miércoles, 8 de abril de 2009

Sierra Partacua, Corredor María Luisa

Tenía razón. Ya no recuerdo el cansancio. El domingo a la tarde mientras bajaba de vuelta al coche después de 14 horas de actividad, procuraba concentrarme en cada paso que me acercaba más y más al final de la jornada y me animaba a mí mismo repitiéndome que al día siguiente todo este cansancio no sería más que un vago recuerdo. Al día siguiente ya no tendría las piernas pesadas, ya no me costaría andar, ni siquiera me acordaría cómo era esa sensación, ese dolor. Sólo tendría el recuerdo, pero no el cansancio. Y así fue. Ya estoy listo mentalmente para otra paliza. Ya me he recuperado psicológicamente del esfuerzo. Dicen los neurólogos que la mente humana está diseñada para olvidar los malos recuerdos y debe ser cierto, porque como dirían en los anuncios "a mi me funciona".
¿Y de dónde venía tan cansando una vez más? De la Sierra de la Partacúa en el valle de Tena (Huesca), más conocida erróneamente por Sierra Telera por ser ésta su peña más importante. Yo no tenía intención alguna de darme ninguna paliza más esta temporada. Las temperaturas habían subido mucho en las últimas semanas (semanas en las que no he estado quieto a pesar de no haber colgado ningún post: una salida a Morata, unas juntas de evaluación por las tardes en el instituto y una semanita de niñera para los profes y alumnos de un instituto holandés), las cascadas se habían caído casi todas y a mí me apetecía sólo descansar unos días hasta el encuentro de escalada artificial del GAME los días 9 al 13 de abril, en plena Semana Santa. Además Abel se iba el finde a escalar en roca. Tenía todo el finde para no hacer nada: ummmmhhhh. Ya estaba el viernes disfrutando del sofá cuando vi que tenía un mensaje de Abel: sus planes de escalar en roca se habían ido al garete y quería ir a hacer un corredor en la Sierra de la Partacúa, el María Luisa (MD). No supe negarme a pesar de la pereza, sabía que en cuanto estuviera andando con la mochila hacia el corredor me animaría enseguida. Cierto que esta temporada ya tenía mi cupo de ambición cubierto tras haber podido superar el primer muro de Gavarnie, pero por otro lado era mi última oportunidad para continuar con mi racha de un MD al año.
Quedamos en salir el sábado a la tarde (al final no se animó Rubén bombero). Dejamos el coche en el párking del espacio faunístico de La Cuniacha donde había cerca de una docena de coches y furgonetas. Gente, mucha gente atraída por los numerosos corredores que discurren por toda la cara norte de esta sierra, tan cercana a la civilización. Nosotros, por el contrario, queríamos huir de ella y cargamos con las mochilas por la pista hasta el refugio del Telera. De noche de nuevo, caminando a la luz de las frontales por la cómoda pista, esta vez no me importaba el peso de la mochila, disfrutaba de la soledad de la montaña, de su silencio. El refugio se encontraba a sólo 30-40 minutos del bullicio del párking, pero parecía que estábamos a miles de kilómetros. Solos, en esta cabaña abierta, sin guardar, pero sorprendentemente en buen estado (con los cristales intactos, una chimenea, sillas, alguna mesa aún en pie, velas, casi sin basura, con vistas directas a Peña Telera). La montaña es muy distinta cuando se va a dormir a ella, se recupera una pizca del romanticismo de antaño. Nos levantamos a las 5 A.M. y a las 5:45 estábamos ya andando. Sin alegría esta vez, medio dormido, hipnotizado por el pequeño círculo de terreno iluminado por mi frontal, fuera de terreno conocido, intentando no salirnos de la pista, buscando el punto donde se encuentra el corredor para abandonarla. A las 7 llegamos a un nuevo refugio, pequeño, de dos pisos, arriba el dormitorio con espacio suficiente para 5 personas, justo debajo de una loma llamada Punta Castech. Dejamos la pista y nos dirigimos al pie de la pared intentando orientarnos con ayuda del croquis que llevaba Abel. La subida era muy pendiente y enseguida me adelantó la cordada que venía detrás de nosotros todo el camino y que había conseguido mantener a distancia hasta ese momento. Al principio paraba cada 150 pasos, luego cada 100 y enseguida cada 50. En cada parada aprovechaba para hacer alguna foto del precioso amenecer o de la pared.
Afortunadamente esa cordada se decidió por el corredor Pacines, justo a la izquierda del nuestro, y no tuvimos que esperar a nadie, más que a mí, claro. Llegué a pie de vía a las 8:45. Me puse toda la chatarra (tornillos, clavos, friends, fisureros, cintas...) y salí hacia arriba.
Toda una novedad, no es normal que yo sea el que empiece una vía, pero los primeros 200 m eran técnicamente sencillos, uno sólo resalte rocoso facilón y el resto una pala de nieve consistente. Así que lo hicimos en ensamble, Abel me aseguró hasta que se acabó la cuerda y después salió detrás de mí. Yo iba colocando de vez en cuando algún seguro por si acaso, incluso chapé la primera reunión (un par de clavos unidos por dos cordinos en la pared izquierda), y me paré justo debajo de la verdadera dificultad de la vía.
Desde lejos parecía un riachuelillo congelado, sin apenas inclinación. A medida que me acercaba me percataba de la dificultad que iba entrañar superar este paso. Busqué un sitio donde montar reunión y encontré un clavo universal con un maillón desde el que aseguré el resto del tiempo a Abel (no encontré ni un solo hueco más donde colocar nada con lo que reforzar esta precaria reunión).
