domingo, 26 de abril de 2009

Rodellar

Viernes 24 de abril de 2009
Carlos me ofreció un plan que no pude rechazar: ir a escalar al paraíso de la escalada deportiva, Rodellar. Esta escuela de escalada está situada en el cañón del Mascún, en el pueblo de Rodellar, en la Sierra de Guara. Las numerosas cuevas y oquedades erosionadas por el río son el lugar perfecto para los escaladores deportivos. La mayoría de sus vías son de desplome, con buenos agarres y de continuidad. Hay que tener mucha resistencia para poder terminarlas.
Tampoco madrugamos, ¿para qué? Con un par de horas de escalada nuestros antebrazos no podrán moverse. Había muy poca gente, de hecho pudimos aparcar en pleno pueblo, en la plaza de la fuente. Se me olvidó la guía de escalada así que nos fuimos a una zona conocida: el Pince Sans Rire.
En rojo el sector de Pince Sans Rire
Es una cueva a la que se accede después de cruzar el río y de subir una fuerte pendiente a través de una pedrera que te deja sin aliento.
El lado izquierdo está siempre en sombra, protegido del fuerte calor que hacía al sol. Después de refrescarnos y de secarnos el sudor atacamos directamente a la vía Chia Bambino, 6a+, 20m. Carlos empezó de primero, pero no estaba muy fino y tuvo que pararse varias veces. Yo aún estuve peor: en la 3ª chapa tenía ya los brazos como morcillas. Decidí bajarme para no reventarlos y poder hacer un segundo intento. Carlos la subió después de 2º y luego llegó mi turno.
Carlos en los primeros metros, los más desplomados, de Chia bambino
Pero de nuevo me desinflé en un par de seguros. Claramente estoy en peor forma que hace 2 años cuando también le di un par de pegues. A partir de ahí tuve que descansar prácticamente en cada chapa.
El agüelo no podía más
Después de 1h llegué a la cadena y bajé por la vía de al lado, Dimes y diretes, 6c, poniendo las cintas para que Carlos le diera un pegue de 2º. Poner las cintas mientras bajas en una vía extraplomada no es una tarea sencilla, hay que balancearse y apuntar bien para colgar la cinta en el momento que te acercas a la pared, agarrarla y pasar la cuerda por ella. Mis pobres brazos apenas podían sujetarme el tiempo suficiente para pasar la cuerda así que me costó bastantes esfuerzos conseguirlo. Afortunadamente Carlos me perdonó las 3 últimas chapas. Él consiguió subirla descansando sólo en un par de ocasiones.
Carlos en Dimes y diretes
Y aquí dimos por terminada nuestra jornada de no-escalada: Carlos 3 pegues, yo sólo 2. Nos fuimos a dar un paseo por el río.
El Delfín visto por detrás
Bajaba tanta agua que teníamos que descalzarnos prácticamente en todos los vados. Nos paramos en un remanso del río bien alejado del último sector de escalada y a la vista de la estética aguja de Cuca Bellostas.
Comimos algo y nos tumbamos a ver pasar el tiempo. Pasadas unas horas, recogimos: llegó el turno de las jarras de cerveza en el primer bar que vimos abierto. Y de ahí, a casita. Esto es escalar, sí señor.
PD1: al pasar por Argües hicimos una paradita en la panadería Begoña para comprar un empanadico de manzana para cada uno: umm, tremendo.
PD2: no me quito la vía de la cabeza, no paro de pensar en sus pasos (poner bien los pies, estirar los brazos, equilibrar el cuerpo en la entrada de la fisura, buscar la oreja dentro de la fisura, pedazo canto nada más superar la fisura, la regleta final antes de llegar a la reunión...), y ya me he propuesto encadenarla antes de que acabe el verano. Veremos si lo consigo.

