¡¡17 y 18 de enero de 2009: un fin de semana redondo!!!! Y eso que los prolegómenos no empezaban nada bien.
El plan primigenio era ir el sábado a escalar a Barrosa con Abel (¿de qué me suena esto? ¿un dejavú?). Dormiríamos el viernes en el refu de Pineta y así no tendríamos que madrugar. A media semana todo cambió. Javi quería ir a Izas y dormir en Noves, el pueblo de un amigo (José Antonio; ver la entrada del Espolón de los Navarros). Al parecer iba a haber una fiesta con hogueras. La verdad es que no estábamos muy convencidos: las condiciones de hielo en Barrosa eran estupendas, mientras que las de Izas eran inciertas. Además Javi quería escalar la Colgada, una cascada de grado 5+. Demasiado para mí. Por otro lado, David también tenía sus propios planes. Él quería esquiar en vez de escalar. El finde pasado estuvo también escalando en hielo y se lesionó sus nudillos. Me encanta el esquí de travesía, pero no sería más que un estorbo para él si decidiera acompañarle: no tengo suficiente técnica y mi fondo físico es desastroso. Yo ya me veía atrapado. Sin embargo, todo se fue aclarando: Javi propuso renunciar a la Colgada (ya solo el nombre asusta) y atacar Notre Dame (una cascada a la que le teníamos todos ganas) y David al final se animó a nuestro plan atraído por las celebraciones al calor del fuego. El viernes por la tarde volvió a enredarse todo. Se suponía que íbamos a ir a dormir a casa de José Antonio las dos noches. Sin embargo, Javi nos llamó para decirnos que no podíamos ir el viernes, así que nos tocaba madrugar de nuevo y además el sábado posiblemente tendríamos que dormir al raso. No hay nada como hacer planes para que éstos se vayan al carajo.
Así que quedamos en que recogería primero a Abel a las 5 de la madrugada, luego a David a las 5:15 y por último a Javi a las 5:30. Carla iba a ir por la tarde con la furgo de Javi así que dejamos las botas y los esquís en su furgoneta. Como siempre los horarios no se cumplieron y fui desde el principio con retraso.
Izas es un valle perpendicular al de Canfranc. La entrada se encuentra en el segundo desvío pasado el pueblo. Un puente pegado a la carretera nos conduce a una pista que nos deja, si las condiciones de hielo y nieve lo permiten, en el coll de Ladrones. Con el 4x4 no tuvimos ningún problema en sortear las dificultades del terreno y llegar al párking del collado. Allí nos encontramos para nuestra desesperación toda una aglomeración de escaladores. Nunca había visto tanto coche. Nos entraron las prisas por salir cuanto antes, así que nos cambiamos de ropa, nos pusimos las botas e hicimos las mochilas a toda velocidad. El resultado: llegamos de los primeros a las cascadas, pero de 4 personas 3 nos dejamos las cámaras en el coche.
Así pues todas las fotos de la escalada las he tomado prestadas del blog de picassa de David donde podéis ver el álbum casi completo.
Desde el coche al plató donde se encuentran la mayoría de las cascadas del valle hay algo menos de una hora de pateo. Sobra decir que de los 4 yo era el más lento de todos y el que llegué el último. De hecho, a los 10 minutos de empezar a andar ya estaba resoplando bajo el peso de la mochila y preguntándome qué demonios hacía yo metido en estas movidas a mi edad. Detrás de nosotros venía un grupo de 8 escaladores a buen ritmo que me alcanzaron después de llegar al plató y uno de ellos me adelantó al poco tiempo de iniciar la fuerte subida del cono de nieve que nos dejaría a pie de vía. Afortunadamente se dirigía a la Colgada. Cuando yo llegué al pie de Notre Dame vi caer varios trozos de hielo y supuse que debía haber una cordada por encima de nosotros, a la que no vimos en todo el día, pero que nos iba dejando regalitos helados cada cierto tiempo. Mientras nos poníamos los arneses, los crampones y el resto del material llegaron nuestros perseguidores que dieron media vuelta hacia otra cascada en cuanto se enteraron de que estábamos 2 cordadas esperando a entrar. Organizamos las cordadas combinando un escalador fuerte con uno débil y así nos emparejamos Abel y yo y Javi y David. David y yo abrimos los largos más sencillos, 1º y 4º, y Javi y Abel los otros dos. Empezaron David y Javi y les seguimos Abel y yo a escasa distancia para que los posibles pedazos de hielo que nos pudieran tirar no nos llegaran con mucha fuerza.
