Esta era la segunda vez que venía a Gavarnie. El invierno pasado también intenté la misma vía, Freezante, una de las "asequibles" del circo. Lo de asequible es un decir, porque todas las cascadas que he hecho hasta ahora, a excepción de una en Izas, han sido de grado 4 máximo y de uno o dos largos como mucho, osea, unos 60 m. Y aquí en el circo las más cortas tienen más de 200 m y grado 4-4+. Ni comparación, vamos.
El circo de Gavarnie está formado por un inmenso murallón de más de 1000 m de altura que lo separa del parque nacional de Monte Perdido. Este pared se encuentra dividida por 3 muros separados por sendas campas de nieve. El primer muro tiene una altura de 250 a 300 m y es el más visitado. Está surcado por una innumerable cantidad de cascadas de moderada dificultad técnica y de elevada exigencia física: hace falta una gran resistencia, de la que carezco, para poder aguantar durante tantos metros. Sin embargo, existen muchos titanes a los que este esfuerzo les parece pequeño y necesitan retos más grandes y por ello se lanzan a escalar en el mismo día los dos primeros muros. En muchas ocasiones la mayor dificultad para alcanzar esta meta no radica en las expeluznantes paredes heladas de cada muro, sino en la campa de nieve: una nevada reciente significa tener que abrir huella y hace falta ser un portento de la naturaleza para poder aguantar el desgaste que supone subir un centenar de metros con nieve hasta las rodillas. Portentos como los que consiguen realizar la proeza de escalar los 3 muros y de volver al pueblo en el mismo día.
Este año tenía ganas de superar ese reto y llegar hasta el final del primer muro y contemplar desde ahí el valle. Así que aprovechando que ese finde daban un pronóstico de tiempo estupendo y que había bajado a niveles aceptables el riesgo de aludes en todo el Pirineo, el viernes 20 de febrero nos lanzamos casi toda la cuadrilla hacia Gavarnie. La mayoría tenía decidido quedarse todo el finde e intentar escalar los dos días. Sin embargo, Abel y yo teníamos claro que el domingo, con todo el cansancio acumulado de dos días (el del viaje y el de escalada) y una noche al frío no íbamos a poder escalar nada el domingo. Así que fuimos por nuestra cuenta con la idea de volvernos el sábado nada más terminar de escalar. El viaje de vuelta iba a resultar una pequeña paliza, seguro, pero al menos dormiríamos en cama. Otra cosa hubiera sido que hubiéramos encontrado sitio en alguno de los albergues del pueblo, pero estaban todos llenos, y la idea de pasar dos noches al raso no nos seducía a ninguno de los dos.
A pesar de quedar a las 5 de la tarde, tras cargar los bultos y llenar el depósito eran las 6 cuando salimos de Zaragoza. Las 4 h del viaje de ida se nos pasaron en un vuelo entre innumerables historias y recuerdos de escaladas y anécdotas pasadas y la emoción y las ganas por la escalada del día siguiente. A pesar de no llevar ningún mapa de carreteras y de contar sólo con nuestra destartalada memoria conseguimos llegar a Gavarnie sin ningún contratiempo. Allí nos esperaban ya Javi, Beto y David. Estaban aparcados en la explanada de un pequeño albergue pegado al camino que lleva al circo y cenaban dentro de la furgoneta sin atreverse a quedarse congelados por los -5ºC que hacía fuera. Nos hicieron un hueco y dimos cuenta también de nuestras viandas acompañadas por un vino peleón que trajo Javi, al que no le hicimos ningún asco. El albergue tiene un pequeño porche en la explanada donde los clientes pueden resguarecer sus coches de la helada. En hueco libre que había, pegado a la pared, nos organizamos nuestro acogedor dormitorio Beto, David y yo. Abel aceptó la invitación de Javi y durmió con él en su furgo.