Sierra de Guara. Barranco de los Lumos

Jueves 23 de abril de 2009
San Jorge, patrono de Aragón y comienzo de puente. El día anterior me llamó David Malabares para ir a hacer descenso de cañones y me apunté sin dudarlo, sin siquiera preguntar qué barranco quería hacer, me daba igual. Hacía muchos años ya que no disfrutaba de esta actividad y me importaba poco el lugar concreto donde volver a realizarla. Me pasó a recoger pasadas las 9:20 de la mañana, sin madrugar, otro puntazo de estas cosas. Paramos en uno de los cámpings de Alquézar para alquilar el neopreno que yo usaría (12€) y nos dirigimos después de sopesar pros y contras al Barranco de los Lumos, un semi desconocido dentro de la sierra de Guara.
para acceder a él hay que pasar Colungo, el puente de la Garganta y el desvío a Asque y dejar el coche en un párkin situado a la izquierda de la carretera entre el km 8 y el 9. De ahí nacen dos pistas que nos llevan a dos entradas distintas del cañón. Como ninguno de los dos había hecho antes este barranco no supimos muy bien por cuál entrar y cogimos la pista que nos pareció más evidente: la que sale paralela a la carretera pero en dirección al collado de San Capracio.
Párking de entrada. A la izquierda la pista que cogimos
David me enseñó a hacer una "mochila" con el peto y allí metí la chaqueta, el casco y el arnés. El resto de las cosas: algo de comida y las cuerdas iban en la mochila de verdad que llevaba David. Así, con el peto anudado a la espalda y en calzoncillos empezamos la aproximación.
Al fondo Alquézar
El camino enseguida gira hacia la izquierda y comienza a descender haciendo zig-zags por un sendero entre el sotobosque que cuesta seguir a veces. En una canalera evidente tiramos recto hacia abajo hasta llegar al primer rápel que nos encontramos: una cuerda amarilla atada a un árbol y con un par de trozos de cadena. Allí me puse ya el peto y el arnés. A pesar de ser el rápel más largo que tuvimos que hacer llegó con una sola cuerda. Fue un rápel un poco cabroncete porque resbalaba bastante y porque la segunda parte era volado por lo que había que tener cuidado en no pillarte las manos en el borde.
Primer rápel
Seguimos andando tranquilamente por el riachuelillo hasta el punto donde empezaba lo divertido: los estrechos. David me aconsejó ponernos la chaqueta también a pesar del calor para evitar las rozaduras en los brazos. ¡Y qué razón tenía! El cañón se estrechaba tanto en muchos puntos que teníamos que pasar de perfil y descender empotrando nuestro cuerpo. Este tramo duró unos centenares de metros, los suficientes para entretenernos un rato y no demasiados como para agobiarnos.
Último rápel antes del ensanchamiento
Termina en un ensanchamiento que nosostros interpretamos como el final del cañón y enseguida empezamos a trepetear por el lado derecho buscando indicios de sendero. En cuanto cogimos un poco de altura nos dimos cuenta que el cañón seguía aún más, así que dimos media vuelta y destrepamos con cuidado lo subido. Esta segunda parte del cañón fue mucho más acuática, con pozas profundas aunque sin grandes saltos y con estrechamientos continuos aunque no tan claustrofóbicos como los anteriores.

En una de las pocas pozas que permitían un bañito
Un mini salto
Los últimos metros son un incómodo paseo por un caos de vegetación, piedras y arena hasta llegar tras poco más de 3 h y media a un claro donde un hito a la derecha nos indica el sendero que sube a la loma de la derecha y que nos llevó de vuelta al coche en poco más de una hora.
David tenía ganas de hacer otro cañón más, pero la hora, el calor y mi pereza le convencieron para dejarlo para otra ocasión. Devolvimos el neopreno, tomamos una cerveza en Alquézar con vistas a la colegiata y volvimos a una hora razonable a Zaragoza, sin apenas cansarnos y plenamente satisfechos. Todo un cambio. ¿Por qué no dejo mis intentos de alpinismo y me dedico sólo a esto?

