viernes, 23 de enero de 2009

Izas: Cascada Notre Dame

¡¡17 y 18 de enero de 2009: un fin de semana redondo!!!! Y eso que los prolegómenos no empezaban nada bien.
El plan primigenio era ir el sábado a escalar a Barrosa con Abel (¿de qué me suena esto? ¿un dejavú?). Dormiríamos el viernes en el refu de Pineta y así no tendríamos que madrugar. A media semana todo cambió. Javi quería ir a Izas y dormir en Noves, el pueblo de un amigo (José Antonio; ver la entrada del Espolón de los Navarros). Al parecer iba a haber una fiesta con hogueras. La verdad es que no estábamos muy convencidos: las condiciones de hielo en Barrosa eran estupendas, mientras que las de Izas eran inciertas. Además Javi quería escalar la Colgada, una cascada de grado 5+. Demasiado para mí. Por otro lado, David también tenía sus propios planes. Él quería esquiar en vez de escalar. El finde pasado estuvo también escalando en hielo y se lesionó sus nudillos. Me encanta el esquí de travesía, pero no sería más que un estorbo para él si decidiera acompañarle: no tengo suficiente técnica y mi fondo físico es desastroso. Yo ya me veía atrapado. Sin embargo, todo se fue aclarando: Javi propuso renunciar a la Colgada (ya solo el nombre asusta) y atacar Notre Dame (una cascada a la que le teníamos todos ganas) y David al final se animó a nuestro plan atraído por las celebraciones al calor del fuego. El viernes por la tarde volvió a enredarse todo. Se suponía que íbamos a ir a dormir a casa de José Antonio las dos noches. Sin embargo, Javi nos llamó para decirnos que no podíamos ir el viernes, así que nos tocaba madrugar de nuevo y además el sábado posiblemente tendríamos que dormir al raso. No hay nada como hacer planes para que éstos se vayan al carajo.
Así que quedamos en que recogería primero a Abel a las 5 de la madrugada, luego a David a las 5:15 y por último a Javi a las 5:30. Carla iba a ir por la tarde con la furgo de Javi así que dejamos las botas y los esquís en su furgoneta. Como siempre los horarios no se cumplieron y fui desde el principio con retraso.
Izas es un valle perpendicular al de Canfranc. La entrada se encuentra en el segundo desvío pasado el pueblo. Un puente pegado a la carretera nos conduce a una pista que nos deja, si las condiciones de hielo y nieve lo permiten, en el coll de Ladrones. Con el 4x4 no tuvimos ningún problema en sortear las dificultades del terreno y llegar al párking del collado. Allí nos encontramos para nuestra desesperación toda una aglomeración de escaladores. Nunca había visto tanto coche. Nos entraron las prisas por salir cuanto antes, así que nos cambiamos de ropa, nos pusimos las botas e hicimos las mochilas a toda velocidad. El resultado: llegamos de los primeros a las cascadas, pero de 4 personas 3 nos dejamos las cámaras en el coche.
Vista de las cascadas principales del valle de Izas (imágenes tomadas de internet)
Así pues todas las fotos de la escalada las he tomado prestadas del blog de picassa de David donde podéis ver el álbum casi completo.
Desde el coche al plató donde se encuentran la mayoría de las cascadas del valle hay algo menos de una hora de pateo. Sobra decir que de los 4 yo era el más lento de todos y el que llegué el último. De hecho, a los 10 minutos de empezar a andar ya estaba resoplando bajo el peso de la mochila y preguntándome qué demonios hacía yo metido en estas movidas a mi edad. Detrás de nosotros venía un grupo de 8 escaladores a buen ritmo que me alcanzaron después de llegar al plató y uno de ellos me adelantó al poco tiempo de iniciar la fuerte subida del cono de nieve que nos dejaría a pie de vía. Afortunadamente se dirigía a la Colgada. Cuando yo llegué al pie de Notre Dame vi caer varios trozos de hielo y supuse que debía haber una cordada por encima de nosotros, a la que no vimos en todo el día, pero que nos iba dejando regalitos helados cada cierto tiempo. Mientras nos poníamos los arneses, los crampones y el resto del material llegaron nuestros perseguidores que dieron media vuelta hacia otra cascada en cuanto se enteraron de que estábamos 2 cordadas esperando a entrar. Organizamos las cordadas combinando un escalador fuerte con uno débil y así nos emparejamos Abel y yo y Javi y David. David y yo abrimos los largos más sencillos, 1º y 4º, y Javi y Abel los otros dos. Empezaron David y Javi y les seguimos Abel y yo a escasa distancia para que los posibles pedazos de hielo que nos pudieran tirar no nos llegaran con mucha fuerza.
David en el primer largo
El primer largo era una corta rampa helada facilita que terminaba en un estrechamiento incómodo que te tiraba a la izquierda. Al parecer este tramo en épocas escasas de hielo suele convertirse en un mixto complicadete. La salida del estrechamiento te deja en una campa de nieve de moderada inclinación, en cuyo comienzo hay una reunión a la derecha que nosotros nos saltamos y seguimos nieve arriba hasta una reunión de clavos a la que se llega al poco de superar una pequeña barrera rocosa semienterrada en la nieve y el hielo. De hecho David se la saltó intentando acercarse lo máximo posible al muro de hielo que cerraba este minicorredor encajonado entre enormes murallones rocosos, y montó una reunión 10 m más arriba con un par de friends. Las cuerdas no llegaban y Javi tuvo que salir unos metros en ensamble. Esperamos prudentemente a que cesara la lluvia de cascotes de hielo que nos enviaban los desconocidos escaladores que nos precedían y mientras yo aproveché para observar ensimismado ese inmenso acantilado helado, disfrutando de su cruda y fría belleza, intimidado por su verticalidad y su estrechez, sopesando si sería capaz de superarlo, intentando descubrir cuál sería el camino más fácil para sortear sus dificultades. Durante todo el tiempo que duró tanta contemplación no paré de alegrarme de haber subido la chaqueta de plumas: nos estábamos quedando pajaritos. Por fin, Javi se puso en movimiento. Esquivó la traicionera cortina de transparentes estalactitas de la derecha y fue escalando por el diedro que se había formado a su izquierda.
Javi encarando el largo más bonito
La cascada vista justo desde abajo impresiona aún más
Le siguió David con mis piolets. Los suyos no tienen ningún tipo de protector para los dedos en su mango y temía machacárselos más. Yo no pude negarme porque el hombre había venido con nosotros a pesar de que no tenía intención de volver a escalar hielo tan pronto. Abel iba a escalar de primero, así que no parecía muy sensato que fuera él quien se los dejara a David y me tocó a mí escalar con ellos.
A la izda un piolet parecido al de David, a la dcha, un quark como los nuestros
