lunes, 29 de junio de 2009

Garmo Negro (3041 m)

Vistas del Garmo Negro desde el Balneario de Panticosa
Mi hermano Jon me ha permitido este finde cambiar de actividad, dejar la cuerda y la cacharrería y coger las botas y caminar de nuevo con el único objetivo de caminar, de hacer cima y no de llegar al pie de ninguna vía. Me ha permitido retomar el montañismo que no hacía desde hace 4 años cuando Abel y compañía se cruzaron en mi camino en el tablón de MAR.
Jon hacía días que no iba al monte por un problema de espalda, así que elegimos una montaña asequible, sin otra dificultad que el enorme desnivel a salvar: 1400 m desde el Balneario de Panticosa (1636 m) hasta la cima del Garmo Negro (3051 m). Jon quería probar si había superado la lesión y quería también dormir en el monte por lo que cargamos las mochilas con comida y saco. Le propuse ir a dormir a los ibones de Pondiellos, entre los Infiernos y el Garmo Negro, dejar las mochilas debajo del collado de Pondiellos, seguir hacia nuestra cima y recogerlas a la vuelta.
Como pensábamos quedarnos a dormir salimos sin prisas de Zaragoza; total, ¿qué ibamos a hacer toda la tarde allí arriba si madrugábamos? A las 12 salimos del Balneario. Es una pena cómo está ahora. La inmobiliaria que se hizo cargo de relanzar este precioso enclave del Pirineo, Nozar, se ha declarado en quiebra hace pocos días y ha abandonado totalmente las obras desde hace semanas. Consecuencia: conviviendo con edificios de moderno diseño cerrados a cal y canto, se encuentran esqueletos de hierro y hormigón y los coches han vuelto a colonizar cada metro cuadrado libre para aparcar.
Pasamos por el templete de la fuente donde hace 12 años acampé durante 3 noches hasta que el tiempo mejoró lo suficiente como para poder subir. Hicimos fotos y seguimos tranquilamente, no teníamos prisa. Al cabo de 40 minutos llegamos a una zona abierta, más o menos llana, la llamada Majada baja, y no nos costó mucho decidirnos: ¿qué zona mejor para acampar? Lo tenía todo: agua, verde paisaje y... no tendríamos que seguir porteando las mochilas. Comimos un poco, escondimos las mochilas y seguimos hacia arriba. El camino no tiene pérdida, basta seguir un marcado y empinado sendero que no da mucho respiro.
Vistas de los distintos itinerarios obtenido de la web de mendiak
el camino azul no se desvía tanto hacia la derecha en la Majada alta
Mapa con los distintos itinerarios sacado de la web de landher
El comienzo de la subida desde el Balneario discurre por el lado derecho de la cascada,
no por el izquierdo como aparece aquí
En la Majada alta nos encontramos con varios hitos que recorren toda la Majada siguiendo el barranco del Argualas, pero nosotros seguimos el sendero que conduce hasta el collado de Pondiellos. Sendero que abandonamos al llegar a un riachuelo, cerca de los 2500 m, último punto de recogida de agua, que atravesamos y continuamos por un canchal siguiendo los hitos que íbamos encontrando bordeando la base del Garmo Negro. A esta altura nos encontramos con un nevero persistente que tuvimos que remontar, al principio por una suave pendiente y finalmente por una fuerte cuesta, hasta el ancho collado de las Argualas (2860 m).
En esta dura rampa vimos a mucha gente de bajada pasando un mal rato por no llevar crampones o por no saber utilizarlos. La nieve no estaba muy dura a esa hora del día, cerca de las 3 de la tarde, pero la pendiente imponía. Seguimos la huella hasta el collado del Algas y allí abandonamos la nieve para seguir un fácil sendero que termina en la cima tras una breve trepada final. Fuimos los últimos en coronar la cima, a las 4 de la tarde, tras 4 h de pateo desde el coche. Desde la cima disfrutamos de unas vistas impresionantes y pudimos comprobar la acertada decisión que tomamos al no acampar en los ibones de Pondiellos: estaban aún congelados. Tras 20 minutos de descanso, fotos de rigor, tentempié e hidratación iniciamos el descenso, alcanzando el collado en apenas un cuarto de hora.
Vistas desde la cima del Garmo Negro:
Macizo del Vignemale
Balaitous con los Ibones de Pondiellos helados en primer plano
El agüelo y al fondo los Infiernos
De allí encaramos el siguiente 3000, el Algas Norte (3032 m) siguiendo un fácil sendero que nos dejó en la cima apenas 10 minutos después.
El Garmo Negro desde la cima del Algas Norte, se aprecia fácilmente el sendero que sube a su cima por la aritsta izquierda; a la derecha el collado de las Argualas y al fondo el macizo del Vignemale
Algas (dcha) y Argualas (izqda) desde el Algas Norte
Continuamos por una fácil cresta hasta el Algas (3036 m) y sin apenas descanso encaramos la mayor dificultad de la jornada: la afilada cresta que une el Algas con el Pico de las Argualas (3046 m). Fuimos sorteando los problemas por el lado más sencillo en cada momento
En la cresta que lleva a las Argualas, atrás los dos Algas
Jon en un paso aéreo de la cresta
hasta que no nos quedó más remedio que descender al camino normal que sube a las Argualas por el lado izquierdo de la cresta. Este camino lleva de nuevo al filo de la cresta, lo supera y sigue por el lado derecho mediante un fácil trepeteo hasta la cima. Eran las 6 de la tarde, en apenas 1h y media habíamos coronado 4 tresmiles, no estaba mal. Últimas barritas y último trago y comenzamos a descender por fin hacia las mochilas. Primero retrocediendo lo andado hasta la ruta normal y luego descendiendo por el terreno más evidente que encontramos hasta el collado de las Argualas, donde nos pusimos los crampones para evitarnos mayores problemas en la fuerte pendiente. A las 8 pudimos descansar las piernas en la Majada baja y nos dio tiempo suficiente antes de que se fuera la luz a lavarnos, cenar abundantemente y plantar la tienda mientras un ejército de mosquitos intentaba cenar también a costa nuestra.
La sensación de soledad que nos inundó en cuanto empezó a atardecer justificó todos los esfuerzos y sudores.

