Frío, mucho frío es lo que habían pronosticado para el pasado finde. Frío igual a hielo, es lo único en lo que pensábamos, así que el viernes 8 de enero salimos hacia el refugio de Pineta de prisa y corriendo. Nada más acabar de comer ya empecé a organizar como pude el material para el finde intentando no dejarme nada: esquís, saco, ropa, cuerda, tornillos, casco, piolets, crampones... En total 3 mochilas mal hechas, más la bolsa de las botas, más la bolsa de los esquís. Y Abel otro tanto y David, lo mismo. A pesar de que íbamos con mi tanque no nos sobró mucho sitio. Se hacía raro ir a un valle del Pirineo distinto del de Tena, así que presté atención en Huesca para no saltarme el desvío a Barbastro. Allí giramos hacia Aínsa y en Bielsa cogimos la carretera hacia el parador hasta un pequeño desvío a 2 km antes de llegar a él por el que pudimos bajar con el tanque sin problemas hasta la misma puerta del refugio.
Su guarda, Jaime, nos cuidó estupendamente durante todo el gélido finde. Allí coincidimos con un guía madrileño, Jonás, y dos clientes que andaban de cursillo. Apenas había nadie más, así que estuvimos bien cómodos.
El sábado nos levantamos muy temprano, a las 6:15; no queríamos que nadie nos pisara las cascadas. El frío nos estaba atrofiando las neuronas: ¿quién más en su sano juicio iba salir con un tiempo como éste? Llegamos aún de noche al pequeño párkin a la izquierda de la carretera que da acceso al valle de Barrosa, justo unos pocos metros antes de las pronunciadas curvas que suben al tunel de Bielsa. Estaba vacío, ¿cómo no? El termómetro del coche marcaba -8ºC y así siguió todo el día. Sólo la motivación de conocer por fin las cascadas de Barrosa consiguió que saliera del coche y empezara el ritual de preparar y ponerse el material con las manos entumecidas. Entre la torpeza de movimientos y las dudas mentales salimos tarde, pasadas las 9 (¡menudo desperdicio de madrugón!)
La aproximación resultó la más cómoda que he realizado hasta ahora: seguimos una nevada pista que nace directamente a la izquierda del párkin y que remonta en unas pocas curvas el escaso desnivel que nos separa del valle. La nieve estaba muy pisada así que en realidad no hacía falta los esquís y nos habríamos ahorrado además las numerosas piedras y ramas de la bajada (y yo me habría ahorrado el bastón que rompí en una caída tonta), pero no hubiera sido tan divertido. El viento era helador, el día no levantaba y apenas se podían vislumbrar las altas cumbres que cierran el valle (Robiñera y la Munia), esta primera visita estaba resultando un pelín desagradable. La única dificultad del camino fue ascender por el empinado cono dejado por pasadas avalanchas y plagado de helados bloques, que me obligó a dejar los esquís a medio altura y continuar a pie hasta la cascada. Tardamos 2h en vez de la hora y cuarto que marcan las guías (se nota el lastre del agüelo, je je). Como Abel y David llevaban ya un rato esperándome, habían evaluado ellos la situación y habían elegido ya la cascada que tenía mejor pinta: Espluca, III, 3+.
El siguiente largo comienza en una travesía hacia la izquierda y un pequeño resalte a 60º. La reunión consistía en una cadena a la que le habían arrancado también un parabolt y colgaba un par de metros por encima de la cascada. David se vio con fuerzas y ganas y en vez de montar reunión quiso atacar el siguiente largo, pero la calidad del hielo ya no era la misma. Abel y yo le oíamos ateridos desde la R1 cómo saneaba la costra de hielo para intentar encontrar emplazamientos más fiables para los tornillos y para sí mismo. El viento soplaba sin piedad y a pesar de las chaquetas de goretex y de plumas no podíamos evitar tiritar. La precariedad del hielo y la falta de tornillos (no pensaba empalmar el siguiente largo y apenas llevaba material), aconsejaron a David bajarse de nuevo hasta la R2, que montó entera con un tornillo y sus dos piolets. El corto trayecto hasta él no consiguió que entráramos en calor. Abel intentó también el siguiente largo, sólo para confirmar que el hielo no estaba para muchas alegrías y para dejarnos una estética pose.
David volvió a subir para recoger el material dejado y de la misma nos bajamos todos en un único rápel. Yo solo tenía en mente volver al calorcito del refugio.
Toda la bajada hasta el coche resultó entretenida: el helado cono de la avalancha, los numerosos arroyos, las ramas de los árboles, las piedras... Tanto entretenimiento hizo que los últimos metros los hiciera de nuevo a pata.
La tarde la gastamos en el refugio secando el material, cenando, viendo fotos y dando mil vueltas al plan del día siguiente. Pringar dos días seguidos no era un opción. Jaime nos dice que las cascadas de la boca sur están formadas y no nos lo pensamos más: la orientación sur y el frío intenso de estos días pasados nos hacen presagiar buenas condiciones.