sábado, 25 de abril de 2009

Jornadas de escalada artificial en Vilanova de Meiá

Fechas: del 9 al 13 de abril de 2009
Casi sin darme tiempo a recuperarme del esfuerzo del María Luisa, el jueves por la mañana estaba ya dándome otro madrugón para acudir a las jornadas de escalada artificial que el GAME organizaba en Vilanova de Meiá. Nadie de mi cuadrilla quiso acudir así que me apunté yo solito. Sin embargo, no tuve que viajar solo porque Santi Llop, uno de los organizadores, me puso en contacto con un chico de Zaragoza, Dani, que también asistía al encuentro y viajamos los dos juntos. Y escalamos también juntos, porque nos pusieron en la misma cordada nada más llegar.
El objetivo de las jornadas se suponía que era reunir a escaladores de diversos puntos y escalar juntos vías de diversa dificultad. Sin embargo, pronto se tuvo que cambiar de planes porque apenas había gente que tuviera realmente experiencia en escalada artificial. Así que las jornadas se convirtieron en un cursillo práctico.
Vilanova de Meiá es un pequeño pueblo de Lérida rodeado de enormes paredes calcáreas donde se puede practicar tanto la escalada libre como la artificial. Estuvimos alojados a media pensión en las habitaciones del bar Cirera. Después de cada cena el Pelut nos amenizaba con una proyección de fotos de alguna de sus vías, incluida la espeluznante Intifada, A6, en las Fishing Towers, Utah (USA).
Planos con la localización de los sectores de escalada de Vilanova de Meiá
El primer día estuvimos en la Cueva del valiente, en el sector del Contrafuerte haciendo prácticas de artificial equipado. Todas las vías están protegidas con parabolts y hay una de dos largos que atraviesa todo el techo.
Practicando con los estribos
Pelut terminando el techo
Después de estar varias horas bamboleándonos con los estribos nos dirigimos a otro sector camino al coche donde seguimos practicando, esta vez metiendo algún clavo, plomo o gancho. Aquí el Pelut se inventó el boulder artificial, colgándose de cuatro mierdillas a dos palmos del suelo. Para terminar el día nos dirigimos al sector Pilar del Segre para conocer la zona donde íbamos a trabajar el siguiente día.
2ª día: dos cordadas, Pelut y Alex y Salvador y Oriol, se dirigieron a la vía Mi Primer Amor y otras dos nos quedamos más abajo.
Mi primer amor recorre la fisura que atraviesa de derecha a izquierda el muro del Pilar del Segre
Oriol metido en faena en Mi primer amor
Salvador y Oriol en una reunión de Mi primer amor
Dani y yo nos metimos en La Historia interminable, A3, y Quique y Ramón se dedicaron a practicar el claveteo en una vía de iniciación. Hizo un tiempo muy malo: frío y húmedo todo el día. Yo me quedé asegurando a Daniel metido en la cueva donde empieza la vía, protegido con mi chaqueta de plumas y envueltos los pies con la bolsa de la cuerda. La vía era entretenida y llevó cierto tiempo a Dani completarla. La idea era que Dani hiciera el largo de primero y luego lo repitiera yo también después de que Santi lo desequipara, pero el tiempo iba empeorando así que los planes cambiaron y me tocó a mí desequipar el largo para que al menos pudiera hacer algo. Después de que Quique y Ramón terminaran su vía Santi nos explicó un par de técnicas de autorescate y nos fuimos a esperar a las dos cordadas que andaban metidas en Mi primer amor. El Pelut y Alex terminaron bien, pero Salva y Oriol se estaban retrasando demasiado. Para pasar el tiempo Pelut decidió que repitiéramos el invento del boulder artificial.
Quique luchando con los estribos
Eso nos tuvo entretenidos unas horas, pero nuestros compañeros seguían sin terminar. Al final decidimos recoger los trastos y esperarles en el coche. Llegaron rozando la nocturnidad.
3er día: amaneció lloviendo y varios decidimos neutralizar la etapa e irnos a Andorra de compras y Esther nos acompañó como guía. Al poco de salir el tiempo mejoró, pero ya no había vuelta atrás. Además pillamos una enorme retención en la aduana de entrada a Andorra y lo que iba a ser un paseo matutino para poder escalar por la tarde se convirtió en una excursión de jornada completa y llegamos a Vilanova justo justo para cenar. Mientras nosotros hacíamos novillos el resto se dirigió a la Cueva de las monjas, una inmensa cueva de más de 50 m de altura.