Nos acostamos cerca ya de las 11 de la noche y programamos el despertador para las 4:3o de la madrugada. Teníamos por delante unas 5 h largas de descanso reparador: ja!!! A pesar de las numerosas capas de aislantes y colchones de goma espuma que me llevé, no paré de dar vueltas toda la noche, como siempre. Eso sí, me levanté sin ningún hueso molido. A partir de las 2 a.m. el camino se convirtió en una caravana de sonámbulas figuras iluminadas por frontales que se dirigían hacia el circo. Así que cuando por fin sonó el despertador tenía la desasogante sensación de que éramos a pesar del madrugón los más holgazanes de todos. Gracias a que ya teníamos preparadas las mochilas desde ayer, Abel y yo pudimos salir un poco antes. Sin embargo, no adquirimos la suficiente ventaja y antes de llegar a la gran explanada previa al camino del bosque ya nos habían alcanzado Beto y David. Javi había salido una hora antes, así que como siempre me quedaba yo cerrando la fila resoplando como un mamut mientras oía a los otros charlar entretenidamente sin verse afectados por la fatiga. Abel se paraba de vez en cuando para evitar que los perdiera de vista en la oscuridad, cosa que yo agradecía enormemente a pesar de que la huella formada por cientos de escaladores durante los días previos impedía que nadie se pudiera perder por ella. Más que una huella parecía una senda de elefantes. Cuando llegamos al hotel del circo pudimos contemplar uno de los espectáculos más curiosos que se puede observar en la escalada: decenas de puntitos luminosos colgados a diversas alturas esparcidos todo lo largo del oscuro primer muro. Era como estar delante de un gigantesco árbol de navidad, si cada frontal fuera de un color distinto la analogía hubiera sido perfecta. A partir de aquí la senda de elefantes se hizo más estrecha e irregular hasta dejarnos a pie del circo, a donde llegué cerca de las 7. Después de examinar la cantidad de cordadas que había en cada vía, decidimos olvidarnos de escalar Fluido glacial y nos dirigimos una vez más a Freezante. Allí había también varias cordadas, así que Beto y David entraron por Banana, un poco más a la izquierda, y Abel y yo por una variante situada a la derecha. Mientras nos poníamos el arnés y todos los trastos llegó una nueva cordada de 3 frances y mirando hacia el valle se podía distinguir numeros frontales esparcidos en grupos de 2-3 por todo el camino.
Las deliberaciones sobre cómo íbamos a dividirnos la vía fueron rápidas: yo sabía que si no dosificaba mi esfuerzo tenía muchas posibilidades de no llegar al final, así que le comenté a Abel que fuera él de primero en todos los largos. Abel no puso ninguna pega, generoso como siempre, y a las 7:30 empezó a dar los primeros pioletazos al hielo. Sin embargo, enseguida empezamos a ver que ése no iba a ser su mejor día. Al sacar el primer tornillo del arnés se le cayó otro al suelo, un error poco abitual en él. Sin más problemas porque fue a parar a 2 m de mi, pero Abel ya se empezó a chinar.
La cordada de franceses estaba escalando por debajo nuestro y mientras Abel salía para hacer el segundo largo llegó el primero de su cordada.
Montó también reunión al lado de la nuestra y mientras hablaba con él y sufríamos las caídas de trozos de hielo de la cordada que iba por delante oímos pasar por encima de nuestras cabezas uno de los piolets de Abel que fue a parar directamente a la nieve al pie de vía sin que golpeara a nadie. Abel me contó más tarde que se le había resbalado un pie, había perdido el equilibrio y estuvo a punto de caerse. Se le fue uno de los pioletes pero afortunadamente pudo agarrarse al otro que permanecía firmemente clavado en el hielo. Pasados los primeros segundos de sorpresa y nerviosismo empezamos a estudiar las posibilidades que teníamos. Él no podía seguir escalando con un sólo piolet, así que metió un tornillo y se colgó de él mientras decidíamos. La primera idea fue bajarnos y abandonar la vía. Era una putada, desde luego, así que Abel comentó que podía bajar hasta el suelo, recogerlo y seguir hacia arriba. Esto nos iba a hacer perder un montón de tiempo, sobre todo porque nos quedaríamos como última cordada, y aún nos quedaban muchos metros de escalada. La 3ª opción era que nos lo subieran alguno de los dos franceses que aún quedaban por subir. Se lo comenté al chico que tenía a mi lado y no hubo problemas. Bajé a Abel hasta la reunión para esperar ahí a que llegara los otros dos compañeros del francés. Una vez en la reunión nos lo volvimos a pensar y decidimos no perder tanto tiempo, Abel se cogió uno de mis piolets, idénticos a los suyos (de hecho toda la cuadrilla menos Carlos tenemos los mismos piolets, unos Quarks) y salió hacia arriba muy cabreado consigo mismo. Había perdido confianza en sí mismo y a cada rato le oía gritar por cualquier cosa. La escalada a partir de aquí cambió totalmente. Normalmente escalo con Abel en un ambiente muy relajado, no paramos de reírnos en las reuniones y nos hacemos cientos de fotos. Esta vez la tensión se apoderó