martes, 13 de enero de 2009

Riglos: Vía Mosquitos a la Visera

¿Estamos locos? Era 13 de enero y estábamos en Riglos Abel y yo, en la cafetería del refugio tomando un café y un vaso de leche para entrar en calor mientras decidíamos si seguir con nuestros planes o no. El pueblo estaba desierto, no se veía ni un alma por las calles, ni siquiera el bar de Toño estaba abierto y hacía un frío del mil demonios.
El plan original era haber ido a escalar hielo al valle de Barrosa, un pequeño valle que nace casi al final del de Bielsa. Sin embargo, Abel estaba cansado. Trabaja en el turno de noche y este finde le tocaba currar la noche del viernes y la del domingo, así que en realidad su fin de semana se reducía a día y medio y le daba pereza dormir fuera, poco y mal, pegarse el madrugón padre al día siguiente, pasar frío, escalar y volver a Zaragoza con el tiempo justo para ducharse y salir al curro. Así que me propuso un plan alternativo y más ligero: ir a escalar a Riglos. Y para asegurarse que no me opondría me puso la miel en los morros: escalar la vía Mosquitos al mallo Visera.
Vista de los Mallos de Riglos, casi tapados por la niebla.
En azul, la vía Mosquitos

Riglos es uno de mis sitios preferidos para escalar. Está situado en un paraje excepcional, en un meandro del río Gállego, a unos pocos kilómetros de Huesca. Antiguamente era una zona casi mítica de escalada, con vías sin apenas equipación y roca no muy buena, donde había muerto mucha gente escalando (si queréis saber más sobre las historias de las primeras escaladas en Riglos podéis visitar la web de A0 a vista). Hoy en día, sus vías más transitadas, o sea, casi todas, están equipadas con parabolts. Eso sí, entre parabolt y parabolt suele haber un "aleje" estándar de 3 a 4 m, en el mejor de los casos. Los habituales del lugar dicen que es para dar un poco de "ambiente". Es decir, es una escalada bastante segura, pero que ofrece algunas dosis de mieditis aguda. Además las miles de repeticiones a sus vías han conseguido limpiarlas de casi todas las rocas sueltas. Es imposible acabar con todas debido a la naturaleza de sus paredes: están hechas de conglomerado. Es decir, de millones de cantos rodados erosionados por el río Gállego y depositados en su lecho. A estos cantos rodados que sobresalen por todas partes en las paredes de Riglos se les conoce popularmente como "bolos".
La idea de escalar por fin la clásica Mosquitos no conseguía empañar mi desilusión por no ir a Barrosa. Además, el tiempo no parecía acompañarnos en absoluto. Todo el viaje lo hicimos sumergidos en una densa niebla que no hacía más que deprimirme aún más. Sin embargo, nada más llegar al pueblo de Ayerbe, a pocos kilómetros de Riglos, la niebla desapareció, como si nos hubiéramos despertado de un mal sueño.
Restos de la helada en la carretera a Riglos, sacada con el móvil desde el coche
Nuestros ánimos renacieron al calor del Sol, pero aún quedaba un último detalle para afianzarlos plenamente: ¿haría viento? Se puede escalar plácidamente al sol en invierno siempre que no haga viento. El viento baja muchísimo la sensación térmica y convierte a una agradable escalada en una severa actividad. Nuestras esperanzas se vinieron abajo en cuanto salimos del coche. Nos quedamos helados, el viento era bastante fuerte. Decidimos calentar nuestros alicaidos ánimos con un café (para mí leche sola). Cómodamente sentados al calorcito del refu optamos por acercarnos a la pared y probar. Abel aseguraba que el viento cesaría a pie de vía, que los mallos de alrededor protegían a la pared del viento. Yo no las tenía todas conmigo, pero no teníamos nada mejor que hacer. Nos abrigamos como para ir al Polo y salimos. En cuanto empezamos a subir por el sendero entramos en calor y a sudar, normal. Sin embargo, al llegar a pie de vía seguíamos sin notar frío. El viento había desaparecido. Genial. Todo pintaba bien. Por fin estaba a punto de escalar la pared de la Visera. Sólo hace falta mirar hacia arriba para entender por qué este fue el último mallo en ser escalado: la pared es más que vertical, tira más hacia atrás cuanto más se sube. La Mosquitos es una vía que sortea las dificultades de la pared atravesándola por la mitad, subiendo en diagonal de izquierda a derecha aprovechando repisas y fisuras. Es una de las vías más repetidas de Riglos y desde luego es la más asequible de la Visera.
Croquis de la vía Mosquitos sacada de la web A0 a vista.
Nosotros unimos los dos primeros largos en uno. De hecho no vimos la primera reunión que aparece aquí.