La cueva de las monjas a la izquierda, a la derecha las paredes que Santi y cía escalaron el último día
Bien protegidos de las inclemencias del tiempo Pelut y Alex hicieron el primer largo de La naranja mecánica y Oriol con la ayuda de Salvador equipó el primer largo de La mandarina manual, ambas A3.
Foto de grupo (de izda a dcha): Pelut, Salvador, Santi y Daniel, Oriol, Alex y Esther, el agüelo, Quique, Ramón y Josep
4º día: sin ninguna excusa ya que esgrimir nos encaminamos todos a la Cueva de las monjas con distintos objetivos: el Pelut y Alex querían completar la vía y hacer el segundo largo, Quique y Ramón hicieron el primer largo de otra vía, en el lado izquierdo de la entrada de la cueva, Dani y yo repetimos el primer largo de la mandarina manual y Salvador (tuvo un tirón en el brazo derecho el día anterior y no podía escalar), Santi y Esther se quedaron observando y dando consejos.
Santi y Esther observando nuestros torpes movimientos
Yo repetí el primer largo que ya había dejado equipado el día anterior Oriol, aún así tuve que estirarme para poder llegar a alguna de las cintas que dejó (no quiero ni imaginarme lo que tuvo que estirarse él para poder colocar esas cintas). A pesar de que no me tocó colocar nada en todo el largo lo disfruté con ganas: empieza con un extraplomo equipado con parabolts y sigue con una fisura extraplomada que termina en una pequeña repisa donde está instalada la primera reunión, colgada a más de 3o m de altura.
El agüelo a punto de llegar a la reunión
Arañas colgadas por todas partes
Allí me pasé 4h seguidas, "disfrutando" de las inmensas vistas de toda la cueva, con un ambiente tremendo, primero esperando a que Dani desequipara todo el largo y luego asegurándolo en el segundo, que recorre todo el techo. Era como estar colgado del alféizar de una ventana de un 10º piso.
El agüelo en su nido de águilas
No pensé que se animara a hacerlo, pero le echó ganas y valor y sin pensárselo dos veces nada más llegar a la reunión empezó a escalar el segundo largo. En el techo coincidió con Alex, que estaba desequipando el 2º largo de su vía que había equipado el Pelut.
Alex haciendo piruetas para quitar los clavos que había metido Pelut
Dani al comienzo del 2º largo
Cuando Dani terminó pasaban de las 18:30, demasiado tarde para que me diera tiempo a mí a desequipar nuestro 2º largo, así que rapelamos los dos cada uno de nuestra reunión y dejamos las cuerdas colgando para poder subir al día siguiente y terminar. Oriol y Josep mientras tanto hicieron el 1er largo de la naranja y todos juntos esperamos a que Ramón terminara de desequipar su largo. En cuanto empezó a anochecer nos fuimos hacia los coches para esperarles allí, llevaban frontales, no tuvieron problemas.
Ramón apurando la jornada para terminar de desmontar su largo
5º y último día: mismo tiempo, niebla y frío. Pelut, Alex, Santi y Oriol se fueron a una pared cercana a hacer una vía cada cordada, Josep, Quique y Ramón iban a terminar su vía y Dani y yo la nuestra.