El primer largo era una corta rampa helada facilita que terminaba en un estrechamiento incómodo que te tiraba a la izquierda. Al parecer este tramo en épocas escasas de hielo suele convertirse en un mixto complicadete. La salida del estrechamiento te deja en una campa de nieve de moderada inclinación, en cuyo comienzo hay una reunión a la derecha que nosotros nos saltamos y seguimos nieve arriba hasta una reunión de clavos a la que se llega al poco de superar una pequeña barrera rocosa semienterrada en la nieve y el hielo. De hecho David se la saltó intentando acercarse lo máximo posible al muro de hielo que cerraba este minicorredor encajonado entre enormes murallones rocosos, y montó una reunión 10 m más arriba con un par de friends. Las cuerdas no llegaban y Javi tuvo que salir unos metros en ensamble. Esperamos prudentemente a que cesara la lluvia de cascotes de hielo que nos enviaban los desconocidos escaladores que nos precedían y mientras yo aproveché para observar ensimismado ese inmenso acantilado helado, disfrutando de su cruda y fría belleza, intimidado por su verticalidad y su estrechez, sopesando si sería capaz de superarlo, intentando descubrir cuál sería el camino más fácil para sortear sus dificultades. Durante todo el tiempo que duró tanta contemplación no paré de alegrarme de haber subido la chaqueta de plumas: nos estábamos quedando pajaritos. Por fin, Javi se puso en movimiento. Esquivó la traicionera cortina de transparentes estalactitas de la derecha y fue escalando por el diedro que se había formado a su izquierda.
Le siguió David con mis piolets. Los suyos no tienen ningún tipo de protector para los dedos en su mango y temía machacárselos más. Yo no pude negarme porque el hombre había venido con nosotros a pesar de que no tenía intención de volver a escalar hielo tan pronto. Abel iba a escalar de primero, así que no parecía muy sensato que fuera él quien se los dejara a David y me tocó a mí escalar con ellos.
No eran malos, pero enseguida noté las diferencias: el mango no está tan curvado en sus piolets como en nuestros quarks, no tienen cuerno en el regatón que permita apoyar el dedo meñique, costaba sacarlos del hielo y lo peor, al menos para mí, sus dragoneras no eran automáticas y no podía ajustar su longitud. Las dragoneras son las correas que se atan al piolet y que se pasan por la muñeca para evitar que el piolet se caiga. También sirven, si están bien reguladas, para dar descanso a los antebrazos y en vez de hacer toda la fuerza con la mano colgar una buena parte del peso del escalador de la dragonera en vez de la mano. Las antiguas como las que llevaban los piolets de David, son un incordio porque es difícil sacar y meter la mano de la dragonera cada vez que tienes que soltar un piolet para meter o quitar un tornillo. Sin embargo, diversas marcas han desarrollado lo que se llaman dragoneras automáticas: se quedan fijas en tus muñecas y tienen un mecanismo para colgarlas y descolgarlas fácilmente del mango del piolet. Aún así, hay muchos alpinistas que escalan sin dragoneras porque entonces no hay posibilidad de engaño: toda la fuerza la hacen ellos, es una escalada más "limpia". Yo no tengo la fuerza necesaria para juegos limpios: o utilizo todas las técnicas que conozco para escalar más fácilmente y sin tanto esfuerzo, entre ellas las dragoneras, o me quedo en casita.