El domingo fue un día totalmente distinto: soleado, sin apenas viento, buen hielo... ¡Así quiero escalar yo todos los días!!!
Esta vez no madrugamos tanto y para cuando cuando llegamos al párkin, situado justo en la entrada del túnel que comunica el valle con Francia, nos damos cuenta de que hay dos cordadas de franceses que se están preparando. Organizamos el material a toda pastilla, Abel sale corriendo, David le sigue al poco y yo, como siempre, salgo el último (no sin dejarme en el coche la cámara de fotos). Nos dirigimos a la cascada El Sueño del Agua, II,3+. La aproximación es todavía mejor, casi nula, apenas 5 minutos y un par de fuertes rampas (que me dejan sin respiración). La calidad del hielo era estupenda, algo húmedo pero grueso y consistente. La cascada es una sucesión de resaltes con fuerte pendiente y distinta longitud, alternados con pequeñas campas sin apenas inclinación. Todas las reuniones que hicimos estaban montadas a la derecha con cordinos en pinos. Los largos más interesantes son los dos primeros ya que presentan resaltes de hasta 80º, pero con los suficientes resaltes para que el agüelo pudiera tomar un descanso de vez en cuando (¡qué diferencia con Gavarnie!). Aún así en el único paso realmente vertical me puse una vez más nervioso y gorileé sin compasión de los piolets sin prestar la más mínima atención a los pies. David y Abel tiraron los dos primeros largos empalmando en cada uno dos resaltes y agotando casi el total de la cuerda. Yo tiré el 3er largo, el más fácil, con un único resalte de 60º en el que aún tuve que descansar y luego unas rampas en las que subimos casi caminando. En fin, así es el agüelo. El último largo lo tiró de nuevo David. El sol ya empezó a dar sobre la cascada antes de terminar el último largo y cuando estábamos rapelando buena parte de la cascada estaba derritiéndose y lanzando un impresionante manguerazo de agua. Aún así había una cordada que estaba empezando a subir. Las dos cordadas de franceses que empezaron con nosotros se portaron y lejos de intentar adelantarnos nos esperaron en todas las reuniones con infinita paciencia teniendo en cuenta la lentitud del agüelo. No suele ocurrir, así que es justo reconocerlo.
David seguía teniendo mono de esquí y consiguió convencer a Abel para acompañarle en una corta subida hacia el Puerto Viejo mientras yo me quedaba descansando al sol (lamentablemente el sol duró poco y las temperaturas cayeron de nuevo en picado). Menos mal que no tardaron mucho en bajar y pudimos recuperar energías en Escalona: una dieta equilibrada a base de cerveza y huevos fritos.
Su guarda, Jaime, nos cuidó estupendamente durante todo el gélido finde. Allí coincidimos con un guía madrileño, Jonás, y dos clientes que andaban de cursillo. Apenas había nadie más, así que estuvimos bien cómodos.
El sábado nos levantamos muy temprano, a las 6:15; no queríamos que nadie nos pisara las cascadas. El frío nos estaba atrofiando las neuronas: ¿quién más en su sano juicio iba salir con un tiempo como éste? Llegamos aún de noche al pequeño párkin a la izquierda de la carretera que da acceso al valle de Barrosa, justo unos pocos metros antes de las pronunciadas curvas que suben al tunel de Bielsa. Estaba vacío, ¿cómo no? El termómetro del coche marcaba -8ºC y así siguió todo el día. Sólo la motivación de conocer por fin las cascadas de Barrosa consiguió que saliera del coche y empezara el ritual de preparar y ponerse el material con las manos entumecidas. Entre la torpeza de movimientos y las dudas mentales salimos tarde, pasadas las 9 (¡menudo desperdicio de madrugón!)
La aproximación resultó la más cómoda que he realizado hasta ahora: seguimos una nevada pista que nace directamente a la izquierda del párkin y que remonta en unas pocas curvas el escaso desnivel que nos separa del valle. La nieve estaba muy pisada así que en realidad no hacía falta los esquís y nos habríamos ahorrado además las numerosas piedras y ramas de la bajada (y yo me habría ahorrado el bastón que rompí en una caída tonta), pero no hubiera sido tan divertido. El viento era helador, el día no levantaba y apenas se podían vislumbrar las altas cumbres que cierran el valle (Robiñera y la Munia), esta primera visita estaba resultando un pelín desagradable. La única dificultad del camino fue ascender por el empinado cono dejado por pasadas avalanchas y plagado de helados bloques, que me obligó a dejar los esquís a medio altura y continuar a pie hasta la cascada. Tardamos 2h en vez de la hora y cuarto que marcan las guías (se nota el lastre del agüelo, je je). Como Abel y David llevaban ya un rato esperándome, habían evaluado ellos la situación y habían elegido ya la cascada que tenía mejor pinta: Espluca, III, 3+.