Josep en el 2º largo de su vía
Ramón y Quique asegurando a Josep desde la R1, desde ahí vieron mi vuelo
y me dieron todas las instrucciones que permitieron que saliera del trance
Nada más llegar nos tocó remontar las cuerdas hasta nuestras respectivas reuniones, Dani a la 2ª para asegurarme y yo a la 1ª para desmontar el largo que equipó Dani el día anterior. Sólo había "jumareado" una vez, en un cursillo, sólo fueron 8-10 m y ya acabé cansado. Ahora tenía por delante más de 30 m, pero para mi sorpresa en unos pocos minutos ya había llegado a la reunión. Esta vez lo debí hacer mejor que la primera. Una vez en la reunión no tuve tiempo para dejarme impresionar por la altura y el ambiente y me puse al tajo: ayudar a recoger las cuerdas, atarme las cuerdas al arnés y para arriba. En un par de minutos ya estaba dándole al martillo y quitando clavos: pin, pin... Esta vez estaba disfrutando, concentrado en mi tarea: cuelgo el estribo del siguiente seguro, me levanto del estribo del que estoy colgado, quito la fifi, descargo mi peso en el siguiente seguro, me cuelgo de la fifi, retiro los estribos del seguro anterior, saco el martillo y... pin, pin, pin... Genial, todo funcionaba, estaba colgado a más de 30 m de altura y estaba disfrutando!!! Hasta que al apoyar el estribo en el siguiente seguro éste, un microfriend, saltó sin que yo hiciera siquiera fuerza. Me quedé parado, no contaba con esto. ¿Qué iba a hacer yo ahora? ¿Cómo seguir si había saltado el siguiente seguro? ¿Y si saltaba el seguro del que estaba colgado? Hasta entonces no se me había ocurrido pensar en eso, y la verdad, procuré no seguir pensando en ello. Intenté colocar el mismo microfriend de nuevo en el mismo sitio donde Dani lo puso el día anterior, pero al primer tirón que le di para probarlo saltó del agujero. Afortunadamente había cogido material propio, saqué un camalot del 0,5, ligeramente más grande que el microfriend que se había salido, y parecía que quedaba más fuerte, le pegué un tirón y aguantó, le puse el estribo, cargué parte de mi peso en él y... seguía aguantando. No me quedaba más remedio que fiarme y colgarme del camalot. No pasó nada y pude continuar, pero sin la alegría de antes, ya había experimentado la debilidad de mi situación. Al cabo de un par de seguros más, de repente, cuando estaba colgado de un fisurero, sin previo aviso, sin un crujido ni un sonido extraño, el fisurero saltó y me quedé columpiando de mi cuerda en mitad de la cueva. Tardé unos milisegundos en darme cuenta de lo que había sucedido y lo primero que hice fue observar de qué estaba colgado: un friend del 0,4. En fin, no era para tirar cohetes pero podía haber sido peor. Siempre había querido comprobar hasta cuánto podían aguantar los friends, pero esta no era la situación que yo habría planeado. Una vez que el balanceo terminó, yo seguía igual, colgado como un chorizo, a salvo, con el subidón de adrenalina, pero colgado, ¿cómo salía ahora de esta? Afortunadamente tenía a mi lado a la mejor compañia posible: un par de bomberos experimentados en rescates. Me fueron indicando todo lo que tenía que hacer con el material que disponía. No dejo aún de agradecer que el Pelut me devolviera el puño (¿y si te caes cómo vas a salir sin él?, me dijo). Con el puño y un machard fui remotando poco los pocos metros que caí hasta llegar al friend salvador. Aún tardé unos minutos más en salir porque torpemente dejé que el puño hiciera tope con la cinta y no tenía margen para sacarlo de la cuerda, errores de novato. No estaba lejos de la reunión, así que no tardé demasiado en llegar hasta donde Dani me estaba esperando desde hace horas escuchando música con su móvil para no morirse del aburrimiento. Ya sólo nos quedaba bajarnos de ahí rapelando. Daba un poco de yuyu asomarse fuera de la reunión, pero una vez colgado de la cuerda y con todo el vacío a mis pies la sensación era genial. No puedo negar que cuando puse los pies en tierra me alegré, pero la verdad es que me gustaría volver a sentir las mismas sensaciones que experimenté en aquellos momentos cuando estaba colgado del techo de la cueva.
Así de contradictorio soy.