de Abel y yo, a pesar de que me encontraba bien y disfrutaba de la escalda todo lo que mi fondo físico me permitía, me contagié de su ánimo. Además me sentía culpable por no poder dar descanso a Abel y tirar yo de primero algún largo. Mi sentimiento de culpabilidad aumentó aún mucho más cuando después de que subieran el piolet de Abel me dispuse a seguirle y dejé abajo a toda la cordada francesa. El hielo estaba muy estalladizo en estos primeros largos y cada vez que golpeábamos el piolet contra el hielo éste se agrietaba y se rompía cayendo decenas de trozos de hielo a los pobres que tenía debajo. Algunos de estos trozos son de un tamaño considerable y cuando caen de gran altura pueden producir mucho daño. Cada vez que veía cómo tiraba trozos abajo, gritaba para avisarles y me enfadaba conmigo mismo por no poder evitarlo y tratar de esa manera a alguien que nos había sacado de un serio problema. No estaba escalando a gusto, y aún fue a peor cuando tras tirar un chusco de hielo más oigo un helador grito de dolor por parte del chico francés que llegó primero a la reunión. Luego me enteré que casi todas las cordadas del circo habían oído también el grito. Las numerosas panzas que caracterizan estos primeros tramos de la cascada me impedían ver lo que había sucedido aunque podía adivinarlo. Seguí escalando compungido, mirando hacia abajo cada vez que me colgaba de un tornillo para descansar, en un intento inútil por intentar comprobar que no había pasado nada. Alcancé a Abel y vimos cómo la cordada de franceses abandonaba y bajaban rapelando. Esto no hizo más que añadir más peso a nuestro ánimo. Abel llegó a la repisa de nieve intermedia en el siguiente largo (el año pasado tuvimos que hacer 4 para llegar al mismo sitio), pero no le llegó la cuerda para atravesarla y montar reunión en la pared de hielo siguiente, así que tuve que salir en ensamble (es decir, tanto el primero como el segundo están escalando al mismo tiempo sin que ninguno asegure al otro) unos pocos metros sin yo saberlo. No nos oíamos muy bien, así que no le entendía lo que me decía, pero notaba cosas raras. Al cabo de unos pocos metros de salir y empezar el 3er largo yo también vi que Abel no me recogía las cuerdas. Abel sabe de lo miedoso que soy y me suele llevar las cuerdas tan tensas como las de una guitarra, y esta vez no era así. Le grité y no me contestaba, yo creo que para no asustarme, porque estaba montando reunión en ese mismo momento y yo por lo tanto no me estaba asegurando aún ni podía recogerme cuerda. Cuando llegué a la repisa vi que Beto estaba con él en la reunión mientras aseguraba a David que estaba abriendo como un titán el siguiente largo. Bebimos y comí algo para intentar reponer fuerzas. Ya había llegado al mismo punto que el año pasado. Era el momento de decidir. Eran las 11:30. Estaba cansado, pero no exhausto. El problema es que me faltaba continuidad, no podía escalar todo un largo seguido, tenía que descansar cada dos por tres, recuperar el aliento y seguir, pero no llevaba ni los brazos ni los gemelos cansados, así que decidimos seguir, había que arriesgarse. Teníamos tiempo suficiente para llegar arriba por muy lento que yo tuviera que ir.
En cuanto Beto cogió una decena de metros de ventaja salió Abel. No le quise hacer fotos porque iba muy tenso y no quería que ningún error mío le enfadara más. Para mi sorpresa en el 3er tornillo que metió se colgó a descansar. Me dijo que iba muy cansado y que tenía los brazos petados. No era normal, la vía no era extrema para él, de hecho el año pasado iba silvando por aquí, y él lo sabía y esto hizo que aumentara más su enfado. Estaba siendo un día negro para él. Este cansancio repentino e inusual le convirtió en humano, de repente sintió las mismas sensaciones que me atenazan a mi en cualquier escalada dura: perdió seguridad en sí mismo y cada vez que tenía que parar y colgarse para descansar menos confianza tenía. Yo tenía una confrontación de sentimientos: sufría por lo mal que lo estaba pasando Abel y por otro lado, no podía evitar disfrutar del momento, de ver que poco a poco iban ganando metros y que me acercaba al objetivo. Me ofrecí a intentar tirar de primero al menos un largo, pero Abel no quiso sabiendo perfectamente que yo tampoco estaba para tirar cohetes. Hicimos en 3 largos , en vez de dos como es lo normal, esta última parte de la vía, porque Abel al ir tan cansado no apuraba a tope la cuerda, sino que buscaba sitios cómodos para montar las reuniones.
Abel se recuperó un poco después de ese primer largo y yo me animaba cada vez más al ver que aunque tenía que descansar para recuperar la respiración, las fuerzas no me fallaban. Los dos últimos largos fueron mucho más sencillos, no sólo porque tenían menos inclinación, sino porque estaban muy picados (había agujeros por todos lados hechos por los numeros escaladores que habían pasado por ese mismo sitio todo estos días), por lo que el desgaste fue mucho menor. De hecho, casi consigo superar el último largo sin tener que descansar.
