El fin de semana pasado "estrené" mis esquís de travesía de segunda mano y mis relucientes botas naranja fosforito. Tenía todo el material desde febrero, pero no había encontrado aún el momento ni la compañía para estrenarlos (las pocas veces que había esquiado ha sido siempre en pista y esquiar fuera de ellas no tiene comparación, así que no quería salir solo mi primera vez). Y el finde pasado, a falta de uno, se me juntaron dos planes para salir a hacer esquí de travesía. Rubén quería subir el sábado al pico Garmo Negro, en el valle de Panticosa, y David el Pico Tendeñera desde el valle de Otal en dos días. Rubén al final no pudo venir y yo me ahorré la molestia de tener que decir a uno de los dos que no.
El plan de David era salir el sábado sin madrugar, llegar a San Nicolás de Bujaruelo y desde allí ir andando a la cabaña de Otal para dormir. Los planes, como siempre, se alteraron temporalmente: de no madrugar mucho se pasó a quedar a las 15,30, que al final fue a las 16,00 por mi habitual tardanza. Para colmo, justo cuando ya estábamos atravesando Zaragoza para coger la carretera a Huesca, nos llamó Abel para ver qué plan teníamos. Mientras David discutía con él por el móvil, di media vuelta y nos dirigimos a su casa. No conseguimos convencerle de que se viniera con nosotros pero sí retrasar más nuestra salida.
Nada más llegar al albergue de San Nicolás de Bujaruelo, David preguntó por las condiciones de nieve de la ruta. Al parecer había mucha nieve en el valle de Otal, pero ninguna antes de llegar a él. Así que cargamos los esquís en la mochila y salimos sin perder más tiempo para intentar llegar de día a la cabaña.
A pesar de que la aproximación no era muy larga no estaba muy seguro de cómo iban a aguantar mis delicados pies el machaque de caminar con mis botas de plástico nuevas. Las botas de travesía son muy rígidas y se hace muy incómodo caminar con ellas, especialmente si el camino tiene tantas piedras como el primer atajo que cogimos:
Luego salimos a un prado y el sendero se hizo mucho más cómodo:
En poco más de 50 minutos llegamos al comienzo del valle de Otal: para nuestra sorpresa no había tanta nieve como nos habían dicho y a lo largo de la pista (que discurre por el lado derecho de la fotografía) se apreciaban numerosas zonas sin nieve.
La jornada incluyó también numerosos y patosos intentos de hacer correctamente "la vuelta maría", de los cuales desgraciadamente no hay constancia gráfica.
Cuando la nieve se reblandeció demasiado decidimos bajarnos definitivamente hacia la cabaña,
recoger todo el material (sacos, esterilla...), comer algo y bajar al coche. Esta vez la foqueada a lo largo del valle fue mucho más dinámica. Sin embargo, David decidió coger un poco de altura y bajar todo el valle sin perder demasiada altura y me sacó una media hora. En fin, es lo que da la experiencia.
Una vez de vuelta al coche, cervecita en el albergue de San Nicolás de Bujaruelo y otra más en el emblemático "El último bucardo" en Linás de Broto.
En el bar de este albergue tienen reseñas de todas las vías de escalada de Ordesa. Es una parada obligatoria, especialmente si conoces a los dueños como era el caso de David.
Para mí, como jornada de iniciación, estuvo genial (David seguro que se aburrió bastante más), aunque espero ir mejorando en las próximas salidas.
En el blog de David podéis encontrar más fotos de esta salida (algunas de las fotos que he colgado en esta reseña, de hecho, están sacadas de ahí) y podéis contrastar los 2 relatos. Compasivamente no ha puesto ninguna foto de mis numerosas caídas.
¡Un saludo!
Nada más llegar al albergue de San Nicolás de Bujaruelo, David preguntó por las condiciones de nieve de la ruta. Al parecer había mucha nieve en el valle de Otal, pero ninguna antes de llegar a él. Así que cargamos los esquís en la mochila y salimos sin perder más tiempo para intentar llegar de día a la cabaña.
A pesar de que la aproximación no era muy larga no estaba muy seguro de cómo iban a aguantar mis delicados pies el machaque de caminar con mis botas de plástico nuevas. Las botas de travesía son muy rígidas y se hace muy incómodo caminar con ellas, especialmente si el camino tiene tantas piedras como el primer atajo que cogimos:
Luego salimos a un prado y el sendero se hizo mucho más cómodo:
En poco más de 50 minutos llegamos al comienzo del valle de Otal: para nuestra sorpresa no había tanta nieve como nos habían dicho y a lo largo de la pista (que discurre por el lado derecho de la fotografía) se apreciaban numerosas zonas sin nieve.
Las opciones eran claras: o seguíamos la pista porteando los esquís a la espalda como hasta entonces (con lo que pesan, especialmente los míos), o nos calzábamos los esquís con las focas y nos buscábamos la vida para no salirnos de la nieve. Desgraciadamente nos decidimos por la 2ª. No contamos con mi falta de experiencia. Nada más ponerme los esquís me desequilibré y el bastón telescópico de apoyo lo doblé como si fuera de plastilina. La primera en la frente. No batí ningún récord en desdoblar las fieles de foca y ponerlas en los esquís cuando se nos acabó la pequeña bajadita inicial. Foquear no resultó tampoco algo tan sencillo como yo me había imaginado y aquí empezaron las pacientes "clases" en forma de consejos que me dio durante todo el finde David.
