¡Por fin! Después de mucho esperar, ya he podido inaugurar, ¡y de qué manera! la temporada invernal. El viernes 2 de enero quedé con un chaval, es que tiene 17 añitos, llamado Chema para ir a escalar a la zona de cascadas de hielo situada al final del valle de Canal Roya. Los augurios no eran muy buenos: el pronóstico del tiempo no era el mejor (60% de posibilidades de precipitaciones según la AEM), lluvia fina desde Zaragoza hasta casi Biescas, ligera nevada en el párking de la estación de esquí de Formigal... Pero las ganas pueden más que el madrugón, el sueño o los pronósticos de tiempo, así que cogimos las mochilas con el material y salimos. La aproximación discurre por una de las pistas de esquí de Formigal hasta un collado y desde ahí queda una bajada por una pendiente avalanchosa hasta pie de cascadas. Dada la comodidad de la aproximación decidí sacar de paseo mis esquís de travesía y poder realizar una vuelta al coche mucho más rápida.
Pero mi técnica es muy mediocre así que mi ritmo de subida era desastroso y no me atreví a realizar toda la bajada desde el collado con los esquís, así que los dejé en el primer recodo que quedaba fuera de la vista desde el collado.
La zona de cascadas de Canal Roya es pequeñita, tiene media docena de cascadas, de dificultad media. La que yo tenía ganas de hacer era Os Diables de Panti, graduación II, 4. La cotación de la escalada en hielo se realiza con dos números: el primero, con números romanos, indica el grado de exposición de la vía (longitud de la escalada, distancia al coche, peligro de avalanchas, dificultad de acceso...) y el segundo cataloga principalmente la inclinación. Un grado 4 abarca de 75 a 85º. No es totalmente vertical, pero se le parece mucho.
La zona de cascadas de Canal Roya es pequeñita, tiene media docena de cascadas, de dificultad media. La que yo tenía ganas de hacer era Os Diables de Panti, graduación II, 4. La cotación de la escalada en hielo se realiza con dos números: el primero, con números romanos, indica el grado de exposición de la vía (longitud de la escalada, distancia al coche, peligro de avalanchas, dificultad de acceso...) y el segundo cataloga principalmente la inclinación. Un grado 4 abarca de 75 a 85º. No es totalmente vertical, pero se le parece mucho.
Los malos augurios fueron disipándose a la misma velocidad que la niebla: el sol no tardó en salir, las cascadas estaban bien formadas, no hacía mucho frío pero tampoco calor: alrededor de 0ºC (escalar con grados positivos es muy peligroso debido a la posibilidad de que la columna de hielo se rompa y escalar con mucho frío es muy desagradable), y lo mejor: ¡apenas había gente escalando!!!!! Sólo un cordada de dos en la misma vía que nosotros. Pero ni siquiera tuvimos que esparar mucho. El primero ya había escado el primer largo antes de llegar nosotros y para cuando nos pusimos arneses, crampones, todo el material (tornillos, cintas disipadoras...) y las cuerdas, ellos ya estaban rapelando.
Esta cascada tiene varios largos, pero los dos más interesantes son los dos primeros, así que la mayoría de la gente llega hasta la segunda reunión y bajan rapelando de una sola tirada (con 2 cuerdas de 60 m da de sobra) hasta pie de vía.
Chema apenas había escalado en hielo así que sin que sirva de precedente me tocó ir de primero. No las tenía todas conmigo de que fuera a liberar la vía (la escalada en hielo es tremendamente cansada, tanto para los antebrazos como para los gemelos: muchas veces apoyas todo tu peso sólo en las puntas de tus crampones), así que me suelo colgar de los tornillos o del piolet para descansar. Las sensaciones iniciales fueron muy buenas, pero no había que alegrarse demasiado: estaba en la parte más fácil del largo, los primeros 10-15 m, muy tumbados. La cordada anterior nos había recomendado tirar por la parte izquierda del muro helado, más vertical pero con mejor hielo, dijeron, y ya desde abajo habia tenido mis dudas sobre el consejo, pero pegado a la cascada y viendo realmente su verticalidad aún tenía menos. Probé. Seguía bien, sin ponerme nervioso, desviando todo el peso que podía sobre mis pies en vez de sobre los piolets para dar descanso a mis débiles antebrazos. Notaba la diferencia de escalar con las botas rígidas de esquí en vez de con las flexibles botas de cuero: no tenía que hacer tanta fuerza con los gemelos para mantener la posición de mis pies.