A las 14:30 di el último pioletazo. Por fin estaba ahí arriba, encima del primer muro, a cientos de metros por encima del valle, tras 7h de escalada (hace tiempo que tengo asumido que nunca batiré ningún record escalando). Giré la cabeza hacia arriba para ver cómo era eso de observar el 2º muro tan cerca. A la izquierda vimos a la cordada de Javi y Sueco. Subí unos metros por la nieve y me puse a recoger las cuerdas, pensando que Abel estaría cómodo en la reunión. Me equivoqué. Recorrimos con cuidado el escaso centenar de metros que nos separaba de la línea de rápeles que nos iba a dejar en el seguro suelo de nuevo. La huella transcurría a escasos metros del precipio y cualquier resbalón podía suponer un accidente fatal. No respiré tranquilo hasta que no llegué a la 1ª reunión de los rápeles y me anclé a ella. Allí estaba también el figura que había escalado en solitario. Nos pidió que le dejáramos rapelar por nuestras cuerdas y por supuesto no le pusimos ningún problema.
El primer rápel es un poco extraño, porque después de bajar varios metros se llega a una repisa que hay que flanquear hacia la izquierda (mirando hacia el valle). De esta reunión no se llega en un sólo rápel a la repisa intermedia y hay dos opciones: rapelar por la canal de la derecha y luego destrepar 5-6 m de nieve hasta la siguiente reunión o bien rapelar rectos por la pared de piedra hasta una reunión intermedia y montar dos rápeles. Como no teníamos prisa porque había cola de espera, nos decantamos por esta opción. Desde la repisa al suelo aún quedan 4 rápeles más. Para cuando llegamos David y Beto habían subido a por las mochilas y nos esperaban con ellas, todo un detallazo. Recogimos cuerdas, nos quitamos todos los trastos (arnés, tornillos, crampones, etc.), lo metimos a la mochila y pa'bajo. Eran las 16:30 cuando empecé a andar por delante del resto que estaban en conversación animada. Yo sabía que me iban a adelantar en dos patadas así que decidí perderme las historias e intentar pillar la mayor ventaja posible para no ralentizarles en exceso. Me adelantaron antes de llegar al hotel, ya es triste.
Después de pasar Portalet paramos en la gasolinera de Formigal a y comprar un par de cocacolas. Luego vino el mayor susto, con patinaje incluido que quedó afortunadamente en nada, ni un bollo siquiera. Abel se estaba quedando dormido así que la última parte del viaje me tocó conducir a mí. Llegamos a Zaragoza pasadas las 12, pero no llegué a casa hasta la 1, y no me metí a la blanda cama hasta las 2 después de contar a Mariví someramente todas las aventuras.
En cuanto reposé la cabeza en la almohada me quedé dormido, descansando del esfuerzo de tanto sueño helado.
El circo de Gavarnie está formado por un inmenso murallón de más de 1000 m de altura que lo separa del parque nacional de Monte Perdido. Este pared se encuentra dividida por 3 muros separados por sendas campas de nieve. El primer muro tiene una altura de 250 a 300 m y es el más visitado. Está surcado por una innumerable cantidad de cascadas de moderada dificultad técnica y de elevada exigencia física: hace falta una gran resistencia, de la que carezco, para poder aguantar durante tantos metros. Sin embargo, existen muchos titanes a los que este esfuerzo les parece pequeño y necesitan retos más grandes y por ello se lanzan a escalar en el mismo día los dos primeros muros. En muchas ocasiones la mayor dificultad para alcanzar esta meta no radica en las expeluznantes paredes heladas de cada muro, sino en la campa de nieve: una nevada reciente significa tener que abrir huella y hace falta ser un portento de la naturaleza para poder aguantar el desgaste que supone subir un centenar de metros con nieve hasta las rodillas. Portentos como los que consiguen realizar la proeza de escalar los 3 muros y de volver al pueblo en el mismo día.
En rojo, Freezante. Los carámbanos de su izquierda constituyen la cascada Il maestro de Giaggio.