miércoles, 8 de abril de 2009

Sierra Partacua, Corredor María Luisa

Tenía razón. Ya no recuerdo el cansancio. El domingo a la tarde mientras bajaba de vuelta al coche después de 14 horas de actividad, procuraba concentrarme en cada paso que me acercaba más y más al final de la jornada y me animaba a mí mismo repitiéndome que al día siguiente todo este cansancio no sería más que un vago recuerdo. Al día siguiente ya no tendría las piernas pesadas, ya no me costaría andar, ni siquiera me acordaría cómo era esa sensación, ese dolor. Sólo tendría el recuerdo, pero no el cansancio. Y así fue. Ya estoy listo mentalmente para otra paliza. Ya me he recuperado psicológicamente del esfuerzo. Dicen los neurólogos que la mente humana está diseñada para olvidar los malos recuerdos y debe ser cierto, porque como dirían en los anuncios "a mi me funciona".
¿Y de dónde venía tan cansando una vez más? De la Sierra de la Partacúa en el valle de Tena (Huesca), más conocida erróneamente por Sierra Telera por ser ésta su peña más importante. Yo no tenía intención alguna de darme ninguna paliza más esta temporada. Las temperaturas habían subido mucho en las últimas semanas (semanas en las que no he estado quieto a pesar de no haber colgado ningún post: una salida a Morata, unas juntas de evaluación por las tardes en el instituto y una semanita de niñera para los profes y alumnos de un instituto holandés), las cascadas se habían caído casi todas y a mí me apetecía sólo descansar unos días hasta el encuentro de escalada artificial del GAME los días 9 al 13 de abril, en plena Semana Santa. Además Abel se iba el finde a escalar en roca. Tenía todo el finde para no hacer nada: ummmmhhhh. Ya estaba el viernes disfrutando del sofá cuando vi que tenía un mensaje de Abel: sus planes de escalar en roca se habían ido al garete y quería ir a hacer un corredor en la Sierra de la Partacúa, el María Luisa (MD). No supe negarme a pesar de la pereza, sabía que en cuanto estuviera andando con la mochila hacia el corredor me animaría enseguida. Cierto que esta temporada ya tenía mi cupo de ambición cubierto tras haber podido superar el primer muro de Gavarnie, pero por otro lado era mi última oportunidad para continuar con mi racha de un MD al año.
Quedamos en salir el sábado a la tarde (al final no se animó Rubén bombero). Dejamos el coche en el párking del espacio faunístico de La Cuniacha donde había cerca de una docena de coches y furgonetas. Gente, mucha gente atraída por los numerosos corredores que discurren por toda la cara norte de esta sierra, tan cercana a la civilización. Nosotros, por el contrario, queríamos huir de ella y cargamos con las mochilas por la pista hasta el refugio del Telera. De noche de nuevo, caminando a la luz de las frontales por la cómoda pista, esta vez no me importaba el peso de la mochila, disfrutaba de la soledad de la montaña, de su silencio. El refugio se encontraba a sólo 30-40 minutos del bullicio del párking, pero parecía que estábamos a miles de kilómetros. Solos, en esta cabaña abierta, sin guardar, pero sorprendentemente en buen estado (con los cristales intactos, una chimenea, sillas, alguna mesa aún en pie, velas, casi sin basura, con vistas directas a Peña Telera). La montaña es muy distinta cuando se va a dormir a ella, se recupera una pizca del romanticismo de antaño. Nos levantamos a las 5 A.M. y a las 5:45 estábamos ya andando. Sin alegría esta vez, medio dormido, hipnotizado por el pequeño círculo de terreno iluminado por mi frontal, fuera de terreno conocido, intentando no salirnos de la pista, buscando el punto donde se encuentra el corredor para abandonarla. A las 7 llegamos a un nuevo refugio, pequeño, de dos pisos, arriba el dormitorio con espacio suficiente para 5 personas, justo debajo de una loma llamada Punta Castech. Dejamos la pista y nos dirigimos al pie de la pared intentando orientarnos con ayuda del croquis que llevaba Abel. La subida era muy pendiente y enseguida me adelantó la cordada que venía detrás de nosotros todo el camino y que había conseguido mantener a distancia hasta ese momento. Al principio paraba cada 150 pasos, luego cada 100 y enseguida cada 50. En cada parada aprovechaba para hacer alguna foto del precioso amenecer o de la pared.