Llegamos a la cabaña de noche, claro. Como no veíamos bien cuál sería el camino a seguir el día siguiente, decidimos no madrugar mucho (buscar de noche un camino que no se conoce con la sola ayuda de los frontales no es tarea fácil) y una vez tomada esa tranquilizadora decisión nos pusimos a cenar.
Cerca de las once nos metimos al saco. A pesar de las 2 esterillas dormir en el duro suelo no es como hacerlo en tu camita y me pasé toda la noche dando vueltas como un pirulo. A las 7 nos levantamos, nos preparamos y nos pusimos en marcha. No hacían falta las frontales.
Con la escasísima experiencia del día anterior empezamos a subir a máxima pendiente las primeras rampas. La nieve estaba aún muy dura. Yo iba resoplando detrás de David sin ninguna preocupación a pesar de que la pendiente se empinaba cada vez más: por donde él ha pasado sin resbalarse yo también, pensaba inocente. Al poco tiempo el esquí derecho dijo que ya no más, que hasta ahí habíamos llegado, resbalaba y yo no podía seguir subiendo.
Y a pedir sopitas a David. No podía seguir y no podía girar porque tampoco se me sujetaban los esquís canteando en una nieve tan dura (mis focas eran además demasiado estrechas, no llegaban hasta el canto, y apenas hacían rozamiento en esa posición). Después de un buen rato de estar intentando con mi mejor voluntad y total torpeza todo lo que me indicaba David conseguí salir del atolladero, pero viendo que las rampas que me esperaban más arriba eran aún más empinadas, comprendí que la excursión se había acabado ya para mí. Le dejé a David que siguiera
y yo me dispuse a empezar una jornada de entrenamiento haciendo series: quitar las focas, bajar, poner focas de nuevo, subir hasta donde ahora estaba, volver a quitar focas, bajar...
Pero la nieve seguía muy dura y David decidió darse la media vuelta unos cuantos metros más arriba,
bajar y acompañarme en mi jornada de aprendizaje.
Cerca de las once nos metimos al saco. A pesar de las 2 esterillas dormir en el duro suelo no es como hacerlo en tu camita y me pasé toda la noche dando vueltas como un pirulo. A las 7 nos levantamos, nos preparamos y nos pusimos en marcha. No hacían falta las frontales.
Con la escasísima experiencia del día anterior empezamos a subir a máxima pendiente las primeras rampas. La nieve estaba aún muy dura. Yo iba resoplando detrás de David sin ninguna preocupación a pesar de que la pendiente se empinaba cada vez más: por donde él ha pasado sin resbalarse yo también, pensaba inocente. Al poco tiempo el esquí derecho dijo que ya no más, que hasta ahí habíamos llegado, resbalaba y yo no podía seguir subiendo.
Y a pedir sopitas a David. No podía seguir y no podía girar porque tampoco se me sujetaban los esquís canteando en una nieve tan dura (mis focas eran además demasiado estrechas, no llegaban hasta el canto, y apenas hacían rozamiento en esa posición). Después de un buen rato de estar intentando con mi mejor voluntad y total torpeza todo lo que me indicaba David conseguí salir del atolladero, pero viendo que las rampas que me esperaban más arriba eran aún más empinadas, comprendí que la excursión se había acabado ya para mí. Le dejé a David que siguiera
y yo me dispuse a empezar una jornada de entrenamiento haciendo series: quitar las focas, bajar, poner focas de nuevo, subir hasta donde ahora estaba, volver a quitar focas, bajar...
Pero la nieve seguía muy dura y David decidió darse la media vuelta unos cuantos metros más arriba,
bajar y acompañarme en mi jornada de aprendizaje.
La jornada incluyó también numerosos y patosos intentos de hacer correctamente "la vuelta maría", de los cuales desgraciadamente no hay constancia gráfica.
Cuando la nieve se reblandeció demasiado decidimos bajarnos definitivamente hacia la cabaña,
recoger todo el material (sacos, esterilla...), comer algo y bajar al coche. Esta vez la foqueada a lo largo del valle fue mucho más dinámica. Sin embargo, David decidió coger un poco de altura y bajar todo el valle sin perder demasiada altura y me sacó una media hora. En fin, es lo que da la experiencia.
Una vez de vuelta al coche, cervecita en el albergue de San Nicolás de Bujaruelo y otra más en el emblemático "El último bucardo" en Linás de Broto.
En el bar de este albergue tienen reseñas de todas las vías de escalada de Ordesa. Es una parada obligatoria, especialmente si conoces a los dueños como era el caso de David.
Para mí, como jornada de iniciación, estuvo genial (David seguro que se aburrió bastante más), aunque espero ir mejorando en las próximas salidas.
En el blog de David podéis encontrar más fotos de esta salida (algunas de las fotos que he colgado en esta reseña, de hecho, están sacadas de ahí) y podéis contrastar los 2 relatos. Compasivamente no ha puesto ninguna foto de mis numerosas caídas.
¡Un saludo!
1 comentario:
Como no lo hemos visto ¡nos tendremos que creer lo que cuentas! Pero tú sigue intentándolo que algún día lo conseguirás.
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