En amarillo, la línea de rápeles, 7. En verde, la repisa de nieve intermedia
Yo no pertenezco a ninguna de esas categorías de titanes y por eso el invierno pasado di botes de alegría con sólo haber podido llegar hasta la repisa intermedia que divide en 2 el primer muro. En realidad, al principio, cuando llegamos a ella pensé que ya habíamos terminado el primer muro y cuando Abel me sacó de mi error y me señaló lo que aún nos quedaba para hacerlo, decidí que hasta ahí había llegado mi aventura por ese año. Con una inmensa alegría y sin un sólo momento de duda, nos bajamos y lo celebramos debidamente en un bar de Gavarnie.En amarillo, la línea de rápeles, 7. En verde, la repisa de nieve intermedia
Este año tenía ganas de superar ese reto y llegar hasta el final del primer muro y contemplar desde ahí el valle. Así que aprovechando que ese finde daban un pronóstico de tiempo estupendo y que había bajado a niveles aceptables el riesgo de aludes en todo el Pirineo, el viernes 20 de febrero nos lanzamos casi toda la cuadrilla hacia Gavarnie. La mayoría tenía decidido quedarse todo el finde e intentar escalar los dos días. Sin embargo, Abel y yo teníamos claro que el domingo, con todo el cansancio acumulado de dos días (el del viaje y el de escalada) y una noche al frío no íbamos a poder escalar nada el domingo. Así que fuimos por nuestra cuenta con la idea de volvernos el sábado nada más terminar de escalar. El viaje de vuelta iba a resultar una pequeña paliza, seguro, pero al menos dormiríamos en cama. Otra cosa hubiera sido que hubiéramos encontrado sitio en alguno de los albergues del pueblo, pero estaban todos llenos, y la idea de pasar dos noches al raso no nos seducía a ninguno de los dos.
A pesar de quedar a las 5 de la tarde, tras cargar los bultos y llenar el depósito eran las 6 cuando salimos de Zaragoza. Las 4 h del viaje de ida se nos pasaron en un vuelo entre innumerables historias y recuerdos de escaladas y anécdotas pasadas y la emoción y las ganas por la escalada del día siguiente. A pesar de no llevar ningún mapa de carreteras y de contar sólo con nuestra destartalada memoria conseguimos llegar a Gavarnie sin ningún contratiempo. Allí nos esperaban ya Javi, Beto y David. Estaban aparcados en la explanada de un pequeño albergue pegado al camino que lleva al circo y cenaban dentro de la furgoneta sin atreverse a quedarse congelados por los -5ºC que hacía fuera. Nos hicieron un hueco y dimos cuenta también de nuestras viandas acompañadas por un vino peleón que trajo Javi, al que no le hicimos ningún asco. El albergue tiene un pequeño porche en la explanada donde los clientes pueden resguarecer sus coches de la helada. En hueco libre que había, pegado a la pared, nos organizamos nuestro acogedor dormitorio Beto, David y yo. Abel aceptó la invitación de Javi y durmió con él en su furgo.
Nos acostamos cerca ya de las 11 de la noche y programamos el despertador para las 4:3o de la madrugada. Teníamos por delante unas 5 h largas de descanso reparador: ja!!! A pesar de las numerosas capas de aislantes y colchones de goma espuma que me llevé, no paré de dar vueltas toda la noche, como siempre. Eso sí, me levanté sin ningún hueso molido. A partir de las 2 a.m. el camino se convirtió en una caravana de sonámbulas figuras iluminadas por frontales que se dirigían hacia el circo. Así que cuando por fin sonó el despertador tenía la desasogante sensación de que éramos a pesar del madrugón los más holgazanes de todos. Gracias a que ya teníamos preparadas las mochilas desde ayer, Abel y yo pudimos salir un poco antes. Sin embargo, no adquirimos la suficiente ventaja y antes de llegar a la gran explanada previa al camino del bosque ya nos habían alcanzado Beto y David. Javi había salido una hora antes, así que como siempre me quedaba yo cerrando la fila resoplando como un mamut mientras oía a los otros charlar entretenidamente sin verse afectados por la fatiga. Abel se paraba de vez en cuando para evitar que los perdiera de vista en la oscuridad, cosa que yo agradecía enormemente a pesar de que la huella formada por cientos de escaladores durante los días previos impedía que nadie se pudiera perder por ella. Más que una huella parecía una senda de elefantes. Cuando llegamos al hotel del circo pudimos contemplar uno de los espectáculos más curiosos que se puede observar en la escalada: decenas de puntitos luminosos colgados a diversas alturas esparcidos todo lo largo del oscuro primer muro. Era como estar delante de un gigantesco árbol de navidad, si cada frontal fuera de un color distinto la analogía hubiera sido perfecta. A partir de aquí la senda de elefantes se hizo más estrecha e irregular hasta dejarnos a pie del circo, a donde llegué cerca de las 7. Después de examinar la cantidad de cordadas que había en cada vía, decidimos olvidarnos de escalar Fluido glacial y nos dirigimos una vez más a Freezante. Allí había también varias cordadas, así que Beto y David entraron por Banana, un poco más a la izquierda, y Abel y yo por una variante situada a la derecha. Mientras nos poníamos el arnés y todos los trastos llegó una nueva cordada de 3 frances y mirando hacia el valle se podía distinguir numeros frontales esparcidos en grupos de 2-3 por todo el camino.