Afortunadamente esa cordada se decidió por el corredor Pacines, justo a la izquierda del nuestro, y no tuvimos que esperar a nadie, más que a mí, claro. Llegué a pie de vía a las 8:45. Me puse toda la chatarra (tornillos, clavos, friends, fisureros, cintas...) y salí hacia arriba.
Toda una novedad, no es normal que yo sea el que empiece una vía, pero los primeros 200 m eran técnicamente sencillos, uno sólo resalte rocoso facilón y el resto una pala de nieve consistente. Así que lo hicimos en ensamble, Abel me aseguró hasta que se acabó la cuerda y después salió detrás de mí. Yo iba colocando de vez en cuando algún seguro por si acaso, incluso chapé la primera reunión (un par de clavos unidos por dos cordinos en la pared izquierda), y me paré justo debajo de la verdadera dificultad de la vía.
Desde lejos parecía un riachuelillo congelado, sin apenas inclinación. A medida que me acercaba me percataba de la dificultad que iba entrañar superar este paso. Busqué un sitio donde montar reunión y encontré un clavo universal con un maillón desde el que aseguré el resto del tiempo a Abel (no encontré ni un solo hueco más donde colocar nada con lo que reforzar esta precaria reunión).
Abel llegó y dirigió dubitativo una mirada al comienzo del siguiente tramo. Realmente estaba un poco escaso de hielo. Colocó un tornillo justo al principio por si no volvía a encontrar hielo más arriba y empezó a escalar.
Con precaución, sin grandes golpes porque el espesor del hielo no permitía más. Le costó superar el primer resalte, bastante vertical, y aunque el resto era más fácil técnicamente era muy expuesto, le costó encontrar algún sitio donde instalar algún seguro que le protegiera un poco. y la escalada era lenta y algo tensa. Por fin gritó que había salido del tramo mixto y que estaba buscando un sitio donde instalar la reunión y pude relajarme. Encontró un clavo y consiguió reforzarlo con un micro fisuro y otro clavo. Ahora me tocaba a mí subir. Imité en todo a Abel y conseguí superarlo sin problemas pero con el temor de estar moviéndome en un terreno delicado al que no estaba acostumbrado.
El agüelo saliendo del tramo mixto
Descansé unos segundos en la reunión mientras ojeábamos el croquis de Abel y oteábamos los primeros metros del siguiente largo. La siguiente dificultad era un bloque en forma de mesa que cerraba el paso. A pesar de estar aún bajo la impresión de los miedos del largo anterior, pensé que esta vez no podía dejar a Abel tirar en todos los largos difíciles, así que recogí material y antes de que me pudiera arrepentir ya estaba saliendo hacia arriba de nuevo. Resoplando, tenía que descansar cada pocos pasos, me iba hacercando al bloque a la vez que aumentaba mi arrepentimiento, pero ya no había marcha atrás. Coloqué todos los seguros que pude, 2, y me encaramé a él por su lado derecho, el que más hielo parecía tener. Resultó ser nieve dura, mala cosa.
Subí un par de pasos, lancé el piolet derecho arriba a ver qué pescaba: se clavó en nieve dura, genial!!! Lancé el izquierdo, una vez, dos, inútil: la nieve era tan blanda en esa zona que era como arrastrarlo por arena. El pulso se me aceleró. Era un resalte de nada y a la primera dificultad ya me estaba poniendo cardíaco. Lancé el piolet izquierdo también al lado derecho y funcionó: se quedó firmemente clavado. Ya sólo me quedaba tirar de ellos mientras subía los pies y estaría fuera. Pero estaba tan pegado a la roca que no me veía los pies. Menos mal que llevaba dragoneras y podía descansar tranquilamente de ellas sin que se me inflaran los antebrazos. Abel me ayudó desde la reunión indicándome dónde podía poner el pie izquierdo, lo subí, me incorporé, clavé los piolets más arriba y salí apoyando las rodillas con el peor de los estilos posibles. Pero lo había conseguido, grité como si hubiera escalado el K2 (bueno, quizá no tanto) y seguí por la rampa de nieve en busca de un buen emplazamiento para la reunión. No encontré nada más que una fisura donde colocar un friend así que seguí mientras gritaba a Abel que saliera en ensamble al menos hasta el resalte de la mesa. Gasté mucho tiempo, pero por fin encontré algo donde poder asegurar a Abel, aunque no le hizo mucha falta.