No eran malos, pero enseguida noté las diferencias: el mango no está tan curvado en sus piolets como en nuestros quarks, no tienen cuerno en el regatón que permita apoyar el dedo meñique, costaba sacarlos del hielo y lo peor, al menos para mí, sus dragoneras no eran automáticas y no podía ajustar su longitud. Las dragoneras son las correas que se atan al piolet y que se pasan por la muñeca para evitar que el piolet se caiga. También sirven, si están bien reguladas, para dar descanso a los antebrazos y en vez de hacer toda la fuerza con la mano colgar una buena parte del peso del escalador de la dragonera en vez de la mano. Las antiguas como las que llevaban los piolets de David, son un incordio porque es difícil sacar y meter la mano de la dragonera cada vez que tienes que soltar un piolet para meter o quitar un tornillo. Sin embargo, diversas marcas han desarrollado lo que se llaman dragoneras automáticas: se quedan fijas en tus muñecas y tienen un mecanismo para colgarlas y descolgarlas fácilmente del mango del piolet. Aún así, hay muchos alpinistas que escalan sin dragoneras porque entonces no hay posibilidad de engaño: toda la fuerza la hacen ellos, es una escalada más "limpia". Yo no tengo la fuerza necesaria para juegos limpios: o utilizo todas las técnicas que conozco para escalar más fácilmente y sin tanto esfuerzo, entre ellas las dragoneras, o me quedo en casita.
Si después de esta parrafada alguien aún quiere saber un poco más sobre piolets, mirar en este enlace: características piolets
Javi en la cueva de la reunión
Yo, en la primera reunión visto desde la cueva
El primer problema lo noté enseguida: una de sus dragoneras era demasiado larga, quedaba por debajo del regatón, así que si reposaba sobre ella mi mano se quedaba fuera del mango: no me quedaba más remedio que hacer toda la fuerza con mi mano. Por ello usé ese piolet con mi mano izquierda, la más fuerte. Aún así no me sentía seguro, estaba tenso y este sobreesfuerzo hizo que me cansara enseguida y tuviera que descansar al poco de empezar. El otro problema tampoco tardó tiempo en surgir: cada vez que tenía que quitar un tornillo tenía que quitarme la dragonera, y eso no era nada fácil. Al final decidí dejar el piolet izquierdo colgado de la dragonera y sujetarme solo del piolet derecho mientras realizaba esas operaciones. Todo esto no me hubiera importado tanto si el terreno por el que estaba escalando hubiera sido más sencillo, pero en ese caso tampoco David me hubiera pedido mis piolets, je je. Para colmo de males la cascada chorreaba agua que era una maravilla, tenía que salir de ahí cuanto antes y el engorro de las dragoneras de los piolets no me lo permitía. Todo estos problemas impedían que me concentrara en la escalada y más que escalar subía arrastrándome, como siempre.
El primer tramo del muro helado tiraba un poco hacia atrás, apoyé el pie derecha en una de las estalactitas de la derecha para equilibrarme y sin más mandé toda la estalactita entera corredor abajo. Pasados unos metros la cascada tumba un poco más y el largo termina en un estrecho corredor de hielo que desemboca en una cueva donde está montada la reunión.
Yo llegando a la reunión después de pasar el paso estrecho
Abel y yo en la cueva de la reunión
Una de las más bonitas reuniones en hielo que he visto: al fondo de un cañon de enormes paredes de roca desde donde caen coladas de hielo que esculpen caprichosas formas en medio de una gigantesca soledad (¡¡¡y yo sin mi cámara: ahhhhhhh!!!!!). De ahí salen dos opciones: la de la derecha la vimos demasiado vertical y expuesta, la de la izquierda tenía su diversión.
Javi en el comienzo del 3er largo, un poco antes del agujero
Un estrecho agujero, tan pequeño que David tuvo que tirar alguna columna de hielo para pasar y yo me quedé por un momento atascado en su interior, sin poder seguir hacia adelante ni retroceder. Además, la estrechez impedía lanzar el brazo hacia atrás para clavar el piolet en el hielo y sólo con la fuerza de las muñecas me resultaba imposible clavarlo. De nuevo a arrastrase.
El agujero
La salida del agujero comunicaba con una sección totalmente vertical de hielo que caía hasta la campa de nieve decenas de metros más abajo. Y yo con estos piolos!!!!
Abel saliendo del duro resalte vertical después del agujero
Montamos reunión en las primeras rocas. El siguiente largo era muy facilito, una serie de resaltes de escasa altura aunque de moderada pendiente. Abel me dejó sus piolets, sin dragoneras (¡que yuyu!), y él subió con los de David. La reunión costó un poco encontrarla, estaba en un árbol 2 0 3 m por encima de la vía. Desde ahí se continuaba hacia arriba por una pendiente fuerte de nieve para girar después hacia la derecha, flanquear los cortados rocosos que dominaban la cascada por encima y bajar hasta los tinglados del rápel.
Javi observando el último largo de la vía
Hay dos opciones para rapelar: una línea de rápeles está entre nuestra cascada y la Colgada, y la otra baja directamente por nuestra vía. Nosotros elegimos esta último opción porque ya no subía nadie detrás de nosotros y a nadie, por lo tanto, podríamos molestar. En el primer punto de rápel David me recompensó sobradamente: ¡¡¡tenía mandarinas y una botella de tang de mango!!! Fueron una bendición. Para llegar al siguiente rápel había que hacer un ligero péndulo.
Yo en el segundo rápel
Aquí perdí mi reverso, así que tuve que bajar mediante un nudo dinámico. Este segundo rápel nos dejó en la primera reunión, así que un último rápel más nos llevó a pie de vía donde habíamos dejado las mochilas. En la bajada noté todo el cansancio acumulado durante la jornada y como siempre el resto de mi cuadrilla me tuvo que esperar en el coche largo tiempo.
Apenas quedaban coches ya en el coll de Ladrones, estaba anocheciendo.
Abel, David y Javi en el párking del coll de Ladrones
Bajamos a Canfranc y paramos en el albergue Pepito Grillo para celebrar la enorme vía de hoy, una de las cascadas más bonitas del Pirineo.
David, Javi y Abel después de reponer sales minerales
Bajamos a Jaca. Pasamos por el Forum donde entre otras compras yo repuse el reverso perdido. De ahí nos fuimos a Noves, el pueblo de José Antonio. Allí nos esperaba Carla. Afortunadamente había sitio en el suelo para poder dormir dentro de la casa en vez de dormir al frío raso. Sacamos todo el material del coche y lo extendimos por el salón de su casa para que se secara un poco: eso parecía un carromato de gitanos.
La casa de José Antonio en Noves
Noves es un pueblo muy pequeño situado en la carretera de Jaca a Aísa. La noche de San Antón la celebran con una enorme hoguera y una parrillada de chorizo, longaniza, conejo...
Abel y Javi al lado de la parrillada
A pesar del enorme frío, -1ºC, el gigantesco fuego calentaba tanto que incluso me permití el lujo de quitarme la chaqueta de plumas. Eso sí, a medida que se consumía la leña y la hogera perdía altura y fuerza todo el mundo nos íbamos acercando más y más a ella.
David, fantasmagórico, delante de la gigantesca hoguera
El ambiente era estupendo, la comida excepcional (no había nunca comido antes un conejo tan sabroso) y la cena terminó con acompañamiento musical a cargo de varios de los del pueblo.
El grupo de músicos del pueblo.
José Antonio no aparece, pero también se les unió en varias canciones con la flauta