Abel llegó y dirigió dubitativo una mirada al comienzo del siguiente tramo. Realmente estaba un poco escaso de hielo. Colocó un tornillo justo al principio por si no volvía a encontrar hielo más arriba y empezó a escalar.
Con precaución, sin grandes golpes porque el espesor del hielo no permitía más. Le costó superar el primer resalte, bastante vertical, y aunque el resto era más fácil técnicamente era muy expuesto, le costó encontrar algún sitio donde instalar algún seguro que le protegiera un poco. y la escalada era lenta y algo tensa. Por fin gritó que había salido del tramo mixto y que estaba buscando un sitio donde instalar la reunión y pude relajarme. Encontró un clavo y consiguió reforzarlo con un micro fisuro y otro clavo. Ahora me tocaba a mí subir. Imité en todo a Abel y conseguí superarlo sin problemas pero con el temor de estar moviéndome en un terreno delicado al que no estaba acostumbrado.
El agüelo saliendo del tramo mixto
Descansé unos segundos en la reunión mientras ojeábamos el croquis de Abel y oteábamos los primeros metros del siguiente largo. La siguiente dificultad era un bloque en forma de mesa que cerraba el paso. A pesar de estar aún bajo la impresión de los miedos del largo anterior, pensé que esta vez no podía dejar a Abel tirar en todos los largos difíciles, así que recogí material y antes de que me pudiera arrepentir ya estaba saliendo hacia arriba de nuevo. Resoplando, tenía que descansar cada pocos pasos, me iba hacercando al bloque a la vez que aumentaba mi arrepentimiento, pero ya no había marcha atrás. Coloqué todos los seguros que pude, 2, y me encaramé a él por su lado derecho, el que más hielo parecía tener. Resultó ser nieve dura, mala cosa.
Subí un par de pasos, lancé el piolet derecho arriba a ver qué pescaba: se clavó en nieve dura, genial!!! Lancé el izquierdo, una vez, dos, inútil: la nieve era tan blanda en esa zona que era como arrastrarlo por arena. El pulso se me aceleró. Era un resalte de nada y a la primera dificultad ya me estaba poniendo cardíaco. Lancé el piolet izquierdo también al lado derecho y funcionó: se quedó firmemente clavado. Ya sólo me quedaba tirar de ellos mientras subía los pies y estaría fuera. Pero estaba tan pegado a la roca que no me veía los pies. Menos mal que llevaba dragoneras y podía descansar tranquilamente de ellas sin que se me inflaran los antebrazos. Abel me ayudó desde la reunión indicándome dónde podía poner el pie izquierdo, lo subí, me incorporé, clavé los piolets más arriba y salí apoyando las rodillas con el peor de los estilos posibles. Pero lo había conseguido, grité como si hubiera escalado el K2 (bueno, quizá no tanto) y seguí por la rampa de nieve en busca de un buen emplazamiento para la reunión. No encontré nada más que una fisura donde colocar un friend así que seguí mientras gritaba a Abel que saliera en ensamble al menos hasta el resalte de la mesa. Gasté mucho tiempo, pero por fin encontré algo donde poder asegurar a Abel, aunque no le hizo mucha falta.
La reseña decía que apartir de ahí el corredor se abría y las dificultades se acababan, así que Abel se lo tomó en serio y salió dispuesto a acabar en esa tirada de cuerda el corredor. Superó un resalte y otro y en cuanto se terminó la cuerda salí otra vez en ensamble, con lo poco que me gusta. Superé más o menos bien el primer resalte, pero el siguiente estaba más escaso. Empecé a ponerme nervioso y me cagué en todos los muertos de Abel por seguír aún en ensamble y no haber montado aún ninguna reunión. Con los pelos de punta y apretando como si estuviera escalando un paso de 7a conseguí superarlo mientras seguía jurando en hebreo. Abel debió oir mis juramentos porque al cabo de un rato llegué al punto donde había montado, por fin, reunión. Aún enfandado encabecé los siguiente metros, no sin antes advertirle a Abel que no podría ir muy rápido. Las rampas que nos quedaban se nos hicieron interminables, descansaba cada 20 pasos, cogía aire y seguía otros 20. El corredor efectivamente se había ensanchado por fin y no había muchos sitios donde colocar ningún seguro, así que de nuevo estábamos escalando en ensamble. Esta vez no me importó, no había ninguna dificultad. Por fin avisté lo que parecía el collado final y me dirigí a él con el poco ánimo que me quedaba, resollando, descansando cada 20 pasos. En cuanto estuve ahí, me duró poco la alegría: quedaban aún unos 20 m más hasta la arista final. Me desesperé, quería acabar ya con este cansancio. Esos escasos 20 m me parecían una muralla insalbable en mi estado. Tardé un rato en reponer mi maltrecho ánimo y seguir subiendo. Por fin, después de lo que me pareció una eternidad, llegué arriba. Una enorme explanada blanca, de escasa pendiente, que se abría hacia los llanos del sur. Sin asegurar a Abel fui recogiendo su cuerda a medida que él subía.
Él también llegó cansado, con ganas de acabar este interminable corredor. Eran las 3 de la tarde. Habíamos tardado 6 h, que se dice pronto.
Nos hicimos las consabidas fotos y nos sentamos a beber y a comer algo. Abel se apiadó de mí y compartió su bocadillo conmigo para disculparse por el mal rato que había pasado abajo. Un gran tipo este Abel. Por supuesto el enfado hacía tiempo que se me había pasado, cosas de la escalada que se olvidan enseguida.
El descenso era por el corredor Pacines.