El círculo rojo indica el comienzo de la cascada Bachetas,
el verde Espluca y el amarillo Océano Pacífico, la más conocida del valle
Abel inició el primer largo, un corto resalte de 15-20 m de buen hielo (75-80º) que termina en un pequeño rellano en cuya pared derecha está instalada la primera reunión, a la que le faltaba un parabolt. ¡Los primeros pioletazos de la temporada, por fin! Y de nuevo la tensión de verse colgado de las finas puntas de los crampones, de no conseguir sacar el piolet, del cansancio en los antebrazos... Menos mal que el largo no es mantenido, que presenta descansos para los pies y que la mayor dificultad son los 4 m finales.el verde Espluca y el amarillo Océano Pacífico, la más conocida del valle
El siguiente largo comienza en una travesía hacia la izquierda y un pequeño resalte a 60º. La reunión consistía en una cadena a la que le habían arrancado también un parabolt y colgaba un par de metros por encima de la cascada. David se vio con fuerzas y ganas y en vez de montar reunión quiso atacar el siguiente largo, pero la calidad del hielo ya no era la misma. Abel y yo le oíamos ateridos desde la R1 cómo saneaba la costra de hielo para intentar encontrar emplazamientos más fiables para los tornillos y para sí mismo. El viento soplaba sin piedad y a pesar de las chaquetas de goretex y de plumas no podíamos evitar tiritar. La precariedad del hielo y la falta de tornillos (no pensaba empalmar el siguiente largo y apenas llevaba material), aconsejaron a David bajarse de nuevo hasta la R2, que montó entera con un tornillo y sus dos piolets. El corto trayecto hasta él no consiguió que entráramos en calor. Abel intentó también el siguiente largo, sólo para confirmar que el hielo no estaba para muchas alegrías y para dejarnos una estética pose.
David volvió a subir para recoger el material dejado y de la misma nos bajamos todos en un único rápel. Yo solo tenía en mente volver al calorcito del refugio.
Toda la bajada hasta el coche resultó entretenida: el helado cono de la avalancha, los numerosos arroyos, las ramas de los árboles, las piedras... Tanto entretenimiento hizo que los últimos metros los hiciera de nuevo a pata.
La tarde la gastamos en el refugio secando el material, cenando, viendo fotos y dando mil vueltas al plan del día siguiente. Pringar dos días seguidos no era un opción. Jaime nos dice que las cascadas de la boca sur están formadas y no nos lo pensamos más: la orientación sur y el frío intenso de estos días pasados nos hacen presagiar buenas condiciones.
El domingo fue un día totalmente distinto: soleado, sin apenas viento, buen hielo... ¡Así quiero escalar yo todos los días!!!
Esta vez no madrugamos tanto y para cuando cuando llegamos al párkin, situado justo en la entrada del túnel que comunica el valle con Francia, nos damos cuenta de que hay dos cordadas de franceses que se están preparando. Organizamos el material a toda pastilla, Abel sale corriendo, David le sigue al poco y yo, como siempre, salgo el último (no sin dejarme en el coche la cámara de fotos). Nos dirigimos a la cascada El Sueño del Agua, II,3+. La aproximación es todavía mejor, casi nula, apenas 5 minutos y un par de fuertes rampas (que me dejan sin respiración). La calidad del hielo era estupenda, algo húmedo pero grueso y consistente. La cascada es una sucesión de resaltes con fuerte pendiente y distinta longitud, alternados con pequeñas campas sin apenas inclinación. Todas las reuniones que hicimos estaban montadas a la derecha con cordinos en pinos. Los largos más interesantes son los dos primeros ya que presentan resaltes de hasta 80º, pero con los suficientes resaltes para que el agüelo pudiera tomar un descanso de vez en cuando (¡qué diferencia con Gavarnie!). Aún así en el único paso realmente vertical me puse una vez más nervioso y gorileé sin compasión de los piolets sin prestar la más mínima atención a los pies. David y Abel tiraron los dos primeros largos empalmando en cada uno dos resaltes y agotando casi el total de la cuerda. Yo tiré el 3er largo, el más fácil, con un único resalte de 60º en el que aún tuve que descansar y luego unas rampas en las que subimos casi caminando. En fin, así es el agüelo. El último largo lo tiró de nuevo David. El sol ya empezó a dar sobre la cascada antes de terminar el último largo y cuando estábamos rapelando buena parte de la cascada estaba derritiéndose y lanzando un impresionante manguerazo de agua. Aún así había una cordada que estaba empezando a subir. Las dos cordadas de franceses que empezaron con nosotros se portaron y lejos de intentar adelantarnos nos esperaron en todas las reuniones con infinita paciencia teniendo en cuenta la lentitud del agüelo. No suele ocurrir, así que es justo reconocerlo.
David seguía teniendo mono de esquí y consiguió convencer a Abel para acompañarle en una corta subida hacia el Puerto Viejo mientras yo me quedaba descansando al sol (lamentablemente el sol duró poco y las temperaturas cayeron de nuevo en picado). Menos mal que no tardaron mucho en bajar y pudimos recuperar energías en Escalona: una dieta equilibrada a base de cerveza y huevos fritos.
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