Las deliberaciones sobre cómo íbamos a dividirnos la vía fueron rápidas: yo sabía que si no dosificaba mi esfuerzo tenía muchas posibilidades de no llegar al final, así que le comenté a Abel que fuera él de primero en todos los largos. Abel no puso ninguna pega, generoso como siempre, y a las 7:30 empezó a dar los primeros pioletazos al hielo. Sin embargo, enseguida empezamos a ver que ése no iba a ser su mejor día. Al sacar el primer tornillo del arnés se le cayó otro al suelo, un error poco abitual en él. Sin más problemas porque fue a parar a 2 m de mi, pero Abel ya se empezó a chinar.
El inmenso primer muro y sus cascadas,
la última a la derecha: Thanatos, en donde estaban Juan Korkuera y "Bull"
Llegué, sin más problemas que la falta de respiración, a la reunión que había montado Abel en una pequeña repisilla.la última a la derecha: Thanatos, en donde estaban Juan Korkuera y "Bull"
La cordada de franceses estaba escalando por debajo nuestro y mientras Abel salía para hacer el segundo largo llegó el primero de su cordada.
Montó también reunión al lado de la nuestra y mientras hablaba con él y sufríamos las caídas de trozos de hielo de la cordada que iba por delante oímos pasar por encima de nuestras cabezas uno de los piolets de Abel que fue a parar directamente a la nieve al pie de vía sin que golpeara a nadie. Abel me contó más tarde que se le había resbalado un pie, había perdido el equilibrio y estuvo a punto de caerse. Se le fue uno de los pioletes pero afortunadamente pudo agarrarse al otro que permanecía firmemente clavado en el hielo. Pasados los primeros segundos de sorpresa y nerviosismo empezamos a estudiar las posibilidades que teníamos. Él no podía seguir escalando con un sólo piolet, así que metió un tornillo y se colgó de él mientras decidíamos. La primera idea fue bajarnos y abandonar la vía. Era una putada, desde luego, así que Abel comentó que podía bajar hasta el suelo, recogerlo y seguir hacia arriba. Esto nos iba a hacer perder un montón de tiempo, sobre todo porque nos quedaríamos como última cordada, y aún nos quedaban muchos metros de escalada. La 3ª opción era que nos lo subieran alguno de los dos franceses que aún quedaban por subir. Se lo comenté al chico que tenía a mi lado y no hubo problemas. Bajé a Abel hasta la reunión para esperar ahí a que llegara los otros dos compañeros del francés. Una vez en la reunión nos lo volvimos a pensar y decidimos no perder tanto tiempo, Abel se cogió uno de mis piolets, idénticos a los suyos (de hecho toda la cuadrilla menos Carlos tenemos los mismos piolets, unos Quarks) y salió hacia arriba muy cabreado consigo mismo. Había perdido confianza en sí mismo y a cada rato le oía gritar por cualquier cosa. La escalada a partir de aquí cambió totalmente. Normalmente escalo con Abel en un ambiente muy relajado, no paramos de reírnos en las reuniones y nos hacemos cientos de fotos. Esta vez la tensión se apoderó de Abel y yo, a pesar de que me encontraba bien y disfrutaba de la escalda todo lo que mi fondo físico me permitía, me contagié de su ánimo. Además me sentía culpable por no poder dar descanso a Abel y tirar yo de primero algún largo. Mi sentimiento de culpabilidad aumentó aún mucho más cuando después de que subieran el piolet de Abel me dispuse a seguirle y dejé abajo a toda la cordada francesa. El hielo estaba muy estalladizo en estos primeros largos y cada vez que golpeábamos el piolet contra el hielo éste se agrietaba y se rompía cayendo decenas de trozos de hielo a los pobres que tenía debajo. Algunos de estos trozos son de un tamaño considerable y cuando caen de gran altura pueden producir mucho daño. Cada vez que veía cómo tiraba trozos abajo, gritaba para avisarles y me enfadaba conmigo mismo por no poder evitarlo y tratar de esa manera a alguien que nos había sacado de un serio problema. No estaba escalando a gusto, y aún fue a peor cuando tras tirar un chusco de hielo más oigo un helador grito de dolor por parte del chico francés que llegó primero a la reunión. Luego me enteré que casi todas las cordadas del circo habían oído también el grito. Las numerosas panzas que caracterizan estos primeros tramos de la cascada me impedían ver lo que había sucedido aunque podía adivinarlo. Seguí escalando compungido, mirando hacia abajo cada vez que me colgaba de un tornillo para descansar, en un intento inútil por intentar comprobar que no había pasado nada. Alcancé a Abel y vimos cómo la cordada de franceses abandonaba y bajaban rapelando. Esto no hizo más que añadir más peso a nuestro ánimo. Abel llegó a la repisa de nieve intermedia en el siguiente largo (el año pasado tuvimos que hacer 