nos hicieron una rebaja en el precio por semejante incomodidad. Como los desayunos empezaban a las 6:30 de la mañana, un cuarto de hora antes nos despertaron para que fuéramos despejando el comedor. Al menos, esta vez, nos dejaron comer en el primer turno. Necesitamos bastante tiempo para dar cuenta de todo lo que nos cogimos para desayunar.
El objetivo de esta jornada era la vía CADE en la 4ª aguja. Una vía más atractiva, más larga y más mantenida. Abel se encargó de los primeros 2 largos, Rubén de los 2 siguientes y yo de los dos últimos, aunque al final se quedaron en uno y un poco. El primer largo tenía la roca un poco rota, pero el resto de la vía fue excelente. Como la vía daba a la cara oeste no nos dio el sol prácticamente en toda la subida y, a pesar de escalar con el forro puesto, pasamos fresquito (¡qué diferencia con el Dent d’Orlu!).
El mejor largo, sin duda, el 2º, V: con una corta fisura “off-width” (una fisura más ancha que los pies o las manos, pero no tanto como para subir en oposición como si fuera una chimenea; ¿la solución que queda?: arrastrarse como un gusano).
El 3er largo también fue bonito, por un diedro un poco herboso. Aunque aún no estoy seguro de que eligiéramos el diedro correcto. En estas vías de montaña, sin equipar, es fácil perderse.
El grado fue asequible (nada comparado con Ordesa, por ejemplo). La cima era también en esta ocasión un montón de bloques enormes apoyados unos contra otros.
Para bajar hay que llegar al collado con la 5ª aguja y ahí montar un rapel hasta el suelo. La cuerda se nos enganchó y le tocó a Rubén subir a soltarla. Luego vino lo peor, destrepar hasta el suelo a pelo, con la consiguiente tensión.
Paramos un rato en el refu a meter todo en las mochis, que habíamos dejado allí, a comer algo y enseguida hacia abajo de nuevo.
Nada más llegar, unas cervecitas (nos cepillamos 4 litronas en una sentada, no encontramos más barriletes de 5L) y luego una ducha. Recogimos todo y nos dirigimos a Benasque tranquilamente. Salimos de cerves, pero yo me retiré enseguida a dormir y les dejé a estos dos a su aire.
Al día siguiente, jueves 7, nos levantamos sin prisas. Entramos, ¿cómo no?, en "Barrabás" y almorzamos en el bar Hot Chilli donde estuvimos viendo las fotos de estos días anteriores. A la tarde quedamos con Juan “Korkuerika” para tomar una cerve. Nos contamos nuestras aventuras roqueras y nos dio información sobre la aproximación y la posibilidad de vivac para la cara SE de la Maladeta. Se marchó pronto y nosotros seguimos con otra cerveza discutiendo sobre si ir o no a la Maladeta. Al final, se impuso la cordura: Rubén quería marcharse el sábado a Zaragoza para poder estar el domingo en las fiestas de su pueblo y en ese tiempo no era viable subir, escalar y bajar. Decidimos ir el viernes a la Torre de marfil, un sector equipado con parabolts muy cerquita de Cerler. Esta vez subimos a dormir a Senarta, una zona de acampada con duchas calientes y baños.
Tampoco esta vez madrugamos demasiado. De hecho, Eva nos pilló desayunando en el bar Argüelles.
Me encantaron las dos vías que hicimos en la Torre de marfil: dos fisuras evidentes desde abajo, a pie de coche. Rubén y yo escalamos primero la fisura de la izquierda.
La idea era intentar no chapar los parabolts y autoprotegernos solo con fisuros y friends. A mí me tocó el segundo largo, una fisura preciosa que se iba poniendo cada vez más lisa, tanto que al final opté por chapar el último parabolt porque no encontraba ningún sitio para colocar nada y estaba con bastante tensión.
El último largo lo tiró Rubén por una variante: siguiendo la misma fisura del largo anterior. Ésta se va ensanchando hasta convertirse en “off-width” en los últimos metros y sin posibilidad de protección alguna. Rubén resopló bastante para poder superarla.
Rapelamos, comimos algo y atacamos la fisura de la derecha, mucho más asequible.
Fuimos a ducharnos a Senarta, ¡qué alivio!, y bajamos a cenar de nuevo al Hot Chilli. Ahí quedamos con Carlos y después vinieron también David, Beto… Estos últimos se suponía que estaban en el macizo del Cotiella, pero se dejaron en casa la segunda cuerda y no pudieron escalar. Nos llamaron para ver dónde estábamos y si les podíamos dejar una cuerda. Yo me iba con Rubén el sábado, así que no tuve inconveniente en prestársela. No se quedaron a cenar, son gente sabia. Ellos sí que querían escalar al día siguiente, en el Pico de la Renclusa, una vía facilita, así que se retiraron prudentemente. Nosotros después de cenar subimos a Cerler porque estaban en fiestas y tocaba una orquesta que Rubén conocía: la Bogus Band. Nos lo pasamos muy bien: el repertorio fue una sucesión de versiones rockeras de grandes éxitos del pop español de los 80 (Los Secretos, Alaska, Mecano…). En fin, que me sabía todas, jeje. Después fuimos al único bar que vimos abierto y a las 4 Eva y yo cogimos las llaves de la furgo y nos bajamos a Benasque a dormir. Abel y Rubén se bajarían con la furgo de Carlos. El problema vino cuando nos tocó reorganizar los asientos para convertirlos en cama: se lo había visto hacer a Rubén muchas veces estos días, pero nunca lo había hecho yo. Nos costó más de media hora conseguirlo. Dejé una puerta sin bajar el pestillo para cuando volvieran estos dos. Sin embargo, cuando me desperté, bien entrada la mañana, aún no habían aparecido. Encendí el móvil ligeramente preocupado y les llamé: estaban desayunando. Bajaron muy tarde y no quisieron despertarnos.
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