Si después de esta parrafada alguien aún quiere saber un poco más sobre piolets, mirar en este enlace: características piolets
El primer problema lo noté enseguida: una de sus dragoneras era demasiado larga, quedaba por debajo del regatón, así que si reposaba sobre ella mi mano se quedaba fuera del mango: no me quedaba más remedio que hacer toda la fuerza con mi mano. Por ello usé ese piolet con mi mano izquierda, la más fuerte. Aún así no me sentía seguro, estaba tenso y este sobreesfuerzo hizo que me cansara enseguida y tuviera que descansar al poco de empezar. El otro problema tampoco tardó tiempo en surgir: cada vez que tenía que quitar un tornillo tenía que quitarme la dragonera, y eso no era nada fácil. Al final decidí dejar el piolet izquierdo colgado de la dragonera y sujetarme solo del piolet derecho mientras realizaba esas operaciones. Todo esto no me hubiera importado tanto si el terreno por el que estaba escalando hubiera sido más sencillo, pero en ese caso tampoco David me hubiera pedido mis piolets, je je. Para colmo de males la cascada chorreaba agua que era una maravilla, tenía que salir de ahí cuanto antes y el engorro de las dragoneras de los piolets no me lo permitía. Todo estos problemas impedían que me concentrara en la escalada y más que escalar subía arrastrándome, como siempre.
El primer tramo del muro helado tiraba un poco hacia atrás, apoyé el pie derecha en una de las estalactitas de la derecha para equilibrarme y sin más mandé toda la estalactita entera corredor abajo. Pasados unos metros la cascada tumba un poco más y el largo termina en un estrecho corredor de hielo que desemboca en una cueva donde está montada la reunión.
Una de las más bonitas reuniones en hielo que he visto: al fondo de un cañon de enormes paredes de roca desde donde caen coladas de hielo que esculpen caprichosas formas en medio de una gigantesca soledad (¡¡¡y yo sin mi cámara: ahhhhhhh!!!!!). De ahí salen dos opciones: la de la derecha la vimos demasiado vertical y expuesta, la de la izquierda tenía su diversión.
Un estrecho agujero, tan pequeño que David tuvo que tirar alguna columna de hielo para pasar y yo me quedé por un momento atascado en su interior, sin poder seguir hacia adelante ni retroceder. Además, la estrechez impedía lanzar el brazo hacia atrás para clavar el piolet en el hielo y sólo con la fuerza de las muñecas me resultaba imposible clavarlo. De nuevo a arrastrase.
La salida del agujero comunicaba con una sección totalmente vertical de hielo que caía hasta la campa de nieve decenas de metros más abajo. Y yo con estos piolos!!!!
Montamos reunión en las primeras rocas. El siguiente largo era muy facilito, una serie de resaltes de escasa altura aunque de moderada pendiente. Abel me dejó sus piolets, sin dragoneras (¡que yuyu!), y él subió con los de David. La reunión costó un poco encontrarla, estaba en un árbol 2 0 3 m por encima de la vía. Desde ahí se continuaba hacia arriba por una pendiente fuerte de nieve para girar después hacia la derecha, flanquear los cortados rocosos que dominaban la cascada por encima y bajar hasta los tinglados del rápel.
Hay dos opciones para rapelar: una línea de rápeles está entre nuestra cascada y la Colgada, y la otra baja directamente por nuestra vía. Nosotros elegimos esta último opción porque ya no subía nadie detrás de nosotros y a nadie, por lo tanto, podríamos molestar. En el primer punto de rápel David me recompensó sobradamente: ¡¡¡tenía mandarinas y una botella de tang de mango!!! Fueron una bendición. Para llegar al siguiente rápel había que hacer un ligero péndulo.
Aquí perdí mi reverso, así que tuve que bajar mediante un nudo dinámico. Este segundo rápel nos dejó en la primera reunión, así que un último rápel más nos llevó a pie de vía donde habíamos dejado las mochilas. En la bajada noté todo el cansancio acumulado durante la jornada y como siempre el resto de mi cuadrilla me tuvo que esperar en el coche largo tiempo.