Abel ya había escalado esta vía 2 veces (y no la hubiera repetido más si no fuera para “compensarme” por no ir a escalar hielo), se la conoce bien y me recomendó los largos impares, que eran los más asequibles. No me hacía mucha gracia empezar yo porque siempre cuesta un poco más el primer largo: te pilla frío, sin ritmo, sin haberte acostumbrado a las alturas, a los alejes de los seguros… Aún así le hice caso y salí.

Vista de la pared desde el suelo

Como el terreno era fácil al principio, no me importó que los seguros no estuvieran muy cerca y en cuanto empezaron las dificultades los parabolts se acercaron más. La verdad es que la vía está muy bien protegida. Subía bastante tranquilo, buscando los pasos y sin mirar demasiado abajo. La única preocupación era lo resbaladizo que estaban muchas presas debido a las cien mil cordadas que pasan por ahí todos los días. Algunas estaban totalmente pulidas, relucían al sol. Daba mal rollo.

Los 4 primeros largos los hicimos sin ningún problema.

Abel en el 2º largo disfrutando de lo más le gusta: bolos y diedro

Los largos difíciles los hacía de segundo, pero no tuve que “acerar” ninguna cinta.

Yo en el 2º largo, recogiendo una cinta

Inmensas vistas desde la 3ª reunión

Abel haciendo posturitas en el 4ºlargo

Abel aparte de abrirme los largos más difíciles me saca estupendas fotos, como esta al final del 4º largo

El 5º largo es la famosa travesía hasta el trono. Las travesías son largos en los que no avanzas verticalmente, sino que tienen una fuerte tendencia horizontal. Son peligrosos porque las caídas suponen un buen penduleo tanto para el primero como para el segundo de cordada y son bastante aéreas (se ve toda la caída hasta el suelo, mientras que cuando subes verticalmente sólo miras hacia arriba). A mí, como soy un cagao, me dan mucho respeto y lo paso mal en las travesías, por muy fáciles que sean, y ésta no lo era. Está cotada de 6a, pero tiene mucho “bolo” grande me dijo Abel. Me sentí con fuerzas y lo intenté. El comienzo era fácil, subiendo por una entosta con bastantes presas y enseguida encontré el punto donde tenía que desviarme a la derecha: las marcas blancas de magnesio en todos los “bolos” eran como las rayas de la carretera.

El comienzo del 5º largo

El trono: tan cerca, tan lejos...

La travesía discurre por encima de la 1ª gran roca que ni siquiera se llega a pisar