miércoles, 24 de junio de 2009

Riglos, Vía de los Diedros (Peña Don Justo)

Abel y al fondo el Tornillo
Abel tenía que ir a dormir a Montserrat y yo había quedado a cenar a las 8:45 en Zaragoza con unos alumnos de bachillerato de este curso, así que habíamos decidido aprovechar el sábado con una escalada rápida en Riglos. Riglos, siempre Riglos.
El problema es que Abel ya tiene agotada la lista de vías asequibles de Riglos, y yo, casi (el listado de mis vías asequibles es mucho más corto que el suyo). Así que en vez de repetir alguna, salió su vena clasicómana y me estuvo comiendo el tarro el jueves y el viernes con una tal Vía de la Risa. El nombre prometía. El sitio, también: la Peña de Don Justo, pegada a la Peña de los Buitres (donde se encuentra una vía ferrata que sube al Mirador). Una Peña alejada a la que no acude nadie. El resto de la información daba miedo: abierta por Rabadá y Navarro, desequipada, dificultad V+/A1. Buscamos más alternativas y el viernes por la noche lo teníamos claro: la vía de los Diedros, en la misma peña, abierta también por el famoso dúo, pero más asequible: V/A0. Decidido.
Una inusual vista de los principales mallos de Riglos
Nada más llegar a Riglos nos pasamos por el bar de Toño para pedirle información. Nos recomendó que no la hiciéramos, que era muy fácil, que si queríamos "disfrutar" de una auténtica experiencia Rabadá-Navarro hiciéramos la Vía de la Risa y nos dejó una ristra de empotradores excéntricos grandes como armarios y un par de camalots (el 3 y el 4). Con todo eso cogimos el coche y nos dirigimos hacia allí. El primer problema fue encontrar el camino que nos llevase a la Peña Don Justo. Dimos más vueltas que un pirulo y probamos varios caminos hasta encontrar el válido. Para entonces ya eran más de las 11 de la mañana y reevaluamos la situación: la vía iba a ser severa, eso ya nos lo imaginábamos, y no teníamos tanto tiempo. Dejamos parte de la chatarra en el coche y nos dirigimos a la otra vía, la de los Diedros. Una vía fácil, de 140 m, 5 largos, algunos de IV, IV+, ideales para que yo también pudiera escalar de primero... Fácil, fácil, mierda, mierda.
La Peña de San Justo
En rojo la Vía de la Risa, en azul la Vía de los Diedros.
Nada más llegar al pie de vía nos dimos cuenta de que esto no iba a ser una escalada regalada: mala roca, chimeneas estrechas, sin seguros, expuesta... Vaya, una vía 5 estrellas. No tiré ningún largo de primero, claro; Abel acabó saturado de tanta expo; llegamos a la cima pasadas las 7:45 de la tarde y al coche una hora más tarde con las rodillas y los codos llenos de rozaduras, con dos clavos y un fisurero de menos que tuvimos que dejar en la vía (más otro clavo que voló junto con un viejo cordino), con la clasicomanía por los suelos y con la sensación de que habíamos arriesgado más de lo comúnmente sensato. Yo no llegué a la cena, claro, y compensé a mis alumnos apuntándome a su botellón, y Abel tuvo que suspender su viaje a Montserrat.
Al día siguiente quedé con Abel para pasarnos las fotos y me comentó que ésta había sido la primera escalada como cordada de Rabadá y Navarro hace... 50 años. ¡Cómo escalaban esos malditos!, pensamos los dos mientras apurábamos las retrasadas cervezas de la victoria envueltos por la seguridad de lo cotidiano.