Apenas quedaban coches ya en el coll de Ladrones, estaba anocheciendo.
Bajamos a Canfranc y paramos en el albergue Pepito Grillo para celebrar la enorme vía de hoy, una de las cascadas más bonitas del Pirineo.
Bajamos a Jaca. Pasamos por el Forum donde entre otras compras yo repuse el reverso perdido. De ahí nos fuimos a Noves, el pueblo de José Antonio. Allí nos esperaba Carla. Afortunadamente había sitio en el suelo para poder dormir dentro de la casa en vez de dormir al frío raso. Sacamos todo el material del coche y lo extendimos por el salón de su casa para que se secara un poco: eso parecía un carromato de gitanos.
Noves es un pueblo muy pequeño situado en la carretera de Jaca a Aísa. La noche de San Antón la celebran con una enorme hoguera y una parrillada de chorizo, longaniza, conejo...
El ambiente era estupendo, la comida excepcional (no había nunca comido antes un conejo tan sabroso) y la cena terminó con acompañamiento musical a cargo de varios de los del pueblo.
A eso de las 12 nos retiramos la mayoría y dejamos allí a Abel. Yo había decidido unirme a Carla y Javi que se iban a ir a esquiar a Artouste. En principio Abel iba a acompañar a David a hacer alguna travesía con esquís, pero como no conseguimos despertarlo David no tuvo más remedio que venir con nosotros en contra de su religión. Pecó y pagó un forfait.
Artouste es una pequeña estación francesa de esquí a los pies del embalse de Fabregues, a 5 km de la frontera española bajando por el puerto de Portalet.Se accede a la estación mediante un telecabina añejo que te deja en la única cafetería de las pistas. Tiene dos pistas verdes, seis azules, 4 rojas y una negra. Para mí más que suficiente, al resto se les quedó muy muy pequeñita. Ventajas: el precio (22€ sin seguro el finde y 18€ entre semana) y la escasez de esquiadores (no tuvimos que hacer cola en ningún remonte o telesilla).
Los comienzos fueron desoladores: la primera pista azul que cogimos me pareció más empinada que la cascada del día anterior. Bajé torpe y despacio. Javi y Carla se quedaron conmigo casi toda la jornada con paciencia infinita y Javi me iba corrigiendo los numerosísmos fallos que tenía. Poco a poco iba cogiendo confianza y esquiando mejor, disfrutando de las bajadas (menos en las pistas estrechas).
A media tarde el tiempo cambió, como habían previsto los pronósticos y empezó a caer lluvia y agua-nieve. Parecía que iba a parar, pero no fue así y nos bajamos. Yo contento, ya empezaba a acusar el cansancio de todo el finde, los demás desilusionados por una jornada de esquí tan corta. Sin embargo, esto nos evitó las típicas y enormes caravanas domingueras de vuelta a Zaragoza. En España no hacía tan malo y la mayoría de los esquiadores aún seguían esquiando.
Quedamos con Abel en Sabiñánigo, en el restaurante Mi Casa, todo un clásico para nosotros (abierto a todas horas los fines de semana), a donde acudió con mi coche y donde por fin pudimos saciar el hambre acumulada durante la jornada. Esta vez sí, esta vez Abel llegó a casa con tiempo para descansar un poco (si es que le hacía falta después de dormir todo el día y de descansar la vista, como el dice, durante la mayor parte del viaje de vuelta), antes de ir a trabajar.
Escalada y esquí, esfuerzo y disfrute: un fin de semana de lujo.