Entre las escasas 40 personas que estábamos me encontré con el secretario del instituto en el que estuve trabajando el curso pasado, es increíble.
A eso de las 12 nos retiramos la mayoría y dejamos allí a Abel. Yo había decidido unirme a Carla y Javi que se iban a ir a esquiar a Artouste. En principio Abel iba a acompañar a David a hacer alguna travesía con esquís, pero como no conseguimos despertarlo David no tuvo más remedio que venir con nosotros en contra de su religión. Pecó y pagó un forfait.
Artouste es una pequeña estación francesa de esquí a los pies del embalse de Fabregues, a 5 km de la frontera española bajando por el puerto de Portalet.
José Luis, Javi, Carla y David en el párking, antes de pecar
Se accede a la estación mediante un telecabina añejo que te deja en la única cafetería de las pistas. Tiene dos pistas verdes, seis azules, 4 rojas y una negra. Para mí más que suficiente, al resto se les quedó muy muy pequeñita. Ventajas: el precio (22€ sin seguro el finde y 18€ entre semana) y la escasez de esquiadores (no tuvimos que hacer cola en ningún remonte o telesilla).
Mapa de las pistas de Artouste
Los comienzos fueron desoladores: la primera pista azul que cogimos me pareció más empinada que la cascada del día anterior. Bajé torpe y despacio. Javi y Carla se quedaron conmigo casi toda la jornada con paciencia infinita y Javi me iba corrigiendo los numerosísmos fallos que tenía. Poco a poco iba cogiendo confianza y esquiando mejor, disfrutando de las bajadas (menos en las pistas estrechas).