Mañana, la descripción detallada de la vía.

Acceso: Hay que coger la pista que nace pasada la curva del mirador a la entrada del pueblo, la misma pista que lleva a los mallos pequeños. El coche hay que dejarlo en el depósito de agua, pero nos dijeron que podríamos seguir sin problemas ya que por ahí nunca pasa nadie (excepto unos senderistas que nos recordaron que no se podía circular por ese tramo de la pista). Hay que dejar la pista casi al final y coger un sendero a mano derecha indicado por un cartel que dice "Mirador, cubilillo, clavijas". El sendero cruza el río y se interna en el bosque. Es un sendero perfectamente delimitado y bien cuidado (nada que ver con las antiguas reseñas que indican que hay que hacer el jabalí para llegar a la pared). Después de unas cuantas zetas se llega a un desvío y se sigue el camino indicado como "collado Peña D. Justo". Justo cuando estamos debajo de la mole de la Peña Don Justo nace una última corta y empinada senda que lleva al pie de vía.
Vía. Nada más llegar a la pared empezamos a vislumbrar lo que se venía encima. A pesar de su nombre los dos primeros largos discurren por una estrecha, claustrofóbica y vertical chimenea, de mala roca y mucho barrillo, que nos obligó a retorcernos y arrastrarnos por su interior. El primer largo es muy corto, apenas 20 m: empieza por un tramo cómodo que enseguida se estrecha y se vuelve incómoda.
Abel al comienzo del L1
El agüelo a punto de llegar a la R1
A los pocos metros de superar esta estrechez se llega a una mínima repisa donde alguien haciendo alardes de espeleo consiguió poner dos spits en una minicueva. Los spits bailaban más que Gorgie Dan y Abel los reforzó con un friend. Este es el único largo , que después de visto, me hubiera atrevido a tirar de primero.
La claustrofóbica R1, me tuve que arrastrar para poder desmontarla
El L2 es similar al primero, pero mucho más largo, alrededor de 50 m y bastante más difícil. El comienzo tiene ya un paso muy estrecho difícil de proteger y donde ya nos rondó la idea de bajarnos y abandonar.
Abel retorciéndose en el primer estrechamiento del L2
Abel no respiró tranquilo hasta que llegó a la altura de un clavo universal que obviamente no era de la equipación original. Está en una zona lisa, que subes apoyando la espalda en una de las dos paredes y haciendo oposición con los pies en la otra. El problema es que la roca se desconchaba en cuanto hacías presión con los pies y parecía que te ibas a resbalar en cualquier momento. Yo aceré el clavo cuando llegué hasta él y lo pisé para superarlo. Antes de terminar la chimenea aún queda otra zona parecida, pero esta vez sin la ayuda de ningún clavo. En una de estas estrecheces, fruto de los roces con la roca, se rompió el lazo del que colgaba del arnés una de mis zapatillas y voló hacia el suelo. La chimenea acaba en una bajísima repisa que la recorrimos a gatas hasta la R2, un par de roñosos spits.
El agüelo en la primera repisa gatuna de la vía, y las que nos quedaban aún...
L3, este el largo de los diedros: 3 consecutivos separados por pequeñas panzas, que sin ser difíciles nos pusieron los pelos de punta por los expuestas que eran y por la mala roca (Abel tiró un pedrolo del tipo "televisor" en la segunda de estas pancitas y yo caí también en la misma zona por la misma razón: agarrar algo que no estaba bien sujeto a la pared).
Abel al comienzo del L3, un tramo vertical que se protegía bien, para variar
En el segundo diedro, corto pero duro porque la fisura era casi ciega