Tenía un embudo bastante vertical al comienzo que nos obligó a descenderlo de espaldas, pero el resto del corredor era de una pendiente un poco más moderada y esperábamos poder bajarlo de frente. Sin embargo, tras un par de resbalones, nos dimos cuenta que la nieve estaba demasiado húmeda para poder bajar así. Se pegaba a nuestros crampones y apesar de llevar antiboots se formaban unos zuecos de nieve inmensos que impedía que nuestros pies se sujetaran en la pendiente. Muy a nuestro pesar tuvimos que seguir descendiendo lentamente de espaldas. El tiempo pasaba y yo me temía que no íbamos a poder llegar de día al coche de seguir así. Tras una hora y media de penoso descenso llegamos al rápel (un par de roñosos clavos unidos por un cordino rojo en el lado izquierdo del corredor) que nos dejó al pie de pared.
Afortunadamente pudimos seguir sin problemas la huella de subida y en una hora estuvimos de nuevo en el último refugio y en otra hora recogiendo los sacos y cargándolos en la mochila. A las 8 llegamos al coche y sólo entonces, como siempre, di por realizado el corredor: ya tenía otro MD a mis espaldas.
Como siempre, también, Abel llegó justo justo a Zaragoza para salir pitando al curro, sin cambiarse de ropa ni ducharse. A mí, sin embargo, me esperaba el sofá, una buena cena con cerveza y una acogedora cama. Las injusticias de la vida.

2 comentarios:

chema dijo...

Bien artista bieeen!!!

Iñaki dijo...

no está mal como cierre de temporada!!