El plan primigenio era ir el sábado a escalar a Barrosa con Abel (¿de qué me suena esto? ¿un dejavú?). Dormiríamos el viernes en el refu de Pineta y así no tendríamos que madrugar. A media semana todo cambió. Javi quería ir a Izas y dormir en Noves, el pueblo de un amigo (José Antonio; ver la entrada del Espolón de los Navarros). Al parecer iba a haber una fiesta con hogueras. La verdad es que no estábamos muy convencidos: las condiciones de hielo en Barrosa eran estupendas, mientras que las de Izas eran inciertas. Además Javi quería escalar la Colgada, una cascada de grado 5+. Demasiado para mí. Por otro lado, David también tenía sus propios planes. Él quería esquiar en vez de escalar. El finde pasado estuvo también escalando en hielo y se lesionó sus nudillos. Me encanta el esquí de travesía, pero no sería más que un estorbo para él si decidiera acompañarle: no tengo suficiente técnica y mi fondo físico es desastroso. Yo ya me veía atrapado. Sin embargo, todo se fue aclarando: Javi propuso renunciar a la Colgada (ya solo el nombre asusta) y atacar Notre Dame (una cascada a la que le teníamos todos ganas) y David al final se animó a nuestro plan atraído por las celebraciones al calor del fuego. El viernes por la tarde volvió a enredarse todo. Se suponía que íbamos a ir a dormir a casa de José Antonio las dos noches. Sin embargo, Javi nos llamó para decirnos que no podíamos ir el viernes, así que nos tocaba madrugar de nuevo y además el sábado posiblemente tendríamos que dormir al raso. No hay nada como hacer planes para que éstos se vayan al carajo.
Así que quedamos en que recogería primero a Abel a las 5 de la madrugada, luego a David a las 5:15 y por último a Javi a las 5:30. Carla iba a ir por la tarde con la furgo de Javi así que dejamos las botas y los esquís en su furgoneta. Como siempre los horarios no se cumplieron y fui desde el principio con retraso.
Izas es un valle perpendicular al de Canfranc. La entrada se encuentra en el segundo desvío pasado el pueblo. Un puente pegado a la carretera nos conduce a una pista que nos deja, si las condiciones de hielo y nieve lo permiten, en el coll de Ladrones. Con el 4x4 no tuvimos ningún problema en sortear las dificultades del terreno y llegar al párking del collado. Allí nos encontramos para nuestra desesperación toda una aglomeración de escaladores. Nunca había visto tanto coche. Nos entraron las prisas por salir cuanto antes, así que nos cambiamos de ropa, nos pusimos las botas e hicimos las mochilas a toda velocidad. El resultado: llegamos de los primeros a las cascadas, pero de 4 personas 3 nos dejamos las cámaras en el coche.
Así pues todas las fotos de la escalada las he tomado prestadas del blog de picassa de David donde podéis ver el álbum casi completo.
Desde el coche al plató donde se encuentran la mayoría de las cascadas del valle hay algo menos de una hora de pateo. Sobra decir que de los 4 yo era el más lento de todos y el que llegué el último. De hecho, a los 10 minutos de empezar a andar ya estaba resoplando bajo el peso de la mochila y preguntándome qué demonios hacía yo metido en estas movidas a mi edad. Detrás de nosotros venía un grupo de 8 escaladores a buen ritmo que me alcanzaron después de llegar al plató y uno de ellos me adelantó al poco tiempo de iniciar la fuerte subida del cono de nieve que nos dejaría a pie de vía. Afortunadamente se dirigía a la Colgada. Cuando yo llegué al pie de Notre Dame vi caer varios trozos de hielo y supuse que debía haber una cordada por encima de nosotros, a la que no vimos en todo el día, pero que nos iba dejando regalitos helados cada cierto tiempo. Mientras nos poníamos los arneses, los crampones y el resto del material llegaron nuestros perseguidores que dieron media vuelta hacia otra cascada en cuanto se enteraron de que estábamos 2 cordadas esperando a entrar. Organizamos las cordadas combinando un escalador fuerte con uno débil y así nos emparejamos Abel y yo y Javi y David. David y yo abrimos los largos más sencillos, 1º y 4º, y Javi y Abel los otros dos. Empezaron David y Javi y les seguimos Abel y yo a escasa distancia para que los posibles pedazos de hielo que nos pudieran tirar no nos llegaran con mucha fuerza.