Con más miedo que vergüenza fui superando los distintos seguros hasta el último. Me agarré de la cinta y la mano derecha no me aguantaba y antes de caerme conseguí colocar otra cinta y colgarme del arnés. Pero el mosquetón se me enganchó en el anillo y se quedó abierto. Descansé un poco los brazos y enseguida liberé el mosquetón y lo pude cerrar. Ya más tranquilo “chapé” las cuerdas y descansé los brazos, Estaba a sólo 2-3 m del “trono”, una inmensa roca que sobresale de la pared y que es visible incluso desde el pueblo. Encima de esta roca está la reunión. No parecía muy difícil. Mientras descansaba colgado del parabolt iba estudiando los pasos y las presas. Salí. Acercarme al trono fue fácil, subirse a él no. La pared extraploma ligeramente en ese punto y te echa hacia atrás, con lo que tienes que hacer más fuerza con tus brazos. Ya tenía agarrada la última presa, pero mi mano derecha (quizás cansada del esfuerzo anterior), se me abrió y caí sin darme tiempo más que a gritar a Abel para avisarle ya que estaba fuera del alcance de su vista. La caída fue limpia, apenas me golpeé con nada y ni siquiera noté tirón en la cintura cuando las cuerdas me pararon. Las cuerdas se estiraron perfectamente como un chicle y amortiguaron el choque. Miré hacia arriba y comprobé que estaba todo bien: las cuerdas no habían sufrido y el parabolt aguantaba. Tranquilicé a Abel y empecé a estudiar mi situación. Al ser una travesía me había salido de la vía y los 4-5 m que caí eran totalmente verticales y sin apenas presas. Me sorprendió lo mucho que había caído, el parabolt no estaba tan lejos, pero hay que contar con lo que se estiran las cuerdas, con la comba que suele dejar siempre el que asegura y con la distancia que hay entre éste y la pared (yo peso 15 kg más que Abel y lo lancé contra la pared). Miré hacia abajo: más de 200 m directos al suelo. Las cuerdas me parecieron demasiado delgadas. En cuanto recuperé la tranquilidad empezamos a analizar las mejores opciones para salir de esta situación. No podía retroceder ni llegar al último parabolt por mí mismo. Abel tuvo que colaborar, ¡y cómo! Como no podía izarme como un petate, peso mucho repito, utilizamos la técnica que yo llamo “1,2,3: pilla”: grito 1, 2, 3… subía unos pocos centímetros y Abel tensaba las cuerdas. El problema para Abel era que el asegurador que utilizamos cuando escalamos con 2 cuerdas no es autobloqueante, como el de los cinturones de seguridad de un coche, por lo que Abel tuvo que aguantarme directamente con la fuerza de sus manos y brazos. Acabó con los brazos destrozados. Finalmente llegué al último parabolt, me colgué de él y Abel pudo por fin relajarse. Aún nos quedaba otra cuestión: seguía yo o no. No seguir era la opción más complicada y el trono lo seguía viendo al lado mismo, así que después de descansar y estudiar bien los pasos me decidí a salir de nuevo. Esta vez quise minimizar la posible caída y colgué un cintajo alrededor de uno de los bolos intermedios. Llegué al punto donde me caí y corregí errores: apoyé mi pie derecho en la lisa superficie lateral del trono para equilibrar mi cuerpo y no tener que hacer tanta fuerza con los brazos. Tiré de la presa derecha y en cuanto me elevé lo suficiente planté con la elegancia de un elefante una rodilla en el trono. Había llegado. Monté la reunión, recogí cuerda y aseguré a Abel, que por supuesto no tuvo problemas para superar el trono.