Esta cascada tiene varios largos, pero los dos más interesantes son los dos primeros, así que la mayoría de la gente llega hasta la segunda reunión y bajan rapelando de una sola tirada (con 2 cuerdas de 60 m da de sobra) hasta pie de vía.
Chema apenas había escalado en hielo así que sin que sirva de precedente me tocó ir de primero. No las tenía todas conmigo de que fuera a liberar la vía (la escalada en hielo es tremendamente cansada, tanto para los antebrazos como para los gemelos: muchas veces apoyas todo tu peso sólo en las puntas de tus crampones), así que me suelo colgar de los tornillos o del piolet para descansar. Las sensaciones iniciales fueron muy buenas, pero no había que alegrarse demasiado: estaba en la parte más fácil del largo, los primeros 10-15 m, muy tumbados. La cordada anterior nos había recomendado tirar por la parte izquierda del muro helado, más vertical pero con mejor hielo, dijeron, y ya desde abajo habia tenido mis dudas sobre el consejo, pero pegado a la cascada y viendo realmente su verticalidad aún tenía menos. Probé. Seguía bien, sin ponerme nervioso, desviando todo el peso que podía sobre mis pies en vez de sobre los piolets para dar descanso a mis débiles antebrazos. Notaba la diferencia de escalar con las botas rígidas de esquí en vez de con las flexibles botas de cuero: no tenía que hacer tanta fuerza con los gemelos para mantener la posición de mis pies.
Desde abajo la primera tirada no me había parecido tan largo, pero ahora empezaba a notar cómo mi brazo derecho perdía fuerza en cada golpe de piolet. Volví a barajar la posibilidad de colgarme y descansar, pero miraba hacia arriba y me decía a mi mismo que no quedaba tanto, y así casi sin darme cuenta llegué al árbol donde está montada la primera reunión. No me lo podía creer: había llegado, ¡y sin colgarme! Recogí las cuerdas y empecé a asegurar a Chema. Nada más llegar a la pequeña campa de nieve donde estaba yo, se dejó caer al suelo mientras me contaba que se encontraba mal y que se estaba mareando. Conseguí que comiera y bebiera algo, pero no se reponía. Así estuvo casi un cuarto de hora. Me dio tiempo a hacer varias fotos y a quedarme frío.
La sombra del Anayet proyectada sobre el valle de Canal Roya.
A la derecha, los restos de una avalancha
A la derecha, los restos de una avalancha
Yo ya daba por terminada la escalada y sólo pensaba en cómo bajar de ahí si no se recuperaba. Sin embargo, en cuanto se levantó para recorrer los escasos 2 metros que le separaban aún de la reunión se sintió mejor y tanto insistió que acepté seguir y tirar también el segundo largo. Éste es bastante más corto que el anterior y menos duro, su única dificultad es un corto resalte vertical en el cual sí que tuve que tirar de brazos. Chema llegó sin ningún problema físico esta vez
e iniciamos las maniobras para el rápel. El mosquetón del reverso, la pieza que se utiliza para asegurar y rapelar, de Chema no se abría y tuvo que bajar mediante un nudo dinámico (nos costó un ratillo recordar cómo se hacía) asegurado con prusik por si las moscas.
Antes de marchar nos acercamos a la vía llamada Enajenación mental, grado 5, para que Chema la viera.
Salí yo primero para ahorrar tiempo mientras Chema terminaba de empaquetar su material en la mochila porque sabía que él me iba a adelantar bastante antes de llegar al collado, como así fue. Subía despacio, cansado, pero me animaba pensando en la cascada que acababa de escalar. No es que fuera una azaña alpina, de hecho toda mi cuadrilla ya la había escalado el año pasado. La mayoría de ellos empezaron a escalar en hielo al mismo tiempo que yo o un poco más tarde y todos me han superado ya. Todos hacen vías más difíciles, pero yo me divierto igual que ellos.
Llegué a los esquís, les puse las pieles de foca, seguí subiendo penosamente, en el collado quité las focas, me ajusté las botas, anclé los talones de las fijaciones e inicié el descenso, feliz por no tener que patear hasta abajo. Mi alegría no fue total por el cansancio de mis muslos, que me obligaba a desansar de vez en cuando, y mi torpeza esquiando: la pista era azul, bajé haciendo cuña buena parte del tiempo y aún conseguí caerme un par de veces. Además estaba preocupado por Chema, no le veía por ningún lado. Pensé que se podía haber equivocado de camino. Le encontré medio muerto de frío ¡esperándome en el coche!!!! Llevaba ahí media hora, me dijo. Él a pie y yo esquiando y me había sacado media hora. Éste es mi estado de forma física, je je.