El Midí y el embalse de Fabregues medio congelado desde la estación de esquí
A media tarde el tiempo cambió, como habían previsto los pronósticos y empezó a caer lluvia y agua-nieve. Parecía que iba a parar, pero no fue así y nos bajamos. Yo contento, ya empezaba a acusar el cansancio de todo el finde, los demás desilusionados por una jornada de esquí tan corta. Sin embargo, esto nos evitó las típicas y enormes caravanas domingueras de vuelta a Zaragoza. En España no hacía tan malo y la mayoría de los esquiadores aún seguían esquiando.
Quedamos con Abel en Sabiñánigo, en el restaurante Mi Casa, todo un clásico para nosotros (abierto a todas horas los fines de semana), a donde acudió con mi coche y donde por fin pudimos saciar el hambre acumulada durante la jornada. Esta vez sí, esta vez Abel llegó a casa con tiempo para descansar un poco (si es que le hacía falta después de dormir todo el día y de descansar la vista, como el dice, durante la mayor parte del viaje de vuelta), antes de ir a trabajar.
Escalada y esquí, esfuerzo y disfrute: un fin de semana de lujo.

martes, 13 de enero de 2009

Riglos: Vía Mosquitos a la Visera

¿Estamos locos? Era 13 de enero y estábamos en Riglos Abel y yo, en la cafetería del refugio tomando un café y un vaso de leche para entrar en calor mientras decidíamos si seguir con nuestros planes o no. El pueblo estaba desierto, no se veía ni un alma por las calles, ni siquiera el bar de Toño estaba abierto y hacía un frío del mil demonios.
El plan original era haber ido a escalar hielo al valle de Barrosa, un pequeño valle que nace casi al final del de Bielsa. Sin embargo, Abel estaba cansado. Trabaja en el turno de noche y este finde le tocaba currar la noche del viernes y la del domingo, así que en realidad su fin de semana se reducía a día y medio y le daba pereza dormir fuera, poco y mal, pegarse el madrugón padre al día siguiente, pasar frío, escalar y volver a Zaragoza con el tiempo justo para ducharse y salir al curro. Así que me propuso un plan alternativo y más ligero: ir a escalar a Riglos. Y para asegurarse que no me opondría me puso la miel en los morros: escalar la vía Mosquitos al mallo Visera.
Vista de los Mallos de Riglos, casi tapados por la niebla.
En azul, la vía Mosquitos

Riglos es uno de mis sitios preferidos para escalar. Está situado en un paraje excepcional, en un meandro del río Gállego, a unos pocos kilómetros de Huesca. Antiguamente era una zona casi mítica de escalada, con vías sin apenas equipación y roca no muy buena, donde había muerto mucha gente escalando (si queréis saber más sobre las historias de las primeras escaladas en Riglos podéis visitar la web de A0 a vista). Hoy en día, sus vías más transitadas, o sea, casi todas, están equipadas con parabolts. Eso sí, entre parabolt y parabolt suele haber un "aleje" estándar de 3 a 4 m, en el mejor de los casos. Los habituales del lugar dicen que es para dar un poco de "ambiente". Es decir, es una escalada bastante segura, pero que ofrece algunas dosis de mieditis aguda. Además las miles de repeticiones a sus vías han conseguido limpiarlas de casi todas las rocas sueltas. Es imposible acabar con todas debido a la naturaleza de sus paredes: están hechas de conglomerado. Es decir, de millones de cantos rodados erosionados por el río Gállego y depositados en su lecho. A estos cantos rodados que sobresalen por todas partes en las paredes de Riglos se les conoce popularmente como "bolos".
La idea de escalar por fin la clásica Mosquitos no conseguía empañar mi desilusión por no ir a Barrosa. Además, el tiempo no parecía acompañarnos en absoluto. Todo el viaje lo hicimos sumergidos en una densa niebla que no hacía más que deprimirme aún más. Sin embargo, nada más llegar al pueblo de Ayerbe, a pocos kilómetros de Riglos, la niebla desapareció, como si nos hubiéramos despertado de un mal sueño.
Restos de la helada en la carretera a Riglos, sacada con el móvil desde el coche
Nuestros ánimos renacieron al calor del Sol, pero aún quedaba un último detalle para afianzarlos plenamente: ¿haría viento? Se puede escalar plácidamente al sol en invierno siempre que no haga viento. El viento baja muchísimo la sensación térmica y convierte a una agradable escalada en una severa actividad. Nuestras esperanzas se vinieron abajo en cuanto salimos del coche. Nos quedamos helados, el viento era bastante fuerte. Decidimos calentar nuestros alicaidos ánimos con un café (para mí leche sola). Cómodamente sentados al calorcito del refu optamos por acercarnos a la pared y probar. Abel aseguraba que el viento cesaría a pie de vía, que los mallos de alrededor protegían a la pared del viento. Yo no las tenía todas conmigo, pero no teníamos nada mejor que hacer. Nos abrigamos como para ir al Polo y salimos. En cuanto empezamos a subir por el sendero entramos en calor y a sudar, normal. Sin embargo, al llegar a pie de vía seguíamos sin notar frío. El viento había desaparecido. Genial. Todo pintaba bien. Por fin estaba a punto de escalar la pared de la Visera. Sólo hace falta mirar hacia arriba para entender por qué este fue el último mallo en ser escalado: la pared es más que vertical, tira más hacia atrás cuanto más se sube. La Mosquitos es una vía que sortea las dificultades de la pared atravesándola por la mitad, subiendo en diagonal de izquierda a derecha aprovechando repisas y fisuras. Es una de las vías más repetidas de Riglos y desde luego es la más asequible de la Visera.
Croquis de la vía Mosquitos sacada de la web A0 a vista.
Nosotros unimos los dos primeros largos en uno. De hecho no vimos la primera reunión que aparece aquí.