Tras superar la pancilla que marca el final del 2º diedro se llega a una placa, que termina en un pequeño techillo, donde nos encontramos con un par de clavos, que estos sí, tenían toda la pinta de haber sido clavados por Rabadá y Navarro.
Uno de ellos, el de la derecha, sobresalía más de un palmo de la roca. A pesar de que ambos clavos parecían indicar que la vía seguía por la derecha, no era nada fácil distinguir bien por dónde continuar y Abel después de dar muchas vueltas tiró por la izquierda, siguiendo lo que parecía un diedro bastante evidente. A pàrtir de aquí todo fue sufrimiento para él a pesar de que le quedaban pocos metros para terminar el largo: la cuerda empezó a rozar de forma exagerada y le tiraba continuamente hacia atrás
el diedro no era tan franco como parecía desde abajo y tuvo que colocar dos clavos más un tercero que le saltó una vez estaba colgado de él; mientras gateaba por la repisa donde montó reunión con 3 clavos, un malentendido debido al fuerte viento que no paró de soplar en todo el día hizo que yo creyera que ya había llegado a la R y le soltara momentáneamente... Esta tirada fue la más larga de la vía, tardamos más de 2h y media en hacerla y terminó con la resistencia psicológica de Abel.
A partir de aquí nos escaqueamos de la vía, nos fuimos hacia la derecha seguiendo la repisa de la reunión en busca de terreno fácil, zizagueando por las numerosas repisas que nos fuimos encontrando.
Abel divisó enseguida una reunión de parabolts y se dirigió hacia ella como un poseso. Sin embargo a mí me dijo que estaba colgado de un par de "perejiles" y que subiera con cuidado, el muy... Enseguida nos dimos cuenta que pertenía a la Vía Oeste y seguimos con el ánimo mucho más relajado ya su ristra de parabolts primero hacia la izquierda, pero luego ya siempre hacia la derecha . Montamos 3 largos más hasta la cima para evitar los rozamientos de la cuerda. El primero termina en al lardo de una gran encina desde donde se divisa perfectamente el último esfuerzo de la vía original: el tubo de los chemiqueos.
En la web de Barrabés donde se narra la apertura de la vía se cuenta que era tan estrecha la fisura que se tuvieron que quitar la ropa y Rabadá no paró de properir lamentos, chemiqueos, durante su escalada. No sé que ropas llevarían esos dos en sus escaladas, pero nosotros íbamos con camisetas finas y estuvimos chemiqueando durante los dos primeros largos de la vía, así que ni se nos ocurrió siquiera intentarlo. Seguimos escaqueándonos, dando la vuelta a la Peña Don Justo hasta alcanzar la cara que mira al collado, donde montamos la última reunión. Ya solo nos quedaban unos pocos metros que se salvaban por una fisura fácil y protegida con dos parabolts!!! A mitad de largo Abel empezó a gruñir y a jurar y esto me indicó que , una vez más, no debía fiarme de las apariencias.
Atardecía ya cuando llegamos por fin a la cima y sin apenas poder disfrutar de sus vistas
ni hacernos una sola foto conjunta buscamos el punto de rápel. Una cadena facilita el descuelgue hasta la mínima repisa donde está instalado. Un único rápel nos dejó en el collado y siguiendo la vía ferrata hacia abajo (yo bajé con sumo cuidado ya que caminaba con una zapatilla en un pie y un gato en el otro) llegamos de nuevo al comienzo de la vía. La suerte hizo que Abel encontrara mi otra zapatilla y pudiera realizar el resto del descenso con normalidad. Una hora después de hacer cima estábamos de vuelta al coche, tranquilos por haber podido terminar nuestra aventura sin mayores contratiempos, asombrados de lo mucho que escaban hace 50 años y con muy pocas ganas de apuntarnos a ninguna otra clásica en muuuucho tiempo.