La reseña decía que apartir de ahí el corredor se abría y las dificultades se acababan, así que Abel se lo tomó en serio y salió dispuesto a acabar en esa tirada de cuerda el corredor. Superó un resalte y otro y en cuanto se terminó la cuerda salí otra vez en ensamble, con lo poco que me gusta. Superé más o menos bien el primer resalte, pero el siguiente estaba más escaso. Empecé a ponerme nervioso y me cagué en todos los muertos de Abel por seguír aún en ensamble y no haber montado aún ninguna reunión. Con los pelos de punta y apretando como si estuviera escalando un paso de 7a conseguí superarlo mientras seguía jurando en hebreo. Abel debió oir mis juramentos porque al cabo de un rato llegué al punto donde había montado, por fin, reunión. Aún enfandado encabecé los siguiente metros, no sin antes advertirle a Abel que no podría ir muy rápido. Las rampas que nos quedaban se nos hicieron interminables, descansaba cada 20 pasos, cogía aire y seguía otros 20. El corredor efectivamente se había ensanchado por fin y no había muchos sitios donde colocar ningún seguro, así que de nuevo estábamos escalando en ensamble. Esta vez no me importó, no había ninguna dificultad. Por fin avisté lo que parecía el collado final y me dirigí a él con el poco ánimo que me quedaba, resollando, descansando cada 20 pasos. En cuanto estuve ahí, me duró poco la alegría: quedaban aún unos 20 m más hasta la arista final. Me desesperé, quería acabar ya con este cansancio. Esos escasos 20 m me parecían una muralla insalbable en mi estado. Tardé un rato en reponer mi maltrecho ánimo y seguir subiendo. Por fin, después de lo que me pareció una eternidad, llegué arriba. Una enorme explanada blanca, de escasa pendiente, que se abría hacia los llanos del sur. Sin asegurar a Abel fui recogiendo su cuerda a medida que él subía.
Él también llegó cansado, con ganas de acabar este interminable corredor. Eran las 3 de la tarde. Habíamos tardado 6 h, que se dice pronto.
Nos hicimos las consabidas fotos y nos sentamos a beber y a comer algo. Abel se apiadó de mí y compartió su bocadillo conmigo para disculparse por el mal rato que había pasado abajo. Un gran tipo este Abel. Por supuesto el enfado hacía tiempo que se me había pasado, cosas de la escalada que se olvidan enseguida.
El descenso era por el corredor Pacines.

Tenía un embudo bastante vertical al comienzo que nos obligó a descenderlo de espaldas, pero el resto del corredor era de una pendiente un poco más moderada y esperábamos poder bajarlo de frente. Sin embargo, tras un par de resbalones, nos dimos cuenta que la nieve estaba demasiado húmeda para poder bajar así. Se pegaba a nuestros crampones y apesar de llevar antiboots se formaban unos zuecos de nieve inmensos que impedía que nuestros pies se sujetaran en la pendiente. Muy a nuestro pesar tuvimos que seguir descendiendo lentamente de espaldas. El tiempo pasaba y yo me temía que no íbamos a poder llegar de día al coche de seguir así. Tras una hora y media de penoso descenso llegamos al rápel (un par de roñosos clavos unidos por un cordino rojo en el lado izquierdo del corredor) que nos dejó al pie de pared.
Afortunadamente pudimos seguir sin problemas la huella de subida y en una hora estuvimos de nuevo en el último refugio y en otra hora recogiendo los sacos y cargándolos en la mochila. A las 8 llegamos al coche y sólo entonces, como siempre, di por realizado el corredor: ya tenía otro MD a mis espaldas.
Como siempre, también, Abel llegó justo justo a Zaragoza para salir pitando al curro, sin cambiarse de ropa ni ducharse. A mí, sin embargo, me esperaba el sofá, una buena cena con cerveza y una acogedora cama. Las injusticias de la vida.