4 para llegar al mismo sitio), pero no le llegó la cuerda para atravesarla y montar reunión en la pared de hielo siguiente, así que tuve que salir en ensamble (es decir, tanto el primero como el segundo están escalando al mismo tiempo sin que ninguno asegure al otro) unos pocos metros sin yo saberlo. No nos oíamos muy bien, así que no le entendía lo que me decía, pero notaba cosas raras. Al cabo de unos pocos metros de salir y empezar el 3er largo yo también vi que Abel no me recogía las cuerdas. Abel sabe de lo miedoso que soy y me suele llevar las cuerdas tan tensas como las de una guitarra, y esta vez no era así. Le grité y no me contestaba, yo creo que para no asustarme, porque estaba montando reunión en ese mismo momento y yo por lo tanto no me estaba asegurando aún ni podía recogerme cuerda. Cuando llegué a la repisa vi que Beto estaba con él en la reunión mientras aseguraba a David que estaba abriendo como un titán el siguiente largo. Bebimos y comí algo para intentar reponer fuerzas. Ya había llegado al mismo punto que el año pasado. Era el momento de decidir. Eran las 11:30. Estaba cansado, pero no exhausto. El problema es que me faltaba continuidad, no podía escalar todo un largo seguido, tenía que descansar cada dos por tres, recuperar el aliento y seguir, pero no llevaba ni los brazos ni los gemelos cansados, así que decidimos seguir, había que arriesgarse. Teníamos tiempo suficiente para llegar arriba por muy lento que yo tuviera que ir.
Los siempre presentes carámbanos del Maestro cada vez más cercanos;
a la derecha un alpinista escalando en solitario
Descansamos un poco más mientras dejábamos que Beto saliera y nos entretuvimos observando a un loco que estaba escalando en solitario por nuestra izquierda, en la vía llamada Banana.a la derecha un alpinista escalando en solitario
En cuanto Beto cogió una decena de metros de ventaja salió Abel. No le quise hacer fotos porque iba muy tenso y no quería que ningún error mío le enfadara más. Para mi sorpresa en el 3er tornillo que metió se colgó a descansar. Me dijo que iba muy cansado y que tenía los brazos petados. No era normal, la vía no era extrema para él, de hecho el año pasado iba silvando por aquí, y él lo sabía y esto hizo que aumentara más su enfado. Estaba siendo un día negro para él. Este cansancio repentino e inusual le convirtió en humano, de repente sintió las mismas sensaciones que me atenazan a mi en cualquier escalada dura: perdió seguridad en sí mismo y cada vez que tenía que parar y colgarse para descansar menos confianza tenía. Yo tenía una confrontación de sentimientos: sufría por lo mal que lo estaba pasando Abel y por otro lado, no podía evitar disfrutar del momento, de ver que poco a poco iban ganando metros y que me acercaba al objetivo. Me ofrecí a intentar tirar de primero al menos un largo, pero Abel no quiso sabiendo perfectamente que yo tampoco estaba para tirar cohetes. Hicimos en 3 largos , en vez de dos como es lo normal, esta última parte de la vía, porque Abel al ir tan cansado no apuraba a tope la cuerda, sino que buscaba sitios cómodos para montar las reuniones.
Abel se recuperó un poco después de ese primer largo y yo me animaba cada vez más al ver que aunque tenía que descansar para recuperar la respiración, las fuerzas no me fallaban. Los dos últimos largos fueron mucho más sencillos, no sólo porque tenían menos inclinación, sino porque estaban muy picados (había agujeros por todos lados hechos por los numeros escaladores que habían pasado por ese mismo sitio todo estos días), por lo que el desgaste fue mucho menor. De hecho, casi consigo superar el último largo sin tener que descansar.
A las 14:30 di el último pioletazo. Por fin estaba ahí arriba, encima del primer muro, a cientos de metros por encima del valle, tras 7h de escalada (hace tiempo que tengo asumido que nunca batiré ningún record escalando). Giré la cabeza hacia arriba para ver cómo era eso de observar el 2º muro tan cerca. A la izquierda vimos a la cordada de Javi y Sueco. Subí unos metros por la nieve y me puse a recoger las cuerdas, pensando que Abel estaría cómodo en la reunión. Me equivoqué. Recorrimos con cuidado el escaso centenar de metros que nos separaba de la línea de rápeles que nos iba a dejar en el seguro suelo de nuevo. La huella transcurría a escasos metros del precipio y cualquier resbalón podía suponer un accidente fatal. No respiré tranquilo hasta que no llegué a la 1ª reunión de los rápeles y me anclé a ella. Allí estaba también el figura que había escalado en solitario. Nos pidió que le dejáramos rapelar por nuestras cuerdas y por supuesto no le pusimos ningún problema.
