Juan, Raúl, Óscar, Patri y el agüelo en el pie de vía de Boketelandia
El domingo 10 de
marzo tuve la oportunidad de visitar de nuevo una de mis escuelas
favoritas, Atauri, en Álava. Pero no fue más que un
"aquí-te-pillo-aquí-te-mato", lo justo para quitarme el
mono, pero que me dejó totalmente insatisfecho. Fue una escapada de
una mañana porque tenía que volver a comer. Apenas dio tiempo a
calentar en un par de vías y luego a calentarme la cabeza en una de
pretar. Boketelandia, se llamaba. Ideal para el agüelo con ese
nombre, dijeron Juan y Patri, los habituales acompañantes en mis
visitas a esta delicatessen de cazos, buena roca y desplomes. Verla y
acojonarme fue todo uno. Los seguros me parecían demasiado alejados,
el desplome demasiado desplomado (¿No querías desplome, agüelo?
Pues toma), todo cazo demasiado pequeño… Mi confianza estaba por los suelos. El jueves no había hecho un buen entreno, se me petaron los brazos enseguida y en mi cabeza ya empezó el runrun de que no estaba fuerte. Con esta mentalidad no apostaba siquiera a que fuera capaz de montar la vía.
Al final terminé montándola, casi chapa a chapa, pero me quedé ya sin más tiempo que para desmontarla a toda leche sin terminar de maquear todos los pasos y salir corriendo, literalmente, a casita. Una excusa estupenda para volver.
El agüelo donde se acaban los boquetes de Boketelandia
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