Abel ya había escalado esta vía 2 veces (y no la hubiera repetido más si no fuera para “compensarme” por no ir a escalar hielo), se la conoce bien y me recomendó los largos impares, que eran los más asequibles. No me hacía mucha gracia empezar yo porque siempre cuesta un poco más el primer largo: te pilla frío, sin ritmo, sin haberte acostumbrado a las alturas, a los alejes de los seguros… Aún así le hice caso y salí.

Vista de la pared desde el suelo

Como el terreno era fácil al principio, no me importó que los seguros no estuvieran muy cerca y en cuanto empezaron las dificultades los parabolts se acercaron más. La verdad es que la vía está muy bien protegida. Subía bastante tranquilo, buscando los pasos y sin mirar demasiado abajo. La única preocupación era lo resbaladizo que estaban muchas presas debido a las cien mil cordadas que pasan por ahí todos los días. Algunas estaban totalmente pulidas, relucían al sol. Daba mal rollo.

Los 4 primeros largos los hicimos sin ningún problema.

Abel en el 2º largo disfrutando de lo más le gusta: bolos y diedro

Los largos difíciles los hacía de segundo, pero no tuve que “acerar” ninguna cinta.

Yo en el 2º largo, recogiendo una cinta

Inmensas vistas desde la 3ª reunión

Abel haciendo posturitas en el 4ºlargo

Abel aparte de abrirme los largos más difíciles me saca estupendas fotos, como esta al final del 4º largo

El 5º largo es la famosa travesía hasta el trono. Las travesías son largos en los que no avanzas verticalmente, sino que tienen una fuerte tendencia horizontal. Son peligrosos porque las caídas suponen un buen penduleo tanto para el primero como para el segundo de cordada y son bastante aéreas (se ve toda la caída hasta el suelo, mientras que cuando subes verticalmente sólo miras hacia arriba). A mí, como soy un cagao, me dan mucho respeto y lo paso mal en las travesías, por muy fáciles que sean, y ésta no lo era. Está cotada de 6a, pero tiene mucho “bolo” grande me dijo Abel. Me sentí con fuerzas y lo intenté. El comienzo era fácil, subiendo por una entosta con bastantes presas y enseguida encontré el punto donde tenía que desviarme a la derecha: las marcas blancas de magnesio en todos los “bolos” eran como las rayas de la carretera.

El comienzo del 5º largo

El trono: tan cerca, tan lejos...

La travesía discurre por encima de la 1ª gran roca que ni siquiera se llega a pisar

