Hace tiempo que ya tendría que haber escrito algún post sobre libros, iba a poner sobre literatura pero ese nombre me queda muy grande. No soy un lector voraz, pero me encantan los libros y de cada sitio que visito me suelo comprar alguno. No paro de ampliar las estanterías, pero siempre me faltan más. Además, los siguientes post van a volver a ser sobre conciertos de la expo e intercalar un post distinto va a servir para oxigenar un poco este blog. Y dado que el finde pasado no salí a escalar y este en el que estamos tampoco, no me quedaban ya muchos más temas de los que hablar.
El verano me ha dejado tiempo para leer 3 libros, el primero es "Un día de cólera" de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara, 2007).
Este no es un libro al uso de Pérez-Reverte, no al menos de ninguno que yo haya leído. Para empezar la trama no esconde suspense (como por ejemplo en "El club Dumas") ya que los personajes no son ficticios y los hechos tampoco, con lo que se restringe mucho las posibilidades narrativas del autor. Tampoco tiene protagonistas atractivos, poderosos, como en "La reina del sur" o en "La piel del tambor", sino que el libro describe múltiples protagonistas, ni más ni menos que todas las personas que participaron en la revuelta contra los franceses el 2 de mayo de 1808 en Madrid. El autor no para de dar datos concretos sobre todos esos personajes, sus nombres, ocupaciones, lugares de residencia, y sobre los sitios donde tienen lugar los acontecimientos, (el libro viene acompañado de un plano de Madrid de esa época para que el lector no se pierda entre tanto nombre de calles y plazas), en un intento de acercarnos a todas esas personas que lucharon y muchas murieron ese día y el siguiente en las calles de Madrid. Porque el libro es en parte un homenaje a toda esa gente, de clase humilde la mayoría, que sin preparación militar ni apenas armas, luchó cuerpo a cuerpo contra el mayor ejército de la época y prendió, sin pretenderlo, la mecha que inició un levantamiento general contra el invasor en toda España. Pero esta sobrecarga de datos tiene como indeseable consecuencia que la lectura se vuelve lenta y poco atractiva a ratos, como si uno estuviera leyendo las páginas amarillas. Pero en seguida vuelve la narrativa vigorosa que caracteriza al autor y te sumerge en esa vorágine de violencia, sangre y pólvora en la que se sumergió Madrid durante un largo día. Las descripciones de los movimientos de las tropas napoleónicas y de las cargas de su caballería son tan realistas que no hace falta mucho esfuerzo para imaginarlas y verlas pasar en tu mente como en una película.
Aunque se podría catalogar como una novela histórica, al igual que la saga de El capitán Alatriste, no tiene su componente lúdico, de aventuras, de duelos de espadachines .
No es, desde luego, un libro patriotero: esas cosas se la refanfinflan al autor. El libro está plagado de críticas a la Junta de Gobierno, a los altos mandos militares, a la clase media, a la nobleza y al clero que, en su inmensa mayoría, no quisieron apoyar al pueblo cuando éste se levantó contra el invasor. Ni siquiera se salvan los protagonistas de la revuelta, esos hombres y mujeres de lo peor de Madrid que lucharon sólo por venganza y odio. Un libro, al fin, de relatos crudos, sin salva patrias ni banderas al viento. No es un libro de historia, pero sí un estupendo relato ficticio, pero lo más veraz posible, de esos trágicos sucesos.
El 2º libro casi no necesita presentación porque es uno de los grandes bestsellers españoles, "La catedral del mar" de Idelfonso Falcones (Grijalbo, 2006).
Y desde luego lo tiene todo para haber sido un bestseller: novela histórica de fácil narrativa y trama interesante. He leído algunas críticas indicando que es un libro de calidad mediocre, seguramente, que no pasará a los anales de la historia de la literatura, posiblemente. ¿Quiere esto decir que es un mal libro? De ninguna manera. ¿Cuántos grandes escritores son capaces de describir personajes que te atrapen desde la primera línea? Si fuera tan fácil escribir libros de éxito habría miles de escritores ricos y famosos, y no parece que haya tantos. Hay historiadores que lo han intentado y se han metido a novelistas e incluso han llegado a tener cierto éxito, como por ejemplo José Luis Corral. Y me gustan sus novelas, están perfectamente bien documentadas y la recreación de la época es increíblemente detallada y realista (¿quién mejor que un historiador para conseguirlo?), pero a sus personajes les falta vida, garra, carnalidad. Parecen hieráticos, deslavados. Nada que ver con los personajes de Ildefonso Falcones, reales, vitales.