Chema me había propuesto quedarnos en su casa en Villanúa y escalar al día siguiente también, pero yo estaba muy cansado. Así que decidí volver a Zaragoza. Recogimos todo con calma porque había una caravana enorme de bajada. Tuvimos la mala suerte de llegar justo a la hora de cierre de las estaciones de esquí y tardamos una hora en bajar desde la estación de esquí de Formigal a Formigal pueblo. Afortunadamente era viernes y no domingo, la mayoría de los esquiadores habían subido para pasar el fin de semana y la carretera se quedó casi vacía al pasar Escarrilla. David me llamó para ver si me animaba a subir esquiando al Moncayo, también rechacé la oferta. Todos piensan que porque hago las mismas actividades que ellos, o parecidas, tengo la misma resistencia y fondo que ellos. Bueno, ellos ya cuentan que algo menos debido a mi edad. Pero la verdad es que nunca he sido un buen deportista, ni ahora ni de joven: siempre llegaba el último o casi en las clases de Educación Física del cole. Me acosté a la 1 de la madrugada después de una relajadora ducha, una abundante cena y una deliciosa cerveza y abrí los ojos por primera vez a las 2 del mediodía del sábado: 11 horas seguidas sin despegar la oreja de la almohada. ¡Menos mal que no me fui a ningún lado!!!!
Antes de marchar nos acercamos a la vía llamada Enajenación mental, grado 5, para que Chema la viera.
Salí yo primero para ahorrar tiempo mientras Chema terminaba de empaquetar su material en la mochila porque sabía que él me iba a adelantar bastante antes de llegar al collado, como así fue. Subía despacio, cansado, pero me animaba pensando en la cascada que acababa de escalar. No es que fuera una azaña alpina, de hecho toda mi cuadrilla ya la había escalado el año pasado. La mayoría de ellos empezaron a escalar en hielo al mismo tiempo que yo o un poco más tarde y todos me han superado ya. Todos hacen vías más difíciles, pero yo me divierto igual que ellos.
Llegué a los esquís, les puse las pieles de foca, seguí subiendo penosamente, en el collado quité las focas, me ajusté las botas, anclé los talones de las fijaciones e inicié el descenso, feliz por no tener que patear hasta abajo. Mi alegría no fue total por el cansancio de mis muslos, que me obligaba a desansar de vez en cuando, y mi torpeza esquiando: la pista era azul, bajé haciendo cuña buena parte del tiempo y aún conseguí caerme un par de veces. Además estaba preocupado por Chema, no le veía por ningún lado. Pensé que se podía haber equivocado de camino. Le encontré medio muerto de frío ¡esperándome en el coche!!!! Llevaba ahí media hora, me dijo. Él a pie y yo esquiando y me había sacado media hora. Éste es mi estado de forma física, je je.
Chema me había propuesto quedarnos en su casa en Villanúa y escalar al día siguiente también, pero yo estaba muy cansado. Así que decidí volver a Zaragoza. Recogimos todo con calma porque había una caravana enorme de bajada. Tuvimos la mala suerte de llegar justo a la hora de cierre de las estaciones de esquí y tardamos una hora en bajar desde la estación de esquí de Formigal a Formigal pueblo. Afortunadamente era viernes y no domingo, la mayoría de los esquiadores habían subido para pasar el fin de semana y la carretera se quedó casi vacía al pasar Escarrilla. David me llamó para ver si me animaba a subir esquiando al Moncayo, también rechacé la oferta. Todos piensan que porque hago las mismas actividades que ellos, o parecidas, tengo la misma resistencia y fondo que ellos. Bueno, ellos ya cuentan que algo menos debido a mi edad. Pero la verdad es que nunca he sido un buen deportista, ni ahora ni de joven: siempre llegaba el último o casi en las clases de Educación Física del cole. Me acosté a la 1 de la madrugada después de una relajadora ducha, una abundante cena y una deliciosa cerveza y abrí los ojos por primera vez a las 2 del mediodía del sábado: 11 horas seguidas sin despegar la oreja de la almohada. ¡Menos mal que no me fui a ningún lado!!!!
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