Con más miedo que vergüenza fui superando los distintos seguros hasta el último. Me agarré de la cinta y la mano derecha no me aguantaba y antes de caerme conseguí colocar otra cinta y colgarme del arnés. Pero el mosquetón se me enganchó en el anillo y se quedó abierto. Descansé un poco los brazos y enseguida liberé el mosquetón y lo pude cerrar. Ya más tranquilo “chapé” las cuerdas y descansé los brazos, Estaba a sólo 2-3 m del “trono”, una inmensa roca que sobresale de la pared y que es visible incluso desde el pueblo. Encima de esta roca está la reunión. No parecía muy difícil. Mientras descansaba colgado del parabolt iba estudiando los pasos y las presas. Salí. Acercarme al trono fue fácil, subirse a él no. La pared extraploma ligeramente en ese punto y te echa hacia atrás, con lo que tienes que hacer más fuerza con tus brazos. Ya tenía agarrada la última presa, pero mi mano derecha (quizás cansada del esfuerzo anterior), se me abrió y caí sin darme tiempo más que a gritar a Abel para avisarle ya que estaba fuera del alcance de su vista. La caída fue limpia, apenas me golpeé con nada y ni siquiera noté tirón en la cintura cuando las cuerdas me pararon. Las cuerdas se estiraron perfectamente como un chicle y amortiguaron el choque. Miré hacia arriba y comprobé que estaba todo bien: las cuerdas no habían sufrido y el parabolt aguantaba. Tranquilicé a Abel y empecé a estudiar mi situación. Al ser una travesía me había salido de la vía y los 4-5 m que caí eran totalmente verticales y sin apenas presas. Me sorprendió lo mucho que había caído, el parabolt no estaba tan lejos, pero hay que contar con lo que se estiran las cuerdas, con la comba que suele dejar siempre el que asegura y con la distancia que hay entre éste y la pared (yo peso 15 kg más que Abel y lo lancé contra la pared). Miré hacia abajo: más de 200 m directos al suelo. Las cuerdas me parecieron demasiado delgadas. En cuanto recuperé la tranquilidad empezamos a analizar las mejores opciones para salir de esta situación. No podía retroceder ni llegar al último parabolt por mí mismo. Abel tuvo que colaborar, ¡y cómo! Como no podía izarme como un petate, peso mucho repito, utilizamos la técnica que yo llamo “1,2,3: pilla”: grito 1, 2, 3… subía unos pocos centímetros y Abel tensaba las cuerdas. El problema para Abel era que el asegurador que utilizamos cuando escalamos con 2 cuerdas no es autobloqueante, como el de los cinturones de seguridad de un coche, por lo que Abel tuvo que aguantarme directamente con la fuerza de sus manos y brazos. Acabó con los brazos destrozados. Finalmente llegué al último parabolt, me colgué de él y Abel pudo por fin relajarse. Aún nos quedaba otra cuestión: seguía yo o no. No seguir era la opción más complicada y el trono lo seguía viendo al lado mismo, así que después de descansar y estudiar bien los pasos me decidí a salir de nuevo. Esta vez quise minimizar la posible caída y colgué un cintajo alrededor de uno de los bolos intermedios. Llegué al punto donde me caí y corregí errores: apoyé mi pie derecho en la lisa superficie lateral del trono para equilibrar mi cuerpo y no tener que hacer tanta fuerza con los brazos. Tiré de la presa derecha y en cuanto me elevé lo suficiente planté con la elegancia de un elefante una rodilla en el trono. Había llegado. Monté la reunión, recogí cuerda y aseguré a Abel, que por supuesto no tuvo problemas para superar el trono.

Abel en la famosa travesía al trono
La consabida foto desde el trono: me la había merecido
Desde el trono hay dos opciones: hay una escapada "fácil" hacia la derecha después de un corto rápel; o seguir hacia arriba a través de dos largos duros y otro muy sencillo que es más una trepada. Abel nunca había utilizado la escapatoria y esta vez tampoco: quería liberar el siguiente largo, 6b. Pero pronto se dio cuenta que ese no iba a ser el día de liberarlo: aguantarme y subirme le había dejado los brazos muy tocados.
Abel al comienzo del 6º largo.
Este es un largo muy vertical que tiende ligeramente a la izquierda hasta una panza sin apenas agarres. Allí puso un lazo, lo pisó y para arriba.
Clase magistral de artificial: colocación del pedal, cigüeña y hop! salida un poco arrastrada
Yo sufrí mucho más. Había subido bastante bien hasta el trono, pero estos largos extra me iban a pasar una seria factura. Mis brazos no tenían fuerza ni siquiera para agarrarme de las cintas y tuve que recurrir a todos mis "trucos" de escalada artificial. Aún así el largo no era acerable, no se llegaba de chapa a chapa y me costó una eternidad cada paso en libre que tenía que hacer. El récord estuvo a 50 cm de la reunión. Ahí estaba colgado del último parabolt, casi tocando los pies de Abel, sin poder superar esa última panza. A la izquierda la reunión, a la derecha los bolos que tenía que agarrar para poder superar esta última difultad. No había forma de llegar a ellos sin soltarme previamente del parabolt y mis brazos no me aguantaban. Me balanceaba y no llegaba. Al final, después de muchos intentos lo conseguí, me agarré al primer bolo, me solté del parabolt y pude subir esos pocos cm q me separaban del descanso. Esta reunión era la que más patio tenía de toda la vía: una repisilla estrecha en la que entraban justo justo nuestros pies y las cuerdas colgaban en el vacío. El siguiente largo era de 5+, en principio muy asequible, pero mis brazos no estaban para nada, así que delegué este último esfuerzo en Abel. Salió todo animado diciendo que recordaba que estas panzas eran pan comido. Enseguida se tuvo que tragar esas declaraciones. Lo intentó por un lado, por otro y al final puso un pedal, agarró la cinta y superó sin más la primera de las panzas.
Abel en las fáciles panzas del 7º largo
El resto del largo no le debía costar mucho porque su cuerda corría muy deprisa, a mí sin embargo, me supuso un enorme esfuerzo, el último. O eso creía yo, cada panza deseaba que fuera la última, pero no era así. Superaba la panza, miraba hacia arriba y me esperaba otra enseguida. Por fin, tras una eternidad, alcancé la reunión en la que me esparba Abel. De ahí hacia adelante no había más panzas sólo una cuesta de mala roca que acababa en un pequeño resalte. Sin pensármelo dos veces encaré esta cuestavacas, con precaucación porque la roca estaba fatal, se movía todo, pero con confianza, a pesar de no encontrar nada donde poner un seguro, porque el terreno era muy fácil. Aseguré a Abel en una sabina por pura precaución. Subió tan rápido que no me daba tiempo a recoger su cuerda. Cuando llegó, nos quitamos los gatos, recogimos las cuerdas y subimos andando hacia la cima. Por fin estaba en la cima de la Visera. Estaba anocheciendo, era un atardecer precioso y pudimos disfrutar de unas vistas de lujo. El sueño de todo montañero: disfrutar en la cima de las vistas únicas que ofrece.
¿Y por ahí hemos subido?
Al llegar al coche nos esperaba una última sorpresa: llegaron dos coches que reconocimos al instante. Eran los de Carlos y Javi, habían venido a charlar con Toño. Como él no estaba nos fuimos a Ayerbe. Casualidad de las casualidades: todo el Pirineo para ir y más de la mitad de mi cuadrilla de escalada nos juntamos sin haber quedado en el mismo sitio a la misma hora.
De izda a dcha: Carla, Abel, Javi y Carlos
Por supuesto volvimos a llegar tarde a Zaragoza y a Abel le dio el tiempo justo para llegar a su casa, descargar, cambiarse de ropa y salir de nuevo a trabajar sin haber descansado nada. Esa noche me metí en la cama con todo el cuerpo dolorido y cansado y pensaba mientras intentaba quedarme dormido qué menuda actividad ligera habíamos elegido!!!!