La trama de la novela discurre en la pudiente Barcelona del siglo XIV. Para mí uno de sus mayores logros es la descripción de los distintas labores y formas de vida de la época: los bastaixos, acarreando piedras enormes sobre sus espaldas, los cambistas (los antiguos banqueros), los campesinos, los artesanos, las clases dirigentes de la ciudad, las prostitutas (al parecer eran las únicas mujeres junto con las damas nobles que podían usar vestidos de colores, para poder distinguir entre unas y otras, si eso es posible, las meretrices no podían tapar sus hombros con capas). Supongo que es lo que todos buscamos en las novelas históricas: la descripción de una forma de vida pasada, desaparecida, sin tener que bucear en innumerables libros académicos. Muchos la han comparado con otro tremendo bestseller, "Los pilares de la tierra", pero en mi opinión, no llega a tanto. Aún así es un ejemplo de cómo se pueden hacer novelas atractivas sin necesidad de recurrir a conspiraciones imposibles, sólo basándose en personajes cotidianos y creíbles.
El último libro es una pequeña joya de Fernando Aramburu, "Los peces de la amargura" (Tusquets, 2006).
Es una colección de pequeños relatos sobre gente corriente, sobre gente actual, sobre gente que vive a nuestro lado. Sus protagonistas son personas afectadas de un modo u otro por el terrorismo etarra: no sólo víctimas más o menos directas de ETA, padres, hijos, novios y novias, vecinos, amenazados como chibatos, sino también terroristas encarcelados o madres de terroristas. Son relatos descarnados, sin adornos, sin heroicidad, descritos con un inmenso cuidado, sin caer en el morbo, con un lenguaje cotidiano de la calle, con todos sus errores gramaticales, que nos sumergen en la insufrible cotidianidad de todas estas personas anónimas, que no salen nunca en los telediarios, pero que son los que mejor conocen lo que significa la muerte y el terrorismo. Cada capítulo es una historia estremecedora, como por ejemplo el que relata el acoso incesante al que se ve sometido un vecino de un pequeño pueblo guipuzcuano y toda su familia, simplemente por el rumor de que había colaborado a la detención de dos jóvenes terroristas del pueblo. Una acción, que en cualquier otra parte del mundo sería considerada como un acto cívico, es allí valorada como una traición. Les niegan el saludo, no les atienden en los comercios, sufre el desprecio de su propio hijo (más identificado con la causa criminal que con su padre)... En un acto de desesperación, el hombre se sienta en mitad de la plaza del pueblo cubierto con una "ikurriña", la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca, y un montón de octavillas escritas a mano en las que se puede leer que él no ha sido. La única atención que recibe por parte de sus hasta entonces vecinos es de un grupo de señoras mayores que se acercan y sin mediar palabra le quitan la bandera de encima para evitar que el apestado la siga mancillando.
No son historias reales, es un libro de ficción, pero describen de una manera horriblemente realista el dolor, la falta de libertad, el día a día de cientos, de miles de personas en el País Vasco en pleno siglo XXI.
Aunque se podría catalogar como una novela histórica, al igual que la saga de El capitán Alatriste, no tiene su componente lúdico, de aventuras, de duelos de espadachines .
No es, desde luego, un libro patriotero: esas cosas se la refanfinflan al autor. El libro está plagado de críticas a la Junta de Gobierno, a los altos mandos militares, a la clase media, a la nobleza y al clero que, en su inmensa mayoría, no quisieron apoyar al pueblo cuando éste se levantó contra el invasor. Ni siquiera se salvan los protagonistas de la revuelta, esos hombres y mujeres de lo peor de Madrid que lucharon sólo por venganza y odio. Un libro, al fin, de relatos crudos, sin salva patrias ni banderas al viento. No es un libro de historia, pero sí un estupendo relato ficticio, pero lo más veraz posible, de esos trágicos sucesos.