El primer largo era una corta rampa helada facilita que terminaba en un estrechamiento incómodo que te tiraba a la izquierda. Al parecer este tramo en épocas escasas de hielo suele convertirse en un mixto complicadete. La salida del estrechamiento te deja en una campa de nieve de moderada inclinación, en cuyo comienzo hay una reunión a la derecha que nosotros nos saltamos y seguimos nieve arriba hasta una reunión de clavos a la que se llega al poco de superar una pequeña barrera rocosa semienterrada en la nieve y el hielo. De hecho David se la saltó intentando acercarse lo máximo posible al muro de hielo que cerraba este minicorredor encajonado entre enormes murallones rocosos, y montó una reunión 10 m más arriba con un par de friends. Las cuerdas no llegaban y Javi tuvo que salir unos metros en ensamble. Esperamos prudentemente a que cesara la lluvia de cascotes de hielo que nos enviaban los desconocidos escaladores que nos precedían y mientras yo aproveché para observar ensimismado ese inmenso acantilado helado, disfrutando de su cruda y fría belleza, intimidado por su verticalidad y su estrechez, sopesando si sería capaz de superarlo, intentando descubrir cuál sería el camino más fácil para sortear sus dificultades. Durante todo el tiempo que duró tanta contemplación no paré de alegrarme de haber subido la chaqueta de plumas: nos estábamos quedando pajaritos. Por fin, Javi se puso en movimiento. Esquivó la traicionera cortina de transparentes estalactitas de la derecha y fue escalando por el diedro que se había formado a su izquierda.
Le siguió David con mis piolets. Los suyos no tienen ningún tipo de protector para los dedos en su mango y temía machacárselos más. Yo no pude negarme porque el hombre había venido con nosotros a pesar de que no tenía intención de volver a escalar hielo tan pronto. Abel iba a escalar de primero, así que no parecía muy sensato que fuera él quien se los dejara a David y me tocó a mí escalar con ellos.
No eran malos, pero enseguida noté las diferencias: el mango no está tan curvado en sus piolets como en nuestros quarks, no tienen cuerno en el regatón que permita apoyar el dedo meñique, costaba sacarlos del hielo y lo peor, al menos para mí, sus dragoneras no eran automáticas y no podía ajustar su longitud. Las dragoneras son las correas que se atan al piolet y que se pasan por la muñeca para evitar que el piolet se caiga. También sirven, si están bien reguladas, para dar descanso a los antebrazos y en vez de hacer toda la fuerza con la mano colgar una buena parte del peso del escalador de la dragonera en vez de la mano. Las antiguas como las que llevaban los piolets de David, son un incordio porque es difícil sacar y meter la mano de la dragonera cada vez que tienes que soltar un piolet para meter o quitar un tornillo. Sin embargo, diversas marcas han desarrollado lo que se llaman dragoneras automáticas: se quedan fijas en tus muñecas y tienen un mecanismo para colgarlas y descolgarlas fácilmente del mango del piolet. Aún así, hay muchos alpinistas que escalan sin dragoneras porque entonces no hay posibilidad de engaño: toda la fuerza la hacen ellos, es una escalada más "limpia". Yo no tengo la fuerza necesaria para juegos limpios: o utilizo todas las técnicas que conozco para escalar más fácilmente y sin tanto esfuerzo, entre ellas las dragoneras, o me quedo en casita.