Una cordada escalando los últimos largos de nuestra vía, se puede apreciar lo verticales que son;
al fondo el Maestro de Giaggio
Los rápeles están montados con parabolts, así que bajamos con total tranquilidad. El único problema es que algunas de las reuniones no son muy fáciles de localizar y te las puedes saltar si vas muy deprisa (cosa que le ocurrió a Beto y montó una pequeña cola de espera detrás de él).al fondo el Maestro de Giaggio
El primer rápel es un poco extraño, porque después de bajar varios metros se llega a una repisa que hay que flanquear hacia la izquierda (mirando hacia el valle). De esta reunión no se llega en un sólo rápel a la repisa intermedia y hay dos opciones: rapelar por la canal de la derecha y luego destrepar 5-6 m de nieve hasta la siguiente reunión o bien rapelar rectos por la pared de piedra hasta una reunión intermedia y montar dos rápeles. Como no teníamos prisa porque había cola de espera, nos decantamos por esta opción. Desde la repisa al suelo aún quedan 4 rápeles más. Para cuando llegamos David y Beto habían subido a por las mochilas y nos esperaban con ellas, todo un detallazo. Recogimos cuerdas, nos quitamos todos los trastos (arnés, tornillos, crampones, etc.), lo metimos a la mochila y pa'bajo. Eran las 16:30 cuando empecé a andar por delante del resto que estaban en conversación animada. Yo sabía que me iban a adelantar en dos patadas así que decidí perderme las historias e intentar pillar la mayor ventaja posible para no ralentizarles en exceso. Me adelantaron antes de llegar al hotel, ya es triste.
Vistas de la parte izquierda del circo, debajo de los picos de la Cascada;
en amarillo: Oversdose, la cascada más larga de Europa con 450 m, no se escala casi nunca porque es muy inestable y se cae a trozos; en rojo: la escalofriante Maestro de Giaggio; en verde: Freezante.
Nos reagrupamos al llegar a la explanada y bajaron ya todos a mi ritmo hasta llegar al coche. Para mi sorpresa no bajaba destrozado, arrastrando los pies, bamboleándome por el camino. Había aguantado bastante bien, para ser yo, claro. En cuanto llegamos al coche me quité con gran alivio las botas duras de cuero que me estaban destrozando como siempre los juanetes y esperamos a que llegaran el resto de cordadas, especialmente la de Juan y Bull porque su furgo nos taponaba la salida. Poco a poco fueron llegando todos de sus respectivas aventuras y allí nos reunimos un montón de gente comiendo de pie y contando todas las anécdotas de la jornada: David, Beto, Abel, Juan, Bull, David Castillo... Hasta Manu Córdoba!!!! Los últimos en llegar fueron Javi y Sueco, que esos sí, llegaron reventadillos. Juan se apuntó a bajar con nosotros hasta Zaragoza porque estaba con bronquitis (y aún así había escalado Thanatos, 5+, como si tal cosa!!!!). Yo le advertí de los peligros suponía viajar con Abel, pero el muy inconsciente no los tomó en cuenta. Pasadas las 8 de la tarde nos despedimos de todos e iniciamos, cansados pero contentos (yo sobre todo) el camino de vuelta. Abel cometió un par de sus pifias habituales, pero a cambio consiguió localizar una reparadora fuente donde saciar nuestra sed (a pesar de que no habíamos visto el sol en todo el día yo estaba ligeramente quemado y todos queríamos beber).en amarillo: Oversdose, la cascada más larga de Europa con 450 m, no se escala casi nunca porque es muy inestable y se cae a trozos; en rojo: la escalofriante Maestro de Giaggio; en verde: Freezante.
Después de pasar Portalet paramos en la gasolinera de Formigal a y comprar un par de cocacolas. Luego vino el mayor susto, con patinaje incluido que quedó afortunadamente en nada, ni un bollo siquiera. Abel se estaba quedando dormido así que la última parte del viaje me tocó conducir a mí. Llegamos a Zaragoza pasadas las 12, pero no llegué a casa hasta la 1, y no me metí a la blanda cama hasta las 2 después de contar a Mariví someramente todas las aventuras.
En cuanto reposé la cabeza en la almohada me quedé dormido, descansando del esfuerzo de tanto sueño helado.
2 comentarios:
Enhorabuena por una gran clásica pirenaica ;-))) Y gracias tb por el viaje de vuelta jejejejejejjeej a pesar de los susticos eje
ejem ;-))
Hasta la vista alpinistaaa
No me das tiempo a terminar las historias, je je.
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