Abel en la famosa travesía al trono
La consabida foto desde el trono: me la había merecido
Desde el trono hay dos opciones: hay una escapada "fácil" hacia la derecha después de un corto rápel; o seguir hacia arriba a través de dos largos duros y otro muy sencillo que es más una trepada. Abel nunca había utilizado la escapatoria y esta vez tampoco: quería liberar el siguiente largo, 6b. Pero pronto se dio cuenta que ese no iba a ser el día de liberarlo: aguantarme y subirme le había dejado los brazos muy tocados.
Abel al comienzo del 6º largo.
Este es un largo muy vertical que tiende ligeramente a la izquierda hasta una panza sin apenas agarres. Allí puso un lazo, lo pisó y para arriba.
Clase magistral de artificial: colocación del pedal, cigüeña y hop! salida un poco arrastrada
Yo sufrí mucho más. Había subido bastante bien hasta el trono, pero estos largos extra me iban a pasar una seria factura. Mis brazos no tenían fuerza ni siquiera para agarrarme de las cintas y tuve que recurrir a todos mis "trucos" de escalada artificial. Aún así el largo no era acerable, no se llegaba de chapa a chapa y me costó una eternidad cada paso en libre que tenía que hacer. El récord estuvo a 50 cm de la reunión. Ahí estaba colgado del último parabolt, casi tocando los pies de Abel, sin poder superar esa última panza. A la izquierda la reunión, a la derecha los bolos que tenía que agarrar para poder superar esta última difultad. No había forma de llegar a ellos sin soltarme previamente del parabolt y mis brazos no me aguantaban. Me balanceaba y no llegaba. Al final, después de muchos intentos lo conseguí, me agarré al primer bolo, me solté del parabolt y pude subir esos pocos cm q me separaban del descanso. Esta reunión era la que más patio tenía de toda la vía: una repisilla estrecha en la que entraban justo justo nuestros pies y las cuerdas colgaban en el vacío. El siguiente largo era de 5+, en principio muy asequible, pero mis brazos no estaban para nada, así que delegué este último esfuerzo en Abel. Salió todo animado diciendo que recordaba que estas panzas eran pan comido. Enseguida se tuvo que tragar esas declaraciones. Lo intentó por un lado, por otro y al final puso un pedal, agarró la cinta y superó sin más la primera de las panzas.
Abel en las fáciles panzas del 7º largo
El resto del largo no le debía costar mucho porque su cuerda corría muy deprisa, a mí sin embargo, me supuso un enorme esfuerzo, el último. O eso creía yo, cada panza deseaba que fuera la última, pero no era así. Superaba la panza, miraba hacia arriba y me esperaba otra enseguida. Por fin, tras una eternidad, alcancé la reunión en la que me esparba Abel. De ahí hacia adelante no había más panzas sólo una cuesta de mala roca que acababa en un pequeño resalte. Sin pensármelo dos veces encaré esta cuestavacas, con precaucación porque la roca estaba fatal, se movía todo, pero con confianza, a pesar de no encontrar nada donde poner un seguro, porque el terreno era muy fácil. Aseguré a Abel en una sabina por pura precaución. Subió tan rápido que no me daba tiempo a recoger su cuerda. Cuando llegó, nos quitamos los gatos, recogimos las cuerdas y subimos andando hacia la cima. Por fin estaba en la cima de la Visera. Estaba anocheciendo, era un atardecer precioso y pudimos disfrutar de unas vistas de lujo. El sueño de todo montañero: disfrutar en la cima de las vistas únicas que ofrece.
¿Y por ahí hemos subido?
Al llegar al coche nos esperaba una última sorpresa: llegaron dos coches que reconocimos al instante. Eran los de Carlos y Javi, habían venido a charlar con Toño. Como él no estaba nos fuimos a Ayerbe. Casualidad de las casualidades: todo el Pirineo para ir y más de la mitad de mi cuadrilla de escalada nos juntamos sin haber quedado en el mismo sitio a la misma hora.
De izda a dcha: Carla, Abel, Javi y Carlos
Por supuesto volvimos a llegar tarde a Zaragoza y a Abel le dio el tiempo justo para llegar a su casa, descargar, cambiarse de ropa y salir de nuevo a trabajar sin haber descansado nada. Esa noche me metí en la cama con todo el cuerpo dolorido y cansado y pensaba mientras intentaba quedarme dormido qué menuda actividad ligera habíamos elegido!!!!

2 comentarios:

Juan korkuerika dijo...

Enhorabuena jabalí y con sartenazo incluido jejejejje así me gusta, forzándole ;-)))
Un abrazo y hasta la vista alpinistaaa

Iñaki dijo...

Lo del vuelo no estaba previsto, creía q podría sacarlo, xo...
en fin, menos mal q solo fue un susto y pude acabar el largo y la vía, je je.