domingo, 14 de junio de 2009

Barrancos de Yesa Superior y Gloces e intento a la Faja de las Flores

Después de hablar con David durante horas el jueves y el viernes el plan quedó establecido de la siguiente manera: el sábado por la mañana barranquear por los alrededores de Añisclo y por la tarde subir a vivaquear lo más cerca posible de la Faja de las Flores, en Ordesa, para recorrerla al día siguiente y si se podía observar a Abel y compañía escalando por el Tozal del Mallo. No teníamos ningún cañón concreto en mente, improvisaríamos sobre la marcha dependiendo de la gente que hubiera en cada uno. Empezamos cerca de las 11 por el Yesa superior, el cañón más apartado y por lo tanto el supuestamente menos frecuentado, si no fuera por la concentración de barranquistas que tenía lugar en Morillo de Tou y que se estaba dejando notar en toda la zona. La belleza de este barranco ha sido en parte ensombrecida por una desastrosa obra de mantenimiento. En una parte del camino de aproximación que ha sufrido varios desprendimientos "alguien" ha instalado un pasamanos de doble sirga de cable de unos 30 m de longitud en vez de arreglar los socavones. La zona a pesar de estos desperfectos está lejos de poder considerarse peligrosa ya que sigue siendo un sendero que transita a una altura de apenas un par de metros sobre el río. Aún así alguien ha considerado que era necesario un súper extra de seguridad en forma de cable, que además está mal instalado: uno de los "químicos" que debían sujetarlo estaba suelto. Esto sí que es calidad ambiental.
¿Un ejemplo de montañas seguras?
Después de un pequeño tentempié en la plaza del pueblo nos dirigimos al siguiente cañón: el Gloces. Un cañón corto pero intenso del que salimos pasadas las 6 de la tarde. David eliminó las cervezas de la victoria por un pequeño descanso a la sombra de un estupendo fresno. Terminado el fugaz intermedio volvimos sobre nuestros pasos hasta Broto, donde hicimos acopio de pan, y seguimos hasta Torla y la pradera de Ordesa. Allí repusimos fuerzas con otro frugal aperitivo, preparamos las mochilas, cogimos agua y empezamos a subir pasadas las 8. Un poco tarde, pero íbamos confiados porque no se veía rastro de las supuestas tormentas vespertinas que habían vaticinado todos los pronósticos. David iba fresco como una lechuga, sin parar de darme conversación hasta que se cansó de esperarme y de hacerme fotos y decidió seguir a su ritmo, y yo iba resoplando y sudando como un cerdo, con las piernas pesadas, sintiendo el cansancio de tanta actividad acumulada a lo largo del día. Aún así conseguí subir sin pararme, a ritmo, aunque fuera de tortuga. Pero el tiempo pasaba y a medida que aumentaba la oscuridad comenzaron los primeros síntomas: el cielo se cargó de nubes y se levantó un viento frío.
Dos instantáneas sacadas con escasos minutos de diferencia
Pasado el desvío para el Tozal los rayos empezaron a centellear en el horizonte iluminando más que nuestras pequeñas frontales, que tuvimos que encender justo debajo de las clavijas de Salarons.
David en la sección más vertical de las clavijas
En cuanto las superamos empezó a llover y a pesar de que yo tenía recuerdos de un estupendo vivac en esa zona, no encontramos más refugio que una enorme piedra que apenas nos resguardaba del viento y la lluvia.
Nuestra casita por esa noche
Fue suficiente para poder cenar y dormir secos y disfrutar de un paisaje inigualable enmarcado por una absoluta soledad. Un cuadro precioso a pesar de la lluvia y del cansancio. La mañana siguiente amaneció aún peor: lloviendo y el cielo totalmente encapotado.
El "amanecer" visto desde nuestro improvisado hogar-dulce-hogar
Decidimos bajar después de desayunar y dar por terminado nuestro finde. Me dio rabia después de todo el esfuerzo y el cansacio del día anterior por llegar hasta allí, pero al menos volvíamos secos a casa.
David descendiendo el último tramo (en el sentido de bajada) de las clavijas
Vistas del vertiginoso camino de la Fajeta, que conduce a las primeras clavijas de Salarons
Nuestro propia vertiginosa senda
Devolvimos el traje de neopreno en El Último Bucardo en Linás de Broto y mientras redesayunábamos nos enteramos de que Javi y Carlos se habían vuelto a casa el sábado después de escalar el Diedro 73 en Ordesa y Abel se encontraba en Riglos a donde se había dirigido vistos los partes meteorológicos.
Barranco de Yesa superior
Se accede a él desde el pueblo de Buerba al que se llega por la "carretera" que lleva a Fanlo desde Sarvisé. Es una vergüenza que a esa pista estrecha, llena de curvas, mal asfaltada y acribillada de baches le llame nadie carretera. Es como los chistes de Asterix en Hispania.
El Yesa superior es un cañón precioso, sin apenas dificultad (dos rápeles: el primero de alrededor de 10 m es casi obligado a pesar de que se puede saltar si se tiene valor;
NOTA: de nuevo todas las fotos de los cañones de esta piada pertenecen a David Malabarista
el 2º es un rápel corto y bastante incómodo que es mucho mejor saltarlo desde una pequeña repisa que resbala menos de lo que parece),
que tiene un poco de todo: estrechos, saltos, pozas, pequeños toboganes y sobre todo, lo que le da un valor único, su exhuberante vegetación que parece sacada de cualquier selva subtropical.
Una pena que ciertas actuaciones lo llenen de basura innecesaria.
El camino no tiene pérdida. Empieza en la plaza del pueblo y está muy marcado. En seguida desciende bruscamente mediante una serie consecutiva de zetas hasta las ruinas de un antiguo molino de agua, donde se cruza el cauce. A partir de aquí el camino remonta por su margen derecha el cañón, primero llaneando un poco por la zona de la horrible sirga, y luego subiendo en ligera pendiente. A los pocos minutos de atravesar un cauce seco divisiamos un sendero que sale a la izquierda del camino y que tras atravesar el sotobosque de bojs nos conduce hasta el lecho del río y el comienzo del cañón a través de una empinada y corta cuesta en la que hay una vieja cuerda para facilitar el paso.