Si después de esta parrafada alguien aún quiere saber un poco más sobre piolets, mirar en este enlace: características piolets
El primer problema lo noté enseguida: una de sus dragoneras era demasiado larga, quedaba por debajo del regatón, así que si reposaba sobre ella mi mano se quedaba fuera del mango: no me quedaba más remedio que hacer toda la fuerza con mi mano. Por ello usé ese piolet con mi mano izquierda, la más fuerte. Aún así no me sentía seguro, estaba tenso y este sobreesfuerzo hizo que me cansara enseguida y tuviera que descansar al poco de empezar. El otro problema tampoco tardó tiempo en surgir: cada vez que tenía que quitar un tornillo tenía que quitarme la dragonera, y eso no era nada fácil. Al final decidí dejar el piolet izquierdo colgado de la dragonera y sujetarme solo del piolet derecho mientras realizaba esas operaciones. Todo esto no me hubiera importado tanto si el terreno por el que estaba escalando hubiera sido más sencillo, pero en ese caso tampoco David me hubiera pedido mis piolets, je je. Para colmo de males la cascada chorreaba agua que era una maravilla, tenía que salir de ahí cuanto antes y el engorro de las dragoneras de los piolets no me lo permitía. Todo estos problemas impedían que me concentrara en la escalada y más que escalar subía arrastrándome, como siempre.
El primer tramo del muro helado tiraba un poco hacia atrás, apoyé el pie derecha en una de las estalactitas de la derecha para equilibrarme y sin más mandé toda la estalactita entera corredor abajo. Pasados unos metros la cascada tumba un poco más y el largo termina en un estrecho corredor de hielo que desemboca en una cueva donde está montada la reunión.
Una de las más bonitas reuniones en hielo que he visto: al fondo de un cañon de enormes paredes de roca desde donde caen coladas de hielo que esculpen caprichosas formas en medio de una gigantesca soledad (¡¡¡y yo sin mi cámara: ahhhhhhh!!!!!). De ahí salen dos opciones: la de la derecha la vimos demasiado vertical y expuesta, la de la izquierda tenía su diversión.
Un estrecho agujero, tan pequeño que David tuvo que tirar alguna columna de hielo para pasar y yo me quedé por un momento atascado en su interior, sin poder seguir hacia adelante ni retroceder. Además, la estrechez impedía lanzar el brazo hacia atrás para clavar el piolet en el hielo y sólo con la fuerza de las muñecas me resultaba imposible clavarlo. De nuevo a arrastrase.
La salida del agujero comunicaba con una sección totalmente vertical de hielo que caía hasta la campa de nieve decenas de metros más abajo. Y yo con estos piolos!!!!
Montamos reunión en las primeras rocas. El siguiente largo era muy facilito, una serie de resaltes de escasa altura aunque de moderada pendiente. Abel me dejó sus piolets, sin dragoneras (¡que yuyu!), y él subió con los de David. La reunión costó un poco encontrarla, estaba en un árbol 2 0 3 m por encima de la vía. Desde ahí se continuaba hacia arriba por una pendiente fuerte de nieve para girar después hacia la derecha, flanquear los cortados rocosos que dominaban la cascada por encima y bajar hasta los tinglados del rápel.
Hay dos opciones para rapelar: una línea de rápeles está entre nuestra cascada y la Colgada, y la otra baja directamente por nuestra vía. Nosotros elegimos esta último opción porque ya no subía nadie detrás de nosotros y a nadie, por lo tanto, podríamos molestar. En el primer punto de rápel David me recompensó sobradamente: ¡¡¡tenía mandarinas y una botella de tang de mango!!! Fueron una bendición. Para llegar al siguiente rápel había que hacer un ligero péndulo.
Aquí perdí mi reverso, así que tuve que bajar mediante un nudo dinámico. Este segundo rápel nos dejó en la primera reunión, así que un último rápel más nos llevó a pie de vía donde habíamos dejado las mochilas. En la bajada noté todo el cansancio acumulado durante la jornada y como siempre el resto de mi cuadrilla me tuvo que esperar en el coche largo tiempo.
Apenas quedaban coches ya en el coll de Ladrones, estaba anocheciendo.
Bajamos a Canfranc y paramos en el albergue Pepito Grillo para celebrar la enorme vía de hoy, una de las cascadas más bonitas del Pirineo.