domingo, 4 de enero de 2009

Canal Roya. Os Diables de Panti

¡Por fin! Después de mucho esperar, ya he podido inaugurar, ¡y de qué manera! la temporada invernal. El viernes 2 de enero quedé con un chaval, es que tiene 17 añitos, llamado Chema para ir a escalar a la zona de cascadas de hielo situada al final del valle de Canal Roya. Los augurios no eran muy buenos: el pronóstico del tiempo no era el mejor (60% de posibilidades de precipitaciones según la AEM), lluvia fina desde Zaragoza hasta casi Biescas, ligera nevada en el párking de la estación de esquí de Formigal... Pero las ganas pueden más que el madrugón, el sueño o los pronósticos de tiempo, así que cogimos las mochilas con el material y salimos. La aproximación discurre por una de las pistas de esquí de Formigal hasta un collado y desde ahí queda una bajada por una pendiente avalanchosa hasta pie de cascadas. Dada la comodidad de la aproximación decidí sacar de paseo mis esquís de travesía y poder realizar una vuelta al coche mucho más rápida.
Pero mi técnica es muy mediocre así que mi ritmo de subida era desastroso y no me atreví a realizar toda la bajada desde el collado con los esquís, así que los dejé en el primer recodo que quedaba fuera de la vista desde el collado.
La zona de cascadas de Canal Roya es pequeñita, tiene media docena de cascadas, de dificultad media. La que yo tenía ganas de hacer era Os Diables de Panti, graduación II, 4. La cotación de la escalada en hielo se realiza con dos números: el primero, con números romanos, indica el grado de exposición de la vía (longitud de la escalada, distancia al coche, peligro de avalanchas, dificultad de acceso...) y el segundo cataloga principalmente la inclinación. Un grado 4 abarca de 75 a 85º. No es totalmente vertical, pero se le parece mucho.
Cascadas de Canal Roya, la derecha es Os Diables de Panti
Los malos augurios fueron disipándose a la misma velocidad que la niebla: el sol no tardó en salir, las cascadas estaban bien formadas, no hacía mucho frío pero tampoco calor: alrededor de 0ºC (escalar con grados positivos es muy peligroso debido a la posibilidad de que la columna de hielo se rompa y escalar con mucho frío es muy desagradable), y lo mejor: ¡apenas había gente escalando!!!!! Sólo un cordada de dos en la misma vía que nosotros. Pero ni siquiera tuvimos que esparar mucho. El primero ya había escado el primer largo antes de llegar nosotros y para cuando nos pusimos arneses, crampones, todo el material (tornillos, cintas disipadoras...) y las cuerdas, ellos ya estaban rapelando.
Esta cascada tiene varios largos, pero los dos más interesantes son los dos primeros, así que la mayoría de la gente llega hasta la segunda reunión y bajan rapelando de una sola tirada (con 2 cuerdas de 60 m da de sobra) hasta pie de vía.
Chema apenas había escalado en hielo así que sin que sirva de precedente me tocó ir de primero. No las tenía todas conmigo de que fuera a liberar la vía (la escalada en hielo es tremendamente cansada, tanto para los antebrazos como para los gemelos: muchas veces apoyas todo tu peso sólo en las puntas de tus crampones), así que me suelo colgar de los tornillos o del piolet para descansar. Las sensaciones iniciales fueron muy buenas, pero no había que alegrarse demasiado: estaba en la parte más fácil del largo, los primeros 10-15 m, muy tumbados. La cordada anterior nos había recomendado tirar por la parte izquierda del muro helado, más vertical pero con mejor hielo, dijeron, y ya desde abajo habia tenido mis dudas sobre el consejo, pero pegado a la cascada y viendo realmente su verticalidad aún tenía menos. Probé. Seguía bien, sin ponerme nervioso, desviando todo el peso que podía sobre mis pies en vez de sobre los piolets para dar descanso a mis débiles antebrazos. Notaba la diferencia de escalar con las botas rígidas de esquí en vez de con las flexibles botas de cuero: no tenía que hacer tanta fuerza con los gemelos para mantener la posición de mis pies.
¡Por primera vez no tengo las cuerdas por encima!
Desde abajo la primera tirada no me había parecido tan largo, pero ahora empezaba a notar cómo mi brazo derecho perdía fuerza en cada golpe de piolet. Volví a barajar la posibilidad de colgarme y descansar, pero miraba hacia arriba y me decía a mi mismo que no quedaba tanto, y así casi sin darme cuenta llegué al árbol donde está montada la primera reunión. No me lo podía creer: había llegado, ¡y sin colgarme! Recogí las cuerdas y empecé a asegurar a Chema. Nada más llegar a la pequeña campa de nieve donde estaba yo, se dejó caer al suelo mientras me contaba que se encontraba mal y que se estaba mareando. Conseguí que comiera y bebiera algo, pero no se reponía. Así estuvo casi un cuarto de hora. Me dio tiempo a hacer varias fotos y a quedarme frío.
El Pico Anayet, desde la R1
La sombra del Anayet proyectada sobre el valle de Canal Roya.
A la derecha, los restos de una avalancha