El 2º libro casi no necesita presentación porque es uno de los grandes bestsellers españoles, "La catedral del mar" de Idelfonso Falcones (Grijalbo, 2006).
Y desde luego lo tiene todo para haber sido un bestseller: novela histórica de fácil narrativa y trama interesante. He leído algunas críticas indicando que es un libro de calidad mediocre, seguramente, que no pasará a los anales de la historia de la literatura, posiblemente. ¿Quiere esto decir que es un mal libro? De ninguna manera. ¿Cuántos grandes escritores son capaces de describir personajes que te atrapen desde la primera línea? Si fuera tan fácil escribir libros de éxito habría miles de escritores ricos y famosos, y no parece que haya tantos. Hay historiadores que lo han intentado y se han metido a novelistas e incluso han llegado a tener cierto éxito, como por ejemplo José Luis Corral. Y me gustan sus novelas, están perfectamente bien documentadas y la recreación de la época es increíblemente detallada y realista (¿quién mejor que un historiador para conseguirlo?), pero a sus personajes les falta vida, garra, carnalidad. Parecen hieráticos, deslavados. Nada que ver con los personajes de Ildefonso Falcones, reales, vitales.
La trama de la novela discurre en la pudiente Barcelona del siglo XIV. Para mí uno de sus mayores logros es la descripción de los distintas labores y formas de vida de la época: los bastaixos, acarreando piedras enormes sobre sus espaldas, los cambistas (los antiguos banqueros), los campesinos, los artesanos, las clases dirigentes de la ciudad, las prostitutas (al parecer eran las únicas mujeres junto con las damas nobles que podían usar vestidos de colores, para poder distinguir entre unas y otras, si eso es posible, las meretrices no podían tapar sus hombros con capas). Supongo que es lo que todos buscamos en las novelas históricas: la descripción de una forma de vida pasada, desaparecida, sin tener que bucear en innumerables libros académicos. Muchos la han comparado con otro tremendo bestseller, "Los pilares de la tierra", pero en mi opinión, no llega a tanto. Aún así es un ejemplo de cómo se pueden hacer novelas atractivas sin necesidad de recurrir a conspiraciones imposibles, sólo basándose en personajes cotidianos y creíbles.
El último libro es una pequeña joya de Fernando Aramburu, "Los peces de la amargura" (Tusquets, 2006).
Es una colección de pequeños relatos sobre gente corriente, sobre gente actual, sobre gente que vive a nuestro lado. Sus protagonistas son personas afectadas de un modo u otro por el terrorismo etarra: no sólo víctimas más o menos directas de ETA, padres, hijos, novios y novias, vecinos, amenazados como chibatos, sino también terroristas encarcelados o madres de terroristas. Son relatos descarnados, sin adornos, sin heroicidad, descritos con un inmenso cuidado, sin caer en el morbo, con un lenguaje cotidiano de la calle, con todos sus errores gramaticales, que nos sumergen en la insufrible cotidianidad de todas estas personas anónimas, que no salen nunca en los telediarios, pero que son los que mejor conocen lo que significa la muerte y el terrorismo. Cada capítulo es una historia estremecedora, como por ejemplo el que relata el acoso incesante al que se ve sometido un vecino de un pequeño pueblo guipuzcuano y toda su familia, simplemente por el rumor de que había colaborado a la detención de dos jóvenes terroristas del pueblo. Una acción, que en cualquier otra parte del mundo sería considerada como un acto cívico, es allí valorada como una traición. Les niegan el saludo, no les atienden en los comercios, sufre el desprecio de su propio hijo (más identificado con la causa criminal que con su padre)... En un acto de desesperación, el hombre se sienta en mitad de la plaza del pueblo cubierto con una "ikurriña", la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca, y un montón de octavillas escritas a mano en las que se puede leer que él no ha sido. La única atención que recibe por parte de sus hasta entonces vecinos es de un grupo de señoras mayores que se acercan y sin mediar palabra le quitan la bandera de encima para evitar que el apestado la siga mancillando.
No son historias reales, es un libro de ficción, pero describen de una manera horriblemente realista el dolor, la falta de libertad, el día a día de cientos, de miles de personas en el País Vasco en pleno siglo XXI.
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