Bajamos a Jaca. Pasamos por el Forum donde entre otras compras yo repuse el reverso perdido. De ahí nos fuimos a Noves, el pueblo de José Antonio. Allí nos esperaba Carla. Afortunadamente había sitio en el suelo para poder dormir dentro de la casa en vez de dormir al frío raso. Sacamos todo el material del coche y lo extendimos por el salón de su casa para que se secara un poco: eso parecía un carromato de gitanos.
Noves es un pueblo muy pequeño situado en la carretera de Jaca a Aísa. La noche de San Antón la celebran con una enorme hoguera y una parrillada de chorizo, longaniza, conejo...
Abel y Javi al lado de la parrillada
A pesar del enorme frío, -1ºC, el gigantesco fuego calentaba tanto que incluso me permití el lujo de quitarme la chaqueta de plumas. Eso sí, a medida que se consumía la leña y la hogera perdía altura y fuerza todo el mundo nos íbamos acercando más y más a ella.El ambiente era estupendo, la comida excepcional (no había nunca comido antes un conejo tan sabroso) y la cena terminó con acompañamiento musical a cargo de varios de los del pueblo.
El grupo de músicos del pueblo.
José Antonio no aparece, pero también se les unió en varias canciones con la flauta
Entre las escasas 40 personas que estábamos me encontré con el secretario del instituto en el que estuve trabajando el curso pasado, es increíble.José Antonio no aparece, pero también se les unió en varias canciones con la flauta
A eso de las 12 nos retiramos la mayoría y dejamos allí a Abel. Yo había decidido unirme a Carla y Javi que se iban a ir a esquiar a Artouste. En principio Abel iba a acompañar a David a hacer alguna travesía con esquís, pero como no conseguimos despertarlo David no tuvo más remedio que venir con nosotros en contra de su religión. Pecó y pagó un forfait.
Artouste es una pequeña estación francesa de esquí a los pies del embalse de Fabregues, a 5 km de la frontera española bajando por el puerto de Portalet.Se accede a la estación mediante un telecabina añejo que te deja en la única cafetería de las pistas. Tiene dos pistas verdes, seis azules, 4 rojas y una negra. Para mí más que suficiente, al resto se les quedó muy muy pequeñita. Ventajas: el precio (22€ sin seguro el finde y 18€ entre semana) y la escasez de esquiadores (no tuvimos que hacer cola en ningún remonte o telesilla).
Los comienzos fueron desoladores: la primera pista azul que cogimos me pareció más empinada que la cascada del día anterior. Bajé torpe y despacio. Javi y Carla se quedaron conmigo casi toda la jornada con paciencia infinita y Javi me iba corrigiendo los numerosísmos fallos que tenía. Poco a poco iba cogiendo confianza y esquiando mejor, disfrutando de las bajadas (menos en las pistas estrechas).
A media tarde el tiempo cambió, como habían previsto los pronósticos y empezó a caer lluvia y agua-nieve. Parecía que iba a parar, pero no fue así y nos bajamos. Yo contento, ya empezaba a acusar el cansancio de todo el finde, los demás desilusionados por una jornada de esquí tan corta. Sin embargo, esto nos evitó las típicas y enormes caravanas domingueras de vuelta a Zaragoza. En España no hacía tan malo y la mayoría de los esquiadores aún seguían esquiando.
Quedamos con Abel en Sabiñánigo, en el restaurante Mi Casa, todo un clásico para nosotros (abierto a todas horas los fines de semana), a donde acudió con mi coche y donde por fin pudimos saciar el hambre acumulada durante la jornada. Esta vez sí, esta vez Abel llegó a casa con tiempo para descansar un poco (si es que le hacía falta después de dormir todo el día y de descansar la vista, como el dice, durante la mayor parte del viaje de vuelta), antes de ir a trabajar.
Escalada y esquí, esfuerzo y disfrute: un fin de semana de lujo.
1 comentario:
vaya alpinista estas hecho!!!
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