Croquis del barranco del Yesa superior (enlace original)
Nosotros hicimos la aproximación en aproximadamente 50 minutos, siguiendo la máxima de David: ir ligeros en la aproximación para adelantar a la peña y poder disfrutar con tranquilidad el descenso. Nos lo tomamos tan al pie de la letra que el descenso tardamos casi 3 h, haciendo fotos, disfrutando de la maravillosa vegetación, repitiendo saltos...
David en la zona de los estrechos
El agüelo en una de las muchas pozas
En un salto opcional lo suficientemente alto como para ser interesante y no demasiado como para evitarlo
Para volver hay que seguir unos pocos metros por el lecho del río una vez acabado el cañón, hasta encontrar un sendero a mano izquierda que nos deja a los pocos minutos en el camino que hemos utilizado a la ida. A partir de aquí sólo queda seguirlo hacia atrás hasta las ruinas del molino y subir el cuestorro hasta el pueblo. Tiempo: 35 minutos.
Barranco de las Gloces
Otra joyita, también sencillo, con una aproximación más corta, e igual de sorpredente: un río medio seco que se esconde debajo de una gruesa capa de grava está atravesado por una loma caliza, ¿y que hace el río? La corta como mantequilla, zas, toma tajo: una profunda e irregular herida imperceptible desde el exterior que apenas deja filtrar la luz, con lo que la vegetación está totalmente ausente en la mayor parte del recorrido. A cambio el cañón nos ofrece una multitud de relieves geológicos.
Croquis del barranco de las Gloces (enlace original)
La aproximación al barranco comienza en el collado de la carretera a los pies de Fanlo. Una enorme pista nos conduce en 15 minutos al lecho del río. Un gigantesco canchal que está siendo explotado por una gravera río arriba y que enturbia lastimosamente el agua del cañón, tanto que ni siquiera en las zonas de menor profundidad puedes verte los pies o las rocas del fondo.
El barranco comienza en un par de pozas que conducen al igual que en el barranco anterior a un vertiginoso rápel, pero esta vez de 17 m y sin posibilidad de salto (hacen falta dos cuerdas).
A partir de aquí el cañón se sumerge en la más tremenda oscuridad, tanta que no hay restos de vegetación por ninguna parte
hasta que rebasamos un recodo donde el cañón se ensancha un poco, entra algo más de luz y las paredes se convierten en un vergel.
El barranco sigue exhibiendo su multitud de formas: pozas, toboganes, un corto rápel que se puede esquivar con un delicado destrepe en oposición o como esta perfecta marmita.
Antes de terminar el cañón queda aún una última dificultad, un pequeño rápel incómodo en donde 3 polluelos estaban llamando a sus padres desde un nido en una pequeña oquedad de la roca.

David en el final del cañón
El sendero de regreso empieza a los pocos metros de la playa rocosa donde finaliza el cañón. El camino atraviesa el bosque mediante unas cuantas zetas muy pendientes que terminan en la ancha pista de aproximación. En total, poco menos de media hora.