Yo ya daba por terminada la escalada y sólo pensaba en cómo bajar de ahí si no se recuperaba. Sin embargo, en cuanto se levantó para recorrer los escasos 2 metros que le separaban aún de la reunión se sintió mejor y tanto insistió que acepté seguir y tirar también el segundo largo. Éste es bastante más corto que el anterior y menos duro, su única dificultad es un corto resalte vertical en el cual sí que tuve que tirar de brazos. Chema llegó sin ningún problema físico esta vez
Chema a escasos metros de la R2
Yo más contento que chupitas en la R2
e iniciamos las maniobras para el rápel. El mosquetón del reverso, la pieza que se utiliza para asegurar y rapelar, de Chema no se abría y tuvo que bajar mediante un nudo dinámico (nos costó un ratillo recordar cómo se hacía) asegurado con prusik por si las moscas.
Antes de marchar nos acercamos a la vía llamada Enajenación mental, grado 5, para que Chema la viera.
Salí yo primero para ahorrar tiempo mientras Chema terminaba de empaquetar su material en la mochila porque sabía que él me iba a adelantar bastante antes de llegar al collado, como así fue. Subía despacio, cansado, pero me animaba pensando en la cascada que acababa de escalar. No es que fuera una azaña alpina, de hecho toda mi cuadrilla ya la había escalado el año pasado. La mayoría de ellos empezaron a escalar en hielo al mismo tiempo que yo o un poco más tarde y todos me han superado ya. Todos hacen vías más difíciles, pero yo me divierto igual que ellos.
Llegué a los esquís, les puse las pieles de foca, seguí subiendo penosamente, en el collado quité las focas, me ajusté las botas, anclé los talones de las fijaciones e inicié el descenso, feliz por no tener que patear hasta abajo. Mi alegría no fue total por el cansancio de mis muslos, que me obligaba a desansar de vez en cuando, y mi torpeza esquiando: la pista era azul, bajé haciendo cuña buena parte del tiempo y aún conseguí caerme un par de veces. Además estaba preocupado por Chema, no le veía por ningún lado. Pensé que se podía haber equivocado de camino. Le encontré medio muerto de frío ¡esperándome en el coche!!!! Llevaba ahí media hora, me dijo. Él a pie y yo esquiando y me había sacado media hora. Éste es mi estado de forma física, je je.
Chema me había propuesto quedarnos en su casa en Villanúa y escalar al día siguiente también, pero yo estaba muy cansado. Así que decidí volver a Zaragoza. Recogimos todo con calma porque había una caravana enorme de bajada. Tuvimos la mala suerte de llegar justo a la hora de cierre de las estaciones de esquí y tardamos una hora en bajar desde la estación de esquí de Formigal a Formigal pueblo. Afortunadamente era viernes y no domingo, la mayoría de los esquiadores habían subido para pasar el fin de semana y la carretera se quedó casi vacía al pasar Escarrilla. David me llamó para ver si me animaba a subir esquiando al Moncayo, también rechacé la oferta. Todos piensan que porque hago las mismas actividades que ellos, o parecidas, tengo la misma resistencia y fondo que ellos. Bueno, ellos ya cuentan que algo menos debido a mi edad. Pero la verdad es que nunca he sido un buen deportista, ni ahora ni de joven: siempre llegaba el último o casi en las clases de Educación Física del cole. Me acosté a la 1 de la madrugada después de una relajadora ducha, una abundante cena y una deliciosa cerveza y abrí los ojos por primera vez a las 2 del mediodía del sábado: 11 horas seguidas sin despegar la oreja de la almohada. ¡Menos mal que no me